Prólogo y epílogo de Friedrich Th. Widerberg. Trad. Agustín López y María Tabuyo. El Barquero (José J. de Olañeta, editor), Palma de Mallorca, 2007. 96 pp. 10 €
Elvira Navarro
El editor José J. de Olañeta lleva desde 1976 recuperando extrañas joyas, entre la que se cuenta esta Carta de Lord Chandos, traducción al castellano de Ein Brief (Una carta), que el poeta, ensayista, dramaturgo, novelista y libretista Hugo von Hofmannsthal (Austria, 1874–1929) escribió en 1902 como consecuencia de una muy moderna crisis del lenguaje. La obra, considerada como fundacional de «la estética del silencio que recorre toda la gran literatura del siglo XX», es excepcional por su rareza, y hay quien afirma que se trata de «uno de los textos más expresionistas jamás escritos». Mi saber no alcanza para tanto; sin embargo, puedo asegurar que a ratos tenía la impresión de estar leyendo a Kafka.
La carta, que ocupa treinta y una páginas con letra grande y márgenes generosos, comienza dirigiéndose al filósofo Francis Bacon, y es una respuesta a la inquietud de éste por el silencio literario de Philipp Lord Chandos, un joven poeta inglés, correlato del propio Hofmannsthal. Estamos en el siglo XVII, marco que a mi juicio no es significativo: la misiva podría haberse situado en cualquier otra época, y sólo se me ocurre que el autor la haya desarrollado aquí para relacionarla con los descubrimientos de Bacon. No he leído bibliografía que avale o desmienta tal conexión; en cualquier caso, la hipótesis no es descabellada: Bacon fue un renovador del método de estudio científico, que hasta la fecha había procedido de manera deductiva, presuponiendo una idea del mundo. El filósofo le da la vuelta a la tortilla indicando que los experimentos debían realizarse de forma inductiva, es decir, que era necesario proceder mediante la observación de lo particular, validando a través de la experiencia las leyes obtenidas. Del mismo modo, en la Carta de Lord Chandos hay toda una diatriba contra el lenguaje, el cual encierra una significación preestablecida que no sirve para pintar la realidad. Lo único que queda entonces es una experimentación salvaje de las cosas, sin caer en la tentación de nombrarlas.
Sobre la afirmación del poeta de no comprender los conceptos caben múltiples interpretaciones. La queja del pobre lord empieza siendo tímidamente racional, detallando las extrañas experiencias que tiene con lo que le rodea, y que pasan por no entender las conversaciones ni los libros. Este arranque que coquetea con lo metafórico permite que se haga una lectura desde la lógica, y que se tomen tales hazañas como meramente simbólicas para señalar la inadecuación entre las palabras y el mundo. Desde ese punto de vista, la misma escritura de la carta supone una confianza en el lenguaje a pesar de todo. Sin embargo, también se pueden leer las explicaciones del joven Philipp desde una radical alógica. Y es que conforme la confesión avanza, y ahí reside lo genial y lo inusual de esta obrita, la coherencia estalla, y no lo hace en el lenguaje, sino en la historia misma: lo metafórico se torna inquietantemente real, y Lord Chandos comienza a parecerse a un esquizofrénico. Lo que le ocurre no es un simple desajuste, sino una disolución total del habla y de lo que ésta sustenta: el yo y la sociedad. La carta surgiría pues de la imposibilidad misma, desde la cual, y de manera imposible (repitamos esta palabra hasta la saciedad), sería sin embargo posible: en este nuevo mundo los principios de no contradicción y de identidad se habrían hecho pedazos. De igual modo, la agonía de Lord Chandos sería la de un fantástico silencio hablado.
La enfermedad del poeta le lleva a descubrir la vida de una forma «pura» a través de fenómenos en los que jamás habría reparado antes. Pequeñeces como «una piedra cubierta de musgo», seres despreciables y monstruosos, indignos de una epifanía: «he aquí que de repente se abrió en mi interior aquella bodega repleta de la agonía de aquel pueblo de ratas», y todo cuanto se aleja de la cultura y la normalidad le provoca «una prodigiosa participación, una forma de adentrarse en aquellas criaturas». Esta iluminación de lo ínfimo frente a la prepotencia de lo que se quiere grande (como el lenguaje) vendría a señalar la falsedad de la civilización, de la que sería necesario desprenderse hasta llegar a un místico grado cero.
La Carta de Lord Chandos viene acompañada en esta edición de una breve biografía del autor y de un estudio de Friedrich Th. Widerberg, quien ofrece una interpretación desde un racionalismo estricto y, por tanto, algo cojo. A pesar de ello, el estudio está bien por cuanto da una contextualización donde se nos dice, entre otras cosas, que Hofmannsthal podía haber estado influido por una reacción de finales del siglo XIX contra el «literalismo», consistente en creer que el lenguaje coincidía con la realidad.
En resumen, esta obra, concebida seguramente sin más pretensiones que la de explicar un circunstancial mutismo del autor, se pasea por un campo del silencio aún sin acotar, y además está escrita con una libertad envidiable. Sin dicha libertad, la carta no habría llegado hasta nosotros, pues es en la quiebra despreocupada y juguetona de los límites donde adquiere toda su potencialidad.
El editor José J. de Olañeta lleva desde 1976 recuperando extrañas joyas, entre la que se cuenta esta Carta de Lord Chandos, traducción al castellano de Ein Brief (Una carta), que el poeta, ensayista, dramaturgo, novelista y libretista Hugo von Hofmannsthal (Austria, 1874–1929) escribió en 1902 como consecuencia de una muy moderna crisis del lenguaje. La obra, considerada como fundacional de «la estética del silencio que recorre toda la gran literatura del siglo XX», es excepcional por su rareza, y hay quien afirma que se trata de «uno de los textos más expresionistas jamás escritos». Mi saber no alcanza para tanto; sin embargo, puedo asegurar que a ratos tenía la impresión de estar leyendo a Kafka.
La carta, que ocupa treinta y una páginas con letra grande y márgenes generosos, comienza dirigiéndose al filósofo Francis Bacon, y es una respuesta a la inquietud de éste por el silencio literario de Philipp Lord Chandos, un joven poeta inglés, correlato del propio Hofmannsthal. Estamos en el siglo XVII, marco que a mi juicio no es significativo: la misiva podría haberse situado en cualquier otra época, y sólo se me ocurre que el autor la haya desarrollado aquí para relacionarla con los descubrimientos de Bacon. No he leído bibliografía que avale o desmienta tal conexión; en cualquier caso, la hipótesis no es descabellada: Bacon fue un renovador del método de estudio científico, que hasta la fecha había procedido de manera deductiva, presuponiendo una idea del mundo. El filósofo le da la vuelta a la tortilla indicando que los experimentos debían realizarse de forma inductiva, es decir, que era necesario proceder mediante la observación de lo particular, validando a través de la experiencia las leyes obtenidas. Del mismo modo, en la Carta de Lord Chandos hay toda una diatriba contra el lenguaje, el cual encierra una significación preestablecida que no sirve para pintar la realidad. Lo único que queda entonces es una experimentación salvaje de las cosas, sin caer en la tentación de nombrarlas.
Sobre la afirmación del poeta de no comprender los conceptos caben múltiples interpretaciones. La queja del pobre lord empieza siendo tímidamente racional, detallando las extrañas experiencias que tiene con lo que le rodea, y que pasan por no entender las conversaciones ni los libros. Este arranque que coquetea con lo metafórico permite que se haga una lectura desde la lógica, y que se tomen tales hazañas como meramente simbólicas para señalar la inadecuación entre las palabras y el mundo. Desde ese punto de vista, la misma escritura de la carta supone una confianza en el lenguaje a pesar de todo. Sin embargo, también se pueden leer las explicaciones del joven Philipp desde una radical alógica. Y es que conforme la confesión avanza, y ahí reside lo genial y lo inusual de esta obrita, la coherencia estalla, y no lo hace en el lenguaje, sino en la historia misma: lo metafórico se torna inquietantemente real, y Lord Chandos comienza a parecerse a un esquizofrénico. Lo que le ocurre no es un simple desajuste, sino una disolución total del habla y de lo que ésta sustenta: el yo y la sociedad. La carta surgiría pues de la imposibilidad misma, desde la cual, y de manera imposible (repitamos esta palabra hasta la saciedad), sería sin embargo posible: en este nuevo mundo los principios de no contradicción y de identidad se habrían hecho pedazos. De igual modo, la agonía de Lord Chandos sería la de un fantástico silencio hablado.
La enfermedad del poeta le lleva a descubrir la vida de una forma «pura» a través de fenómenos en los que jamás habría reparado antes. Pequeñeces como «una piedra cubierta de musgo», seres despreciables y monstruosos, indignos de una epifanía: «he aquí que de repente se abrió en mi interior aquella bodega repleta de la agonía de aquel pueblo de ratas», y todo cuanto se aleja de la cultura y la normalidad le provoca «una prodigiosa participación, una forma de adentrarse en aquellas criaturas». Esta iluminación de lo ínfimo frente a la prepotencia de lo que se quiere grande (como el lenguaje) vendría a señalar la falsedad de la civilización, de la que sería necesario desprenderse hasta llegar a un místico grado cero.
La Carta de Lord Chandos viene acompañada en esta edición de una breve biografía del autor y de un estudio de Friedrich Th. Widerberg, quien ofrece una interpretación desde un racionalismo estricto y, por tanto, algo cojo. A pesar de ello, el estudio está bien por cuanto da una contextualización donde se nos dice, entre otras cosas, que Hofmannsthal podía haber estado influido por una reacción de finales del siglo XIX contra el «literalismo», consistente en creer que el lenguaje coincidía con la realidad.
En resumen, esta obra, concebida seguramente sin más pretensiones que la de explicar un circunstancial mutismo del autor, se pasea por un campo del silencio aún sin acotar, y además está escrita con una libertad envidiable. Sin dicha libertad, la carta no habría llegado hasta nosotros, pues es en la quiebra despreocupada y juguetona de los límites donde adquiere toda su potencialidad.
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