Sofía Rhei
Siguiendo la trayectoria y el esquema narrativo de La divina comedia, del poeta italiano Dante Alighieri (en la cual un personaje muy parecido al propio Dante recorre, de la mano del poeta latino Virgilio las nueve divisiones del infierno, las siete del purgatorio, y las nueve del cielo, narrando todo lo que encuentra en ellos), Carlo Frabetti escribe tres libros en los que describe su particular versión de estos tres lugares, compuestos de las mismas partes y distribución de contenidos que su modelo.
Además de la vertebración dantesca, los libros comparten una compartimentación similar de sus contenidos: están encabezados por un poema (traducción-versión libérrima del canto inicial de cada uno de los libros de Dante), al que siguen tres relatos que pueden leerse como «variaciones sobre un tema» previas a la reflexión inicial acerca de la naturaleza de cada uno de los espacios, un cuerpo de la narración segmentado según su configuración geográfica, y un apéndice que recoge las lecciones aprendidas. Fuera de los textos, el autor explica extensamente la procedencia de algunos fragmentos, ideas o hallazgos.
El narrador comparte muchísimas características con el propio Carlo Frabetti, pero para llegar a esta constatación es necesario ir recaudando pequeñas pistas a lo largo de la trilogía, especialmente del segundo volumen. No sería arriesgado aventurar que este libro triple es una forma de autobiografía literaria, una confesión a la vez que una declaración de intenciones, un recuento del pasado y un manojo de propuestas que se tienden hacia el futuro. El tono de los tres volúmenes está basado en una intensa exploración del método dialéctico: en el primero, el interlocutor del narrador es el demonio, en el segundo, diversas apariciones de su memoria (entre las cuales, su propia sombra y el carrolliano conejo blanco), y en el tercero, como no podría ser de otro modo, la guía es la mujer amada. La ambientación de los tres libros deja en la boca un saborcillo como de El Bosco.
El infierno de Frabetti, como se hace patente desde el título, es «una biblioteca» (aunque también hay lugar para la literatura en los otros lugares, puesto que «las buenas ediciones van al cielo»), el purgatorio es una casa infinita, poblada por todos los fantasmas de la vida, y el paraíso, como le corresponde etimológicamente, sucede en un jardín. Tanto la premisa del primer libro como la del segundo darían para una trilogía entera cada una (esos libros deberían estar en la «sala de los libros no escritos» por el autor que se encuentra en su purgatorio). Quizá precisamente eso, que los dos primeros volúmenes tengan detrás una idea global más potente, hace que sean superiores en lo literario. Probablemente el tercero lo es en tanto que vehículo de ideas metafísico-espirituales.
En su conjunto, la trilogía se plantea el objetivo matemático-filosófico de búsqueda de verdades, pero es también un canto a la potencialidad; un mecanismo de introspección que puede conducir a un mejor conocimiento del mundo; un carnaval matemático en el que las reflexiones matemáticas tienen un valor metafórico, y por tanto, filosófico; un catálogo de obstáculos a través de los cuales, como sucedía en El misterio de la isla de Tokland, de Joan Manuel Gisbert, puede alcanzarse la totalidad.
«No me sorprendió que el infierno fuera una biblioteca. Tener acceso a las palabras y no a lo que designan es la más refinada versión del suplicio de Tántalo».
«No me sorprendió que el infierno fuera una biblioteca. Subir la piedra de la ignorancia por una montaña de libros, sin alcanzar nunca la cima del conocimiento, es la más refinada versión del suplicio de Sísifo».
«No me sorprendió que el infierno fuera una biblioteca. Ver convertido en palabras todo lo tocado es la más refinada versión del suplicio de Midas».
El recorrido a través del infierno "biblioteca" sirve al autor para ir desgranando su catálogo de antipatías (siempre justificadas) y afinidades (aún más justificadas, si cabe), a veces no sólo en lo tocante a lo literario, sino a propósito de temas de carácter general, como el nacionalismo, la misoginia, el romanticismo, el amor. En este sentido, tiene cierta vocación de selecto cuaderno de apuntes, como los Pequeños tratados de Pascal Quignard. Dice Frabetti en el posfacio aclaratorio:
«Este libro es, en buena medida, un compendio temático e ideológico de mis libros anteriores […]. El propio planteamiento del libro me ha obligado a volver sobre mis temas más recurrentes (por no decir obsesivos), y en un principio pensé en incluir íntegros e inalterados algunos textos […].»
De los tres, el infierno es el libro con más sentido del humor. El más inquietante, por el contrario, es el Purgatorio:
«Me indigna que el purgatorio sea una casa sin fin, el angustioso escenario de mis peores pesadillas infantiles.»
«Me sorprende que el purgatorio sea una casa. Una casa es lo contrario de un castigo.»
«Me sorprende que el purgatorio sea mi propia casa.»
Los territorios del purgatorio son, efectivamente, los del reconocimiento de uno mismo, la memoria, el territorio de los afectos y las pérdidas. Vapuleándose emocionalmente a sí mismo, Frabetti escribe sobre los errores que ha sentido como tales a lo largo de la vida, e hilvana sucesivas anécdotas (las suponemos fuertemente autobiográficas) que sirven como fábulas acerca de diferentes temas: la pereza como fuente de todos los vicios, la soberbia como motor del impulso literario, etc. El tratamiento de este material también es más onírico que en el caso del infierno.
En cuanto al paraíso, probablemente el más "pastiche" y menos homogéneo de los tres (se intuye cierta obligación del autor a sí mismo para acabar la trilogía), es un jardín o parque dentro del cual caben un cine, un museo, una casa, una biblioteca, un Luna Park. Los temas tratados desembocan en la felicidad y el amor, en sus muy diversas variantes. He de reconocer que me emocionó más de lo que el pudor aconseja la aparición de un «ángel crespo» «de rostro rubicundo», como pertinente homenaje al gran poeta y traductor Ángel Crespo.
Las apariciones de este tipo, citas, referencias y "cameos" (hasta del propio Dante) son inacabables, así como los juegos de palabras. Frabetti se cita incluso a sí mismo como autor infantil y como poeta, incluyendo alguno de sus versos. A este respecto, me gustaría recordar que la poesía de Carlo Frabetti es una de las obras lúdico lingüísticas de sabor oulipiano más estimulantes de la lírica reciente.
Esta trilogía, de libros tan delgados que parecería más sensato publicar el conjunto en un solo volumen, tiene para mi gusto el defecto de la brevedad. Lo potencial es uno de los temas de la obra, pero acaso la obra se ha vuelto demasiado potencial: sus premisas darían para una verdadera «opera magna», que igualara en volumen a su antecesor, o al menos en sus 33 cantos-capítulos por tomo. Le perdonamos a Frabetti que tenga la soberbia de escribir, pero no que su pereza le impida hacer que estos volúmenes crezcan hasta llegar a ser todo lo que pueden ser.
Siguiendo la trayectoria y el esquema narrativo de La divina comedia, del poeta italiano Dante Alighieri (en la cual un personaje muy parecido al propio Dante recorre, de la mano del poeta latino Virgilio las nueve divisiones del infierno, las siete del purgatorio, y las nueve del cielo, narrando todo lo que encuentra en ellos), Carlo Frabetti escribe tres libros en los que describe su particular versión de estos tres lugares, compuestos de las mismas partes y distribución de contenidos que su modelo.
Además de la vertebración dantesca, los libros comparten una compartimentación similar de sus contenidos: están encabezados por un poema (traducción-versión libérrima del canto inicial de cada uno de los libros de Dante), al que siguen tres relatos que pueden leerse como «variaciones sobre un tema» previas a la reflexión inicial acerca de la naturaleza de cada uno de los espacios, un cuerpo de la narración segmentado según su configuración geográfica, y un apéndice que recoge las lecciones aprendidas. Fuera de los textos, el autor explica extensamente la procedencia de algunos fragmentos, ideas o hallazgos.
El narrador comparte muchísimas características con el propio Carlo Frabetti, pero para llegar a esta constatación es necesario ir recaudando pequeñas pistas a lo largo de la trilogía, especialmente del segundo volumen. No sería arriesgado aventurar que este libro triple es una forma de autobiografía literaria, una confesión a la vez que una declaración de intenciones, un recuento del pasado y un manojo de propuestas que se tienden hacia el futuro. El tono de los tres volúmenes está basado en una intensa exploración del método dialéctico: en el primero, el interlocutor del narrador es el demonio, en el segundo, diversas apariciones de su memoria (entre las cuales, su propia sombra y el carrolliano conejo blanco), y en el tercero, como no podría ser de otro modo, la guía es la mujer amada. La ambientación de los tres libros deja en la boca un saborcillo como de El Bosco.
El infierno de Frabetti, como se hace patente desde el título, es «una biblioteca» (aunque también hay lugar para la literatura en los otros lugares, puesto que «las buenas ediciones van al cielo»), el purgatorio es una casa infinita, poblada por todos los fantasmas de la vida, y el paraíso, como le corresponde etimológicamente, sucede en un jardín. Tanto la premisa del primer libro como la del segundo darían para una trilogía entera cada una (esos libros deberían estar en la «sala de los libros no escritos» por el autor que se encuentra en su purgatorio). Quizá precisamente eso, que los dos primeros volúmenes tengan detrás una idea global más potente, hace que sean superiores en lo literario. Probablemente el tercero lo es en tanto que vehículo de ideas metafísico-espirituales.
En su conjunto, la trilogía se plantea el objetivo matemático-filosófico de búsqueda de verdades, pero es también un canto a la potencialidad; un mecanismo de introspección que puede conducir a un mejor conocimiento del mundo; un carnaval matemático en el que las reflexiones matemáticas tienen un valor metafórico, y por tanto, filosófico; un catálogo de obstáculos a través de los cuales, como sucedía en El misterio de la isla de Tokland, de Joan Manuel Gisbert, puede alcanzarse la totalidad.
«No me sorprendió que el infierno fuera una biblioteca. Tener acceso a las palabras y no a lo que designan es la más refinada versión del suplicio de Tántalo».
«No me sorprendió que el infierno fuera una biblioteca. Subir la piedra de la ignorancia por una montaña de libros, sin alcanzar nunca la cima del conocimiento, es la más refinada versión del suplicio de Sísifo».
«No me sorprendió que el infierno fuera una biblioteca. Ver convertido en palabras todo lo tocado es la más refinada versión del suplicio de Midas».
El recorrido a través del infierno "biblioteca" sirve al autor para ir desgranando su catálogo de antipatías (siempre justificadas) y afinidades (aún más justificadas, si cabe), a veces no sólo en lo tocante a lo literario, sino a propósito de temas de carácter general, como el nacionalismo, la misoginia, el romanticismo, el amor. En este sentido, tiene cierta vocación de selecto cuaderno de apuntes, como los Pequeños tratados de Pascal Quignard. Dice Frabetti en el posfacio aclaratorio:
«Este libro es, en buena medida, un compendio temático e ideológico de mis libros anteriores […]. El propio planteamiento del libro me ha obligado a volver sobre mis temas más recurrentes (por no decir obsesivos), y en un principio pensé en incluir íntegros e inalterados algunos textos […].»
De los tres, el infierno es el libro con más sentido del humor. El más inquietante, por el contrario, es el Purgatorio:
«Me indigna que el purgatorio sea una casa sin fin, el angustioso escenario de mis peores pesadillas infantiles.»
«Me sorprende que el purgatorio sea una casa. Una casa es lo contrario de un castigo.»
«Me sorprende que el purgatorio sea mi propia casa.»
Los territorios del purgatorio son, efectivamente, los del reconocimiento de uno mismo, la memoria, el territorio de los afectos y las pérdidas. Vapuleándose emocionalmente a sí mismo, Frabetti escribe sobre los errores que ha sentido como tales a lo largo de la vida, e hilvana sucesivas anécdotas (las suponemos fuertemente autobiográficas) que sirven como fábulas acerca de diferentes temas: la pereza como fuente de todos los vicios, la soberbia como motor del impulso literario, etc. El tratamiento de este material también es más onírico que en el caso del infierno.
En cuanto al paraíso, probablemente el más "pastiche" y menos homogéneo de los tres (se intuye cierta obligación del autor a sí mismo para acabar la trilogía), es un jardín o parque dentro del cual caben un cine, un museo, una casa, una biblioteca, un Luna Park. Los temas tratados desembocan en la felicidad y el amor, en sus muy diversas variantes. He de reconocer que me emocionó más de lo que el pudor aconseja la aparición de un «ángel crespo» «de rostro rubicundo», como pertinente homenaje al gran poeta y traductor Ángel Crespo.
Las apariciones de este tipo, citas, referencias y "cameos" (hasta del propio Dante) son inacabables, así como los juegos de palabras. Frabetti se cita incluso a sí mismo como autor infantil y como poeta, incluyendo alguno de sus versos. A este respecto, me gustaría recordar que la poesía de Carlo Frabetti es una de las obras lúdico lingüísticas de sabor oulipiano más estimulantes de la lírica reciente.
Esta trilogía, de libros tan delgados que parecería más sensato publicar el conjunto en un solo volumen, tiene para mi gusto el defecto de la brevedad. Lo potencial es uno de los temas de la obra, pero acaso la obra se ha vuelto demasiado potencial: sus premisas darían para una verdadera «opera magna», que igualara en volumen a su antecesor, o al menos en sus 33 cantos-capítulos por tomo. Le perdonamos a Frabetti que tenga la soberbia de escribir, pero no que su pereza le impida hacer que estos volúmenes crezcan hasta llegar a ser todo lo que pueden ser.
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