Trad. Jordi Doce. Pre-Textos, Valencia, 2007. 392 pp. 26 €
Ana Gorría
Finalista en dos ocasiones del National Books Criticle Award, Anne Carson ha publicado con anterioridad a Hombres en sus horas libres cinco volúmenes misceláneos de poemas y ensayos, una novela en verso y versiones sobre la poesía de Safo, poeta sobre la que esta helenista de formación realizó su tesis doctoral. Con anterioridad a esta traducción, Ana Becciu tradujo el poemario La belleza del marido (un ensayo narrativo en 29 tangos).
Hombres en sus horas libres en la traducción de Jordi Doce está constituido por cuarenta y seis ¿poemas? que toman como motivo, en apariencia, la analogía de grandes motivos con hechos de la más estricta contemporaneidad. La analogía se deshace cuando estos motivos, en virtud de la experiencia creativa y estética que supone tanto la escritura como lectura —tal vez este sea el tema a partir del que se constituye todo el libro: una nueva concepción de la mimesis—, se yuxtaponen en el decurso del poema. Así, la autora en uno de los textos que suponen la obertura de este volumen afirma con respecto a Tucídides: «su arqueología se lee como una polvareda de anécdotas y habla cotidiana y pretextos habituales y motivos genuinos». Contra la arqueología, Tucídides conversa con Virginia Woolf en el plató de la guerra del Peloponeso, tal y como se llama uno de los textos que componen el libro, y ambos son puestos en contacto a través de una dialéctica que parece no resolverse o resolverse únicamente en la creación: «veamos como los círculos se entrelazan mutuamente. Veámoslos moverse y deslizarse, girando en torno a un centro que se vacía gradualmente, se oscurece gradualmente, hasta que es tan negro como la marca en la pared».
Carson, en virtud de la experiencia estética, propone una fenomenología de la creación —subrayada por la filiación agustiniana que pone como nota al pie en las variaciones que realiza sobre las obras de Hopper— en la que todo redunda en presente. El pasado y el futuro por lo tanto no existen: «Por eso, no debemos decir: “El tiempo pasado, fue mucho tiempo”, porque no encontraremos qué es lo que fue mucho tiempo, ya que desde el momento en que es tiempo pasado ya no existe. En este caso debemos decir: “Aquel tiempo fue mucho tiempo mientras fue presente”, porque fue mucho tiempo precisamente cuando era presente».
Hombres en sus horas libres constituye la afirmación y la asunción de la cultura como un proyecto en marcha. Esto justifica la continua alusión en subtítulos al borrador —que cabe entender como un género más— en ¿poemas? como “Freud”, “Lázaro” o “El hombre plano”, textos que admiten una segunda redacción también como borrador en el trazado general del libro. Este proyecto en marcha que toma como punto de referencia Hombres en sus horas libres, admite el diálogo como única solución en un volumen en el que caben epitafios, entrevistas, proyectos de guión o variaciones sobre textos clásicos como los que la autora realiza sobre los Carmina Catulli. Precisamente porque Carson entiende el hecho cultural, como ya he dicho, como un proyecto en marcha abundan las referencias al ensayo en su calidad de tentativa y de texto abierto, irreductible a una única razón en ¿poemas? como “Ensayo sobre aquello lo que más pienso” o “Ensayo sobre el error (segundo borrador)”. De forma parecida se expresa Robin Maconie en su ensayo, La música como concepto: «Al ser humana, la armonía también es falible. Lo que oímos es la expresión de una concordancia de buenas intenciones. Esas intenciones no se ajustan siempre a las mismas reglas. Si lo hicieran, tendrían también razón los fundamentalistas, que recurren a la tonalidad clásica como garrote para vapulear la música del siglo XX, de Webern a Ibes a Berio, Boulez y Stockhausen pasando por Varese y Harry Pratch». En estos textos, que buscan un modo armónico que nos corresponda, la sintaxis introduce rasgos conversacionales en un lenguaje que se va construyendo a base de titubeos y balbuceos, un lenguaje que admite, en consecuencia, la posibilidad de la corrección: «Así que un poeta como Alcmán/ sortea el miedo, la ansiedad, la vergüenza, el remordimiento/ y todas las emociones absurdas asociadas al error/ a fin de enfrentarse/ al hecho mismo./ El hecho en sí para los humanos es la imperfección». Esta idea viene a subrayarse en el único texto en el que la autora introduce su experiencia personal: el apéndice al tiempo ordinario que supone el colofón del libro y en el que Carson propone el análisis de las propias emociones a partir de la pérdida de la madre y que corren parejas a la lectura de los diarios de Virginia Woolf. La lectura de este texto —en concreto una tachadura en una página— le lleva a equiparar, a yuxtaponer la muerte con el trazo de la tachadura en un párrafo: «Leer este pasaje, especialmente la línea tachada me llena de súbita comprensión. Las tachaduras son algo que uno ve muy rara vez en los textos publicados. Son como la muerte: con un simple trazo todo se pierde y sin embargo permanece ahí. Pues la muerte si bien totalmente distinta a la vida comparte una piel con ella. La muerte traza una línea en cada momento del tiempo ordinario. La muerte se esconde en el interior de cada frase luminosa que poseíamos y cuyo sentido se nos escapaba. La muerte es un hecho».
En el ir y venir que supone este libro en el presente, entre pasado y futuro, entre la vida y muerte el horizonte genérico se amplia, es necesariamente sincrético. Carson incluye, como ya he dicho, epitafios, borradores pero también amplia en géneros propios del discurso periodístico o audiovisual las posibilidades de lo decible. Carson encuentra legitimidad expresiva en entrevistas, en guiones de cine o en la lista de tomas que la autora planea sobre Giotto — siempre en su retórica del borrador y de lo perfectible—, hecho que llega a su cenit dentro de este libro en la serie que dedica a Hombres de TV, sección en la que concurren Safo, Artaud, Tolstoi, Giotto, Antígona, Ajmatova, Tucídides y Virginia Woolf. En un texto en que Jordi Doce, según su propio criterio, selecciona algunos comentarios y afirmaciones de Carson tomados de algunas entrevistas realizadas a la autora por parte de John D'Ágata, Will Aitken o Kevin Mcneilly, la propia autora justifica su relación con la cultura: «esto es lo que los antiguos entendían por imitación. No es más que el reflejo del acto del pensamiento tal como se dio en su momento, y un intento de hacer que este acto se repita en la mente del oyente o lector». De esta forma las yuxtaposiciones de figuras, motivos, modos e ideas se fundan en la posibilidad de sobrevivir en la mente de los demás a través de, como vengo repitiendo, el gesto de la creación —sea lectura o escritura.
Frente a la posibilidad del solipsismo, hay que decir que —como sucede también en poemarios como Los muertos y los vivos de Sharon Olds o Valses y otras falsas confesiones y Concierto animal de Blanca Varela—, hay en este ¿poemario? —cuyo tema es básicamente la creación— una pulsión ética en su análisis de la guerra o la mirada sobre figuras como Ajmatova, Tolstoi (con la serie dedicada a la guerra, al hambre, a la escuela, a la libertad, la familia y la muerte). Una pulsión ética que sabe combinarse con grandes dosis de ironía —ironía que la autora “irónicamente” reconoce insuficiente en el “Ensayo sobre mi vida como Catherine Deneuve (segundo borrador)”, desde mi punto de vista uno de los mejores ¿poemas? del libro—: «Sócrates murió en prisión. Safo murió saltando al vacío desde el acantilado blanco de Leucas (por amor) según dicen. Sócrates es irónico sobre dos cosas. Su belleza (que llama fealdad) y sus conocimientos (ignorancia). Para Safo la ironía es un verbo. Le hace tener una relación muy concreta con su propia vida. Qué interesante (piensa Deneuve) observar cómo construyo esta relación sedosa y amarga. Los retóricos latinos traducen la palabra griega eironia como dissimulatio, que significa “máscara”. Después de todo ¿por qué estudiar el pasado? Tal vez porque deseas repetirlo. Y con el tiempo (advierte Safo) nuestra máscara se convierte en nuestro rostro. Justo antes de entrar en prisión, Sócrates mantuvo una conversación con sus perseguidores sobre la ironía, pues tal era la fuente real de su incomodidad, y mientras hablaba vieron una diminuta humareda de tristeza escalar su garganta y salir a la estancia, volviéndose oscura y sulfurosa en la confusa ceniza del atardecer, en la sola ceniza a la deriva. Eres todo un hombre Sócrates, dice Deneuve. Cierra su cuaderno. Se pone el abrigo y abrocha los botones. Aunque bien mirado yo también.»
El libro se cierra con una fotografía de Margaret Carson bajo la que se inscribe 1913-1997 tras el texto anteriormente referido sobre la pérdida de la madre. Desde este punto de vista, todo el libro se constituye casi como un esfuerzo por crear un epitafio en el tiempo de la creación contra el tiempo ordinario, como los que ha creado para Europa o el clown Donne (¿John Donne?), personal. Una victoria en la creación frente al pasado y a la muerte gracias a la memoria. La idea, que nutre todo el libro, de que la vida, la cultura, el mundo pueden leerse en las tachaduras que destaca en el texto de Woolf dado que «se supone que la tachadura es la cancelación de una idea, pero la idea no se cancela, puedes seguir leyendo a través de la tachadura. Esto me alegra, el que esas ideas sigan luchando contra nuestros intentos de cancelarlas. Y esa alegría de las ideas es nutricia, esperanzadora». Si Steiner comenzaba sus Gramáticas de la creación afirmando: «Ya no quedan más principios», Carson nos recuerda: ser es el principio. La vida, la civilización, entonces: un palimpsesto. No debería haber fin.
Finalista en dos ocasiones del National Books Criticle Award, Anne Carson ha publicado con anterioridad a Hombres en sus horas libres cinco volúmenes misceláneos de poemas y ensayos, una novela en verso y versiones sobre la poesía de Safo, poeta sobre la que esta helenista de formación realizó su tesis doctoral. Con anterioridad a esta traducción, Ana Becciu tradujo el poemario La belleza del marido (un ensayo narrativo en 29 tangos).
Hombres en sus horas libres en la traducción de Jordi Doce está constituido por cuarenta y seis ¿poemas? que toman como motivo, en apariencia, la analogía de grandes motivos con hechos de la más estricta contemporaneidad. La analogía se deshace cuando estos motivos, en virtud de la experiencia creativa y estética que supone tanto la escritura como lectura —tal vez este sea el tema a partir del que se constituye todo el libro: una nueva concepción de la mimesis—, se yuxtaponen en el decurso del poema. Así, la autora en uno de los textos que suponen la obertura de este volumen afirma con respecto a Tucídides: «su arqueología se lee como una polvareda de anécdotas y habla cotidiana y pretextos habituales y motivos genuinos». Contra la arqueología, Tucídides conversa con Virginia Woolf en el plató de la guerra del Peloponeso, tal y como se llama uno de los textos que componen el libro, y ambos son puestos en contacto a través de una dialéctica que parece no resolverse o resolverse únicamente en la creación: «veamos como los círculos se entrelazan mutuamente. Veámoslos moverse y deslizarse, girando en torno a un centro que se vacía gradualmente, se oscurece gradualmente, hasta que es tan negro como la marca en la pared».
Carson, en virtud de la experiencia estética, propone una fenomenología de la creación —subrayada por la filiación agustiniana que pone como nota al pie en las variaciones que realiza sobre las obras de Hopper— en la que todo redunda en presente. El pasado y el futuro por lo tanto no existen: «Por eso, no debemos decir: “El tiempo pasado, fue mucho tiempo”, porque no encontraremos qué es lo que fue mucho tiempo, ya que desde el momento en que es tiempo pasado ya no existe. En este caso debemos decir: “Aquel tiempo fue mucho tiempo mientras fue presente”, porque fue mucho tiempo precisamente cuando era presente».
Hombres en sus horas libres constituye la afirmación y la asunción de la cultura como un proyecto en marcha. Esto justifica la continua alusión en subtítulos al borrador —que cabe entender como un género más— en ¿poemas? como “Freud”, “Lázaro” o “El hombre plano”, textos que admiten una segunda redacción también como borrador en el trazado general del libro. Este proyecto en marcha que toma como punto de referencia Hombres en sus horas libres, admite el diálogo como única solución en un volumen en el que caben epitafios, entrevistas, proyectos de guión o variaciones sobre textos clásicos como los que la autora realiza sobre los Carmina Catulli. Precisamente porque Carson entiende el hecho cultural, como ya he dicho, como un proyecto en marcha abundan las referencias al ensayo en su calidad de tentativa y de texto abierto, irreductible a una única razón en ¿poemas? como “Ensayo sobre aquello lo que más pienso” o “Ensayo sobre el error (segundo borrador)”. De forma parecida se expresa Robin Maconie en su ensayo, La música como concepto: «Al ser humana, la armonía también es falible. Lo que oímos es la expresión de una concordancia de buenas intenciones. Esas intenciones no se ajustan siempre a las mismas reglas. Si lo hicieran, tendrían también razón los fundamentalistas, que recurren a la tonalidad clásica como garrote para vapulear la música del siglo XX, de Webern a Ibes a Berio, Boulez y Stockhausen pasando por Varese y Harry Pratch». En estos textos, que buscan un modo armónico que nos corresponda, la sintaxis introduce rasgos conversacionales en un lenguaje que se va construyendo a base de titubeos y balbuceos, un lenguaje que admite, en consecuencia, la posibilidad de la corrección: «Así que un poeta como Alcmán/ sortea el miedo, la ansiedad, la vergüenza, el remordimiento/ y todas las emociones absurdas asociadas al error/ a fin de enfrentarse/ al hecho mismo./ El hecho en sí para los humanos es la imperfección»
En el ir y venir que supone este libro en el presente, entre pasado y futuro, entre la vida y muerte el horizonte genérico se amplia, es necesariamente sincrético. Carson incluye, como ya he dicho, epitafios, borradores pero también amplia en géneros propios del discurso periodístico o audiovisual las posibilidades de lo decible. Carson encuentra legitimidad expresiva en entrevistas, en guiones de cine o en la lista de tomas que la autora planea sobre Giotto — siempre en su retórica del borrador y de lo perfectible—, hecho que llega a su cenit dentro de este libro en la serie que dedica a Hombres de TV, sección en la que concurren Safo, Artaud, Tolstoi, Giotto, Antígona, Ajmatova, Tucídides y Virginia Woolf. En un texto en que Jordi Doce, según su propio criterio, selecciona algunos comentarios y afirmaciones de Carson tomados de algunas entrevistas realizadas a la autora por parte de John D'Ágata, Will Aitken o Kevin Mcneilly, la propia autora justifica su relación con la cultura: «esto es lo que los antiguos entendían por imitación. No es más que el reflejo del acto del pensamiento tal como se dio en su momento, y un intento de hacer que este acto se repita en la mente del oyente o lector». De esta forma las yuxtaposiciones de figuras, motivos, modos e ideas se fundan en la posibilidad de sobrevivir en la mente de los demás a través de, como vengo repitiendo, el gesto de la creación —sea lectura o escritura.
Frente a la posibilidad del solipsismo, hay que decir que —como sucede también en poemarios como Los muertos y los vivos de Sharon Olds o Valses y otras falsas confesiones y Concierto animal de Blanca Varela—, hay en este ¿poemario? —cuyo tema es básicamente la creación— una pulsión ética en su análisis de la guerra o la mirada sobre figuras como Ajmatova, Tolstoi (con la serie dedicada a la guerra, al hambre, a la escuela, a la libertad, la familia y la muerte). Una pulsión ética que sabe combinarse con grandes dosis de ironía —ironía que la autora “irónicamente” reconoce insuficiente en el “Ensayo sobre mi vida como Catherine Deneuve (segundo borrador)”, desde mi punto de vista uno de los mejores ¿poemas? del libro—: «Sócrates murió en prisión. Safo murió saltando al vacío desde el acantilado blanco de Leucas (por amor) según dicen. Sócrates es irónico sobre dos cosas. Su belleza (que llama fealdad) y sus conocimientos (ignorancia). Para Safo la ironía es un verbo. Le hace tener una relación muy concreta con su propia vida. Qué interesante (piensa Deneuve) observar cómo construyo esta relación sedosa y amarga. Los retóricos latinos traducen la palabra griega eironia como dissimulatio, que significa “máscara”. Después de todo ¿por qué estudiar el pasado? Tal vez porque deseas repetirlo. Y con el tiempo (advierte Safo) nuestra máscara se convierte en nuestro rostro. Justo antes de entrar en prisión, Sócrates mantuvo una conversación con sus perseguidores sobre la ironía, pues tal era la fuente real de su incomodidad, y mientras hablaba vieron una diminuta humareda de tristeza escalar su garganta y salir a la estancia, volviéndose oscura y sulfurosa en la confusa ceniza del atardecer, en la sola ceniza a la deriva. Eres todo un hombre Sócrates, dice Deneuve. Cierra su cuaderno. Se pone el abrigo y abrocha los botones. Aunque bien mirado yo también.»
El libro se cierra con una fotografía de Margaret Carson bajo la que se inscribe 1913-1997 tras el texto anteriormente referido sobre la pérdida de la madre. Desde este punto de vista, todo el libro se constituye casi como un esfuerzo por crear un epitafio en el tiempo de la creación contra el tiempo ordinario, como los que ha creado para Europa o el clown Donne (¿John Donne?), personal. Una victoria en la creación frente al pasado y a la muerte gracias a la memoria. La idea, que nutre todo el libro, de que la vida, la cultura, el mundo pueden leerse en las tachaduras que destaca en el texto de Woolf dado que «se supone que la tachadura es la cancelación de una idea, pero la idea no se cancela, puedes seguir leyendo a través de la tachadura. Esto me alegra, el que esas ideas sigan luchando contra nuestros intentos de cancelarlas. Y esa alegría de las ideas es nutricia, esperanzadora»
2 comentarios:
Un excelente comentario sobre un excelente libro
Muchas gracias.
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