Graó, Barcelona, 2007. 233 pp. 19,70 pp
Care Santos
No hace tanto hablaba con un profesor de secundaria de un IES sevillano, quien se escandalizaba de que la inmensa mayoría de los alumnos terminen la ESO (Enseñanza Secundaria Obligatoria) sin saber quién fue Charles Chaplin. Impresionada por estas palabras, aquel mismo fin de semana compré en unos grandes almacenes Tiempos modernos y les propuse a mis dos hijos mayores (de 6 y 4 años) verla juntos. Fue un rato de portentosos descubrimientos, sobre todo para mí. Descubrí que mis hijos y el personaje creado por Chaplin sintonizan de maravilla. El humor absurdo, la filantropía y la visión idealista del mundo que ofrece la película nos dieron pie a un profundo debte. Cuando Chaplin se limpió las manos en unas lujosas cortinas, mis hijos se escandalizaron y le regañaron. Y cuando, en plena locura transitoria generada por el exceso de trabajo, después de haber sido engullido por una máquina, el personaje comenzó a atornillar la nariz de cuantos se le ponían por delante, incluido su jefe, mis hijos estallaron a reír a carcajadas. La sesión fue un éxito, a pesar de lo arriesgado del asunto.
Care Santos
No hace tanto hablaba con un profesor de secundaria de un IES sevillano, quien se escandalizaba de que la inmensa mayoría de los alumnos terminen la ESO (Enseñanza Secundaria Obligatoria) sin saber quién fue Charles Chaplin. Impresionada por estas palabras, aquel mismo fin de semana compré en unos grandes almacenes Tiempos modernos y les propuse a mis dos hijos mayores (de 6 y 4 años) verla juntos. Fue un rato de portentosos descubrimientos, sobre todo para mí. Descubrí que mis hijos y el personaje creado por Chaplin sintonizan de maravilla. El humor absurdo, la filantropía y la visión idealista del mundo que ofrece la película nos dieron pie a un profundo debte. Cuando Chaplin se limpió las manos en unas lujosas cortinas, mis hijos se escandalizaron y le regañaron. Y cuando, en plena locura transitoria generada por el exceso de trabajo, después de haber sido engullido por una máquina, el personaje comenzó a atornillar la nariz de cuantos se le ponían por delante, incluido su jefe, mis hijos estallaron a reír a carcajadas. La sesión fue un éxito, a pesar de lo arriesgado del asunto.
Desde esa tarde, me he tomado por costumbre ver películas clásicas con ellos. Ya hemos visto algo de los Hermanos Marx, todas las canciones de Cantando bajo la lluvia —el famoso número de Gene Kelly enamorado saltando de charco en charco despierta pasiones entre ellos—, los momentos más familiares de Sonrisas y lágrimas y todo El mago de Oz. Tenemos pendiente El maquinista de la general, de Buster Keaton, que será una de mis próximas compras cinéfilas. Y cuando prefiramos el cine más reciente y la edad de los aprendices de espectador lo permita, seguiremos la estela que ya han iniciado Mary Poppins, Volando libre o La niñera mágica, y veremos Billy Elliot, Philadelphia o la muy reciente —y estupenda— Juno.
Precisamente de todo esto habla este manual de editorial Graó, un sello independiente catalán especializado en educación. Sólo basta echar un vistazo a su extenso catálogo para comprender por qué motivo su trabajo es tan preciado por los educadores: proporcionan herramientas para el profesorado y al mismo tiempo ponen sobre la mesa cuestiones de enorme calado, sin olvidarse de los asuntos polémicos y actuales. Este manual pertenece a la primera línea, la de las herramientas, y está pensado para aquellos profesores que deseen profundizar en la utilización de los lenguajes audiovisuales —y particularmente del cine— como herramienta educativa.
En la introducción, los autores nos dejan bien claros los motivos de esta preocupación: el mundo de la imagen es tan omnipresente que su inclusión en los currículos debería tomarse como una prioridad. Desmienten, por supuesto, los tópicos que apuntan a que el cine "deseduca" en lugar de educar o sólo enseña violencia y malos hábitos, e inician un alegato hacia el papel generador de debate y reflexión que es el séptimo arte, siempre y cuando se utilice debidamente.
Pero hay más. En lenguaje cinematográfico, dejan bien claro los autores, somos todos analfabetos: no basta con estar hartos de pasar horas frente a la caja tonta, ni siquiera con estar al tanto de los estrenos de la cartelera: es necesario no sólo ver, sino aprender a interpretar, conseguir que aquello que conocemos tenga calado en nosotros, en los alumnos. Es en este sentido que este manual será una excelente herramienta: no sólo ofrece base teórica —incluyendo un interesante capítulos sobre técnicas cinematográficas— y crítica, sino que propone una buena serie de títulos entre los que no resultará difícil encontrar alguno con el que comenzar a introducir el cine en las escuelas a institutos.
Pero hay más. En lenguaje cinematográfico, dejan bien claro los autores, somos todos analfabetos: no basta con estar hartos de pasar horas frente a la caja tonta, ni siquiera con estar al tanto de los estrenos de la cartelera: es necesario no sólo ver, sino aprender a interpretar, conseguir que aquello que conocemos tenga calado en nosotros, en los alumnos. Es en este sentido que este manual será una excelente herramienta: no sólo ofrece base teórica —incluyendo un interesante capítulos sobre técnicas cinematográficas— y crítica, sino que propone una buena serie de títulos entre los que no resultará difícil encontrar alguno con el que comenzar a introducir el cine en las escuelas a institutos.
2 comentarios:
En efecto, sonará vanidoso y ególatra -lo soy, qué demonios- pero creo que soy la única chavala de mi generación que conoce a Charles Chaplin, Buster Keaton, Groucho Marx y Harold LLoyd, y que los disfruta. Yo empecé algo vieja en comparación a sus nenas pero estoy segura de que aquí en adelante no les podré hacer ascos, así que se compensa.
Una cosa más, ¿usted opina que Juno es divertida? Por que a mí me parece hasta tétrico considerar un bebé una cosa intercambiable y que se puede dejar atrás al grito de "fue un error". Será que estoy mal de la cabeza, pero me parece un odioso mensaje.
Saludos, de Sol.
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