lunes, abril 14, 2008

Doble mirada: Exploradores del abismo, Enrique Vila-Matas

Anagrama, Barcelona, 2007. 296 pp. 18 €

1.
Hilario J. Rodríguez


Siempre que acabo de leer un libro de Enrique Vila-Matas tengo un sueño agitado. Al llegar a la última página de Exploradores del abismo soñé lo siguiente:
Mi padre acababa de morir. Lo habían amortajado y permanecía inmóvil sobre una cama, en una habitación enorme. Yo estaba allí, mirándolo desde una silla. Solo. Lo más inquietante de la situación comenzó al ver una araña moviendo sus enormes patas por encima del cuerpo de mi padre, en dirección a su cara. Me daba miedo que pudiese despertarlo. Por eso iba corriendo hacia la cama, que estaba demasiado lejos. Fue entonces cuando pedí auxilio.
Al despertarme, llamé a mi madre.
—Acabo de soñar que papá se moría.
—Hijo mío, tu padre murió hace mucho tiempo.
Para entender el sueño quizás debería tumbarme en el diván de un psicólogo y esperar que, pacientemente, me diera explicaciones al respecto, pero también podría pensar que el significado del sueño está oculto entre las páginas del último libro de Vila-Matas. Después de todo, la literatura tiene la capacidad de hacernos soñar, al menos cuando produce un efecto en nosotros. La cuestión ahora consiste en saber qué efecto produjo en mí Exploradores del abismo. ¿Me hizo ponerme en plan freudiano? ¿Agitó mi memoria, convirtiéndola en un pozo lleno de enigmas? ¿O me invitó a recordar esa frase de Vila-Matas en la que medito desde la primera vez que la leí y de la que no he podido liberarme aunque lo intento a diario para no obsesionar demasiado con ella: «Hasta no hace mucho yo creía que escribir equivalía a empezar a conocerse a sí mismo; pero a medida que va pasando el tiempo me doy cuenta de que, por culpa de escribir, nunca sabré quién soy»?
Si acudiese a Sigmund Freud en busca de explicaciones, me entraría sueño porque de lo contrario me vería obligado a aceptar que tengo algún problema con mi padre, por muy muerto que esté. Un complejo o algo así. Y, la verdad, me entra pereza sólo de pensarlo. Los psicólogos me resultan molestos. No hay nada peor que escuchar a los demás diciéndonos cómo somos, es casi tan cansino como escucharles decir cómo tendríamos que ser. Sin embargo, aceptar que Exploradores del abismo hizo un enorme batiburrillo con mi memoria me parece una opción todavía peor. A estas alturas ya me he dado cuenta de que si hay algo inconsistente en mí es mi memoria. Tampoco la memoria de los demás me parece demasiado fiable. Conste que esto último no lo he descubierto después de leer el último libro de Vila-Matas, lo descubrí cuando comencé a inventar recuerdos en las conversaciones familiares (tengo mala memoria), y mi madre y mis hermanos no me corregían mientras les daba datos o les contaba viejas anécdotas de infancia, todo ello inventado sobre la marcha para no perder hilo y meter un poco de baza. Por supuesto, podría pensar que mi madre y mis hermanos tienen una memoria inconsistente y prefieren fiarse de la mía. Si no, podría pensar que la memoria, en general, mezcla verdades y mentiras con total naturalidad, y nadie se queja. Otra posibilidad que se me ocurre es que, ante la posibilidad de enfrentarnos a verdades excesivamente tristes y deslucidas, preferimos construir nuestra memoria a base de mentiras. Leemos, vemos películas, perseguimos conversaciones ajenas en un autobús o deambulamos por las calles desiertas de Praga, en busca de Franz Kafka. Qué sé yo. Recordar, en cualquier caso, suele precipitarme en un pozo oscuro. Me sucede lo mismo al enfrentarme al tema del «yo», tan presente en Exploradores del abismo y en los demás libros de Vila-Matas.
Librémonos del «yo» de Vila-Matas e imaginemos a alguien que se para en mitad de la calle, sorprendido por un recuerdo o una sensación que le asalta de pronto. Lo llamaremos Bob. Está oyendo en el interior de su cabeza la narración de su anodina y rutinaria existencia. Tiene a una escritora metida en su cabeza que le está contando su vida, para la que ya tiene previsto un final: Bob va a morir, algo con lo que él no está muy de acuerdo. Los planteamientos que la ficción intenta imponer en su destino le resultan abusivos. Quiere que alguien le dé explicaciones. ¿Es realmente necesario hacerle morir? Según la escritora, sí porque sólo de ese modo ella conseguirá escribir una obra maestra. Como no quiero desvelar el desenlace, me conformaré con sugerir que veáis Más extraño que la ficción (Stranger than Fiction, 2006, Marc Forster), una película que bien podría haber sido una novela de Vila-Matas y detrás de la cual se esconde una incómoda verdad: la reputación de la tragedia como elemento de peso para tomar más o menos en serio una película o un libro. Contra ésa y cualquier otra reputación escribe Vila-Matas, a quien se puede admirar más o menos pero es imposible negarle su condición de aventurero, en mitad de tantas crónicas generacionales, mujeres liberadas, inmigración, deterioro medioambiental, frío en las ciudades de provincias, rollos conceptuales y cuentos asombrosos.
Como no estamos aquí para hablar sobre el desproporcionado prestigio de la tragedia, quedémonos con el acto de rebeldía que se produce en Más extraño que la ficción y Exploradores del abismo cuando sus respectivos personajes intentan cambiar los guiones de sus vidas y, en lugar de comportarse como corderillos en manos de un omnipotente creador o de un destino cruel, quieren recordarnos el cansancio que están experimentando ciertas fórmulas narrativas y de paso quienes las sufren, que comienzan a estar hartos de tener que morir para de ese modo ganarse un lugar en el panteón de la cultura. Lo que la película de Marc Forster y el libro de Vila-Matas ponen de manifiesto es que quizás haya una conspiración a gran escala detrás de buena parte del cine que vemos y de la literatura que leemos, que consisten en segundas y terceras partes, secuelas, precuelas, remakes, series, sagas, versiones libres… o sea, en cualquier cosa menos en productos originales.
Como si fuesen parte de una novela de Italo Calvino o David Foster Wallace, los cuentos de Exploradores del abismo huyen de la literatura fácil, que uno puede consumir en el metro -camino del trabajo- porque apenas requiere concentración por nuestra parte. Los escenarios que despliega Vila-Matas podrían adecuarse tan fácilmente a sueños como a pesadillas similares a la que tuve yo al terminar la lectura del libro. Nos acercan a los universos descritos por Laurence Sterne en Vida y opiniones de Tristram Shandy, donde la inteligencia y la paranoia se confunden; o por Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas, donde la crueldad de la lógica y los juegos infantiles se dan la mano. La característica común de ese tipo de literatura es que sus personajes suelen ser neuróticos o solitarios o ambas cosas al mismo tiempo, gente con una visión muy peculiar del mundo.
La obra de Vila-Matas, en general, nos hace pensar que posiblemente las historias muestran signos de cansancio porque ya nadie es capaz de mantener los géneros en los mismos márgenes de hace unas décadas. Eso explicaría que ahora sea necesario hacer mezclas, para ver cuál es el resultado. Frente a una realidad saturada por los medios de comunicación, Internet, el sonido de los teléfonos móviles o la omnipresencia de la publicidad, escritores como él no quieren conformarse con argumentos insignificantes y con recursos humildes, por temor a acabar haciendo trabajos efímeros.
Mientras leemos cada uno de los cuentos de Exploradores del abismo, casi todos nos hacemos la misma pregunta: ¿de qué va la cosa? Gracias a Dios, acabamos concluyendo que lo más importante no es lo que se nos cuenta sino más bien cómo se nos cuenta. Al fin y al cabo, en un período de crisis narrativa, en el que las historias navegan a la deriva en busca de nuevos horizontes, es lógico que haya quienes desmonten los mecanismos de las ficciones, adoptando a veces una actitud lúdica aunque sin olvidar jamás las palabras de Thomas Pynchon cuando, en su novela V, decía: «Diviértete pero no te despistes».
La metaficción —si ése es de verdad el terreno donde escribe Vila-Matas— tiene varios objetivos, entre ellos el de reconciliar nuestra relación con el placer y el aprendizaje, que todavía hay quienes creen que son conceptos antitéticos; aunque su objetivo principal posiblemente consiste en destapar los procesos creativos de la ficción, por si en su caótico mecanismo podemos aprender algo sobre el funcionamiento del mundo y sobre el papel que nos toca jugar a cada uno antes de morir por un capricho del destino o porque la mitad de las ficciones ya no consiguen sacarnos de la rutina.



2.
Inés Matute

Tal vez me equivocara al pedir a la editorial, convencida de que me iba a gustar, un ejemplar de Exploradores del abismo con ánimo de ponerlo bajo la lupa. Y no lo digo desde la decepción, sino desde la certeza de la responsabilidad que supone reseñar al más logrado Vila-Matas, al más maduro, al más sorprendente. V-M es un escritor que se adora o que no se entiende, que fascina o deja frío. Por ese motivo, sus incondicionales encontrarán que esta reseña se queda corta, y los otros, los que aún no han sido seducidos por su maestría, pensarán que mis elogios son gratuitos; una manera de dar jabón a un escritor tan reconocido que poco o nada necesita de mis loas.
Tras una enfermedad que colapsó sus riñones y que le obligó, en primera persona y no desde la ficción, precisamente, a explorar su propio abismo —aceptemos el chascarrillo: meses antes de empezar a escribir esta obra, V-M estuvo a punto de morir por un fallo renal que casi le condujo al coma— el escritor regresó al género cuento tras un paréntesis de doce años, años en los cuales escribió «la trilogía de la catedral metaliteraria», tal y como la bautizó Jorge Herralde, su editor; trilogía formada por los títulos Bartleby y compañía, El mal de Montano y Doctor Pasavento. En ellos, el autor nos introducía en la exploración del oficio de escritor valiéndose de distintos registros e historias, pero jugando siempre con la realidad y la ficción; unos parámetros que en él se confunden, se machihembran, se solapan.
En los 19 magníficos textos de Exploradores del abismo Vilas-Matas sorprende a sus seguidores, que, a pesar de seguir viendo al fantasma del Doctor Pasavento en todos sus textos, sólo pueden admirarse del torrente de imaginación que el escritor despliega en relatos como “Amé a Bo”, un insólito viaje de ciencia ficción con aires surrealistas, imágenes extraídas del mismísimo Kubrick y contrastes plásticos que nos recuerdan a la inquietante obra de De Chirico. Sin ánimo de exagerar, creo que este relato de corte futurista —conmovedor, profundo, raro— en el que el ocupante de una nave espacial atraviesa el infinito hasta llegar a un planeta en el que las cosas se rigen por su propia lógica, es el mejor cuento que he leído en los últimos cinco años. “Amé a Bo” es la frase que el protagonista repite sin cesar, su personal seña de identidad, la llave hacia la salvación o la locura. ¿Y qué decir de “Porque ella no lo pidió”, una de las historias más logradas del libro? En ella, Vila-Matas retuerce la metanarratividad y nos ofrece, partiendo de un hecho real, un juego infinito en torno al extraño encargo de la artista Sophie Calle, incluyendo lo que escribe para ella y sobre ella: una historia a la que Sophie, partiendo de la literatura e interpretando una acción artística a su manera, se someterá sin rechistar. De la literatura a la vida: ¡invirtamos el tradicional proceso creativo!. Me explicaré: si el narrador escribe que Sophie acosa a un desconocido, ella lo hará sin el menor reparo. Si el escritor decide que Sophie ha de enfrentarse al fantasma del propio Vila-Matas en una casona semiabandonada en las Azores... ¿Irá a su encuentro? Y, lo que es aún más angustioso, ¿se verán cara a cara? No, no sabemos si nosotros formamos parte de la charada, si, con Sophie o sin ella, somos un personaje más de la historia, si podremos perfilar un final alternativo o si el autor, dueño y manipulador de todas las identidades, juega desde el principio con las cartas marcadas. Sólo por estas dos historias, ya merece la pena leer el libro...
Pero aún hay más, pues la gente de la calle, usted y yo misma, también tenemos cabida en el libro. Hay quien busca la infancia perdida, «ese desierto», en un banco de la Travesera de Gracia. Hay quien espía y anota —¿para qué?— todo lo que escucha en el autobús cada mañana. Hay quien oye un grito y se despierta al nuevo día sin percatarse de que está «viviendo» el despertar de un muerto. Hay quien reflexiona sobre el sentido de la obra de arte mientras contempla un barranco en el pueblo de Ronda... ¿Y qué pensar de las hijas gemelas del fiscal, devotas de las preguntas sin respuesta?
No desvelaré aquí todos los secretos de Exploradores del abismo, esa brillante galería de guiños y sugerencias. Me limitaré a decir que los exploradores de Vila-Matas son una metáfora de la condición humana en su cara más amable. Son personas-personajes casi corrientes, equilibristas que, al verse al borde del precipicio, y manteniendo siempre una relación desinhibida con el vacío, se cuestionan qué hay más allá del horizonte. Otros espacios. Otras formas de vida. Otros interrogantes. ¿La nada? En algunos casos, ese vacío es el centro mismo del relato, en otros, el abismo sólo es parte del decorado, un pretexto, un truco. Supongo que estos cuentos, muchos de ellos extremadamente cortos, funcionan como puentes sobre ese abismo en el que todos nos reconocemos y que sólo unos pocos son capaces de llenar con palabras. Inclasificable. Deslumbrante. El mejor Vila-Matas.