Juan Gómez Espinosa
Hay voces capaces de anular tiempo, lugar e ideología. Voces capaces de anular circunstancia. La identidad individual es otro asunto, claro, ya que (debería) permanecer fija en su esencia, incluso en su sana movilidad. Sin embargo, esas voces que devastan coyunturas también pueden llegar al tuétano de esa identidad esencial de cada cual, obligar a ser observadas y, finalmente, asimiladas. Conexión de entrañas, vaya. Es una suerte poder escuchar esas voces alrededor de una mesa, con un café humeante o una de esas cervezas que en los países nórdicos te sirven en grandes y estilizadas jarras (cervezas con sabor determinado). El afortunado que entre en ese mínimo auditorio podrá escuchar una voz que se desplaza suave, fluida, tejiendo una historia sometida a breves, muy breves, digresiones, hijas del suave éxtasis de la misma voz al ser enviada. Una voz que no corresponde a la oratoria académica pero que genera su propio ritmo, que genera su propio aire, que genera su propia historia. Porque esa historia, balanceada por esa voz, sólo puede pertenecer a sí misma. La voz no gritará en ningún momento, tampoco gritarán sus personajes pese a estar echando abajo todo muro con sus palabras, sus silencios y sus actos. Los personajes que son, sólo, de esta historia que es, sólo, de esta voz. Quien no tenga la suerte de encontrar la mesa con el café, o la cerveza eterna, o, sobre todo, con la voz señalada, puede, al menos, disfrutar de este libro que recopila veinticinco años de labor cuentística de Torgny Lindgren. Será lo mismo, aunque sobre papel.
Más que flaco, insignificante es el favor que le hago al veterano Lindgren hablando con entusiasmo sobre él (perdón, sobre su obra). No lo necesita. Es lo que tiene ser un sabio maestro, un ejemplo de voz. También sería una necedad sacar apuntes de cada uno de sus cuentos; diría demasiado de mí y muy poco de él. Sin embargo, como me pagan por renglón (es broma) allá va una pequeña muestra de lo que una mente pequeñuela como la mía puede sacar de alguno de ellos (y no será, ni de lejos, todo lo posible):
-Agua: la imposibilidad de todo tipo de fertilidad sin la voluntad del deseo.
-Las palabras mayores: la ambigüedad entre misticismo y mero aprovechamiento carnal.
-La hermosura de Merab: el odio de lo muerto hacia lo vivo (esto sí es realismo mágico y no el cansino e hipertrofiado del cono sur americano).
-Rut y Signar: el sometimiento del ser humano a su propia creación de la divinidad.
-Alfred Krummes: la pureza pese a los vaivenes del mundo.
-El apóstol Santiago: la verdadera senda de la Verdad (si es que existe).
-Das Lied von der Ende: una paráfrasis sobre la génesis de una obra maestra, una historia que, de no ser cierta, debería serlo. Y además con una explicación somera y naturalista de lo que es una escala pentatónica.
-El entierro de Thomas Mann: el genio que prevalece a pesar de los que se acercan a su cadáver.
Etc. Detrás de cada coma estaría esa voz sabia y generadora de su propia cadencia. Si debiera encontrar algún “pero” (por eso de ser crítico, más que nada) sólo señalaría el frágil equilibrio en el que se mueven los relatos de Buda y la paloma y El pase atrás, próximos a la filosofía para tocador de menopáusicas y esnobs vegetarianos tipo Coelho, pero salvados finalmente por la sabia técnica del maestro Lindgren.
Gracias, maestro, y gracias a Marina Torres y Francisco J. Uriz por dejar a un lado los egos y homogeneizar en sus respectivas traducciones la voz originaria. Un placer.
Más que flaco, insignificante es el favor que le hago al veterano Lindgren hablando con entusiasmo sobre él (perdón, sobre su obra). No lo necesita. Es lo que tiene ser un sabio maestro, un ejemplo de voz. También sería una necedad sacar apuntes de cada uno de sus cuentos; diría demasiado de mí y muy poco de él. Sin embargo, como me pagan por renglón (es broma) allá va una pequeña muestra de lo que una mente pequeñuela como la mía puede sacar de alguno de ellos (y no será, ni de lejos, todo lo posible):
-Agua: la imposibilidad de todo tipo de fertilidad sin la voluntad del deseo.
-Las palabras mayores: la ambigüedad entre misticismo y mero aprovechamiento carnal.
-La hermosura de Merab: el odio de lo muerto hacia lo vivo (esto sí es realismo mágico y no el cansino e hipertrofiado del cono sur americano).
-Rut y Signar: el sometimiento del ser humano a su propia creación de la divinidad.
-Alfred Krummes: la pureza pese a los vaivenes del mundo.
-El apóstol Santiago: la verdadera senda de la Verdad (si es que existe).
-Das Lied von der Ende: una paráfrasis sobre la génesis de una obra maestra, una historia que, de no ser cierta, debería serlo. Y además con una explicación somera y naturalista de lo que es una escala pentatónica.
-El entierro de Thomas Mann: el genio que prevalece a pesar de los que se acercan a su cadáver.
Etc. Detrás de cada coma estaría esa voz sabia y generadora de su propia cadencia. Si debiera encontrar algún “pero” (por eso de ser crítico, más que nada) sólo señalaría el frágil equilibrio en el que se mueven los relatos de Buda y la paloma y El pase atrás, próximos a la filosofía para tocador de menopáusicas y esnobs vegetarianos tipo Coelho, pero salvados finalmente por la sabia técnica del maestro Lindgren.
Gracias, maestro, y gracias a Marina Torres y Francisco J. Uriz por dejar a un lado los egos y homogeneizar en sus respectivas traducciones la voz originaria. Un placer.
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