Mercedes Cebrián
Me gustan los libros a los que se les ven las costuras, es decir, me gusta la metaficción, los textos que hablan del proceso de producción de sí mismos, de las vicisitudes de la escritura y la lectura y los que reflexionan sobre el lenguaje, su versatilidad y sus limitaciones. Soy una caja, además de ser una novela de aprendizaje en toda regla, contiene todo esto que señalo más arriba y posee también mucho de work in progress, de mirilla por la que el lector puede escudriñar el proceso de formación de una escritora.
Nadila, la narradora de Soy una caja es una letraherida: idealiza la creación literaria y a sus artífices, los encumbradísimos escritores, y sueña con ser uno de ellos. Esto muy bien podría quitarnos las ganas de leer esta Bildungsroman ambientada en una Barcelona nada Vicky-Cristina sino más bien anodina y rancia (y eso, en los tiempos megacool que corren, hasta se agradece), pero el tono y buen hacer de Nadila nos impiden cerrar el libro. Ella misma no teme ser cursi, y cuando lo es, incluso lo reconoce (“yo también era llorona, lo que en catalán se dice una bleda.”), y cuando parece que se le ha ido la mano con algún exceso de introspección y solemnidad, enseguida nos viene a salvar con algún comentario de tono irónico.
Ya estoy tardando en introducir en esta reseña un elemento esencial, que es el verdadero eje de la novela: la presencia, a lo largo de todas sus páginas, de Clarice Lispector, de su literatura y de su biografía. Nadila es una verdadera groupie de Lispector: la toma como maestra, la lee hasta la extenuación e idealiza tanto su vida como su obra, pero en un cierto momento de Soy una caja nos damos cuenta de que Nadila nos está engañando con mucha inteligencia: si bien a lo largo de todo el texto nos quiere hacer creer que ella sólo es capaz de emitir meros balbuceos literarios y que nunca alcanzará el dominio de la “gran literatura” que su maestra practicó, nos iremos dando cuenta de que su manera de relacionarse con Lispector es la misma que la de un ventrílocuo con su muñeco: las charlas ficticias que mantiene con ella, en las que Nadila pone voz a la escritora brasileña, son buena (e hilarante) prueba de ello.
En definitiva, Soy una caja es un libro especialmente ad hoc para aquellos que se vean con frecuencia pensando sobre los avatares de la creación, del cacareado “talento” y de la aparente necesidad contemporánea de convertirse en artista a toda costa. Y además, genera muchas ganas de leer a Clarice Lispector.
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