Pedro M. Domene
Tener entre las manos un nuevo libro de Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 1932) produce esa extraña y reconfortante sensación de saber que te dispones a entrar en una historia donde aspectos como lo onírico o lo simbólico y el humor o la ironía facilitan el buen rato empleado. Las historias de Tomeo son tan «mínimas» como los medios manifiestamente reducidos que conjuran al lector a trasladarse a un mundo en el que él mismo encontrará las preguntas y las respuestas, sin que nombres y lugares aludan a una realidad concreta e identificable. Tomeo se desliga de referencias concretas para poder tratar con toda libertad temas que atañen a la naturaleza humana en su «estado más puro», por eso la lectura de sus textos no resulta menos crítica, o tan fascinante como desenfadada, cargada de una acidez extrema, acumulada con el paso de los años en sus acertados juicios de valor, desmitificando, en la mayoría de sus propuestas, aquellos temas que aún importan en nuestra sociedad: el amor, la amistad, el sexo, la homosexualidad o la senectud.
Como siempre, Tomeo, no deja de sorprender a sus lectores y con Los amantes de silicona (2008) ocurre algo semejante porque, Lupercia y Basilio, los protagonistas de esta farsa costumbrista, son una pareja que convive con el paso de los años en un estado de aburrida incomunicación, e incluye una insatisfacción sexual. Así deciden, de mutuo acuerdo, comprar sendos muñecos de silicona para atender a esas necesidades que ya no pueden cubrir. Los muñecos, Marilyn y Big John, pertenecen a una nueva generación tecnológica con características casi humanas, como una voluntad propia. Un buen día, ambos muñecos, deciden escaparse de sus respectivos armarios donde sus dueños los tienen encerrados y deslumbrados. El uno por el otro, hacen el amor por su cuenta y, además, desacreditan a sus amos y sus artes amatorias. La ambigüedad con que el narrador trata el tema, incluso esa técnica de manifestar que la ocurrencia se debe a un amigo, a quien promete leer los primeros diecisiete folios enviados para darle su opinión, y entrar, a lo largo del relato, en una divertida disquisición sobre aspectos crítico-literarios, hacen de su desenlace lo más imaginativo. Toda la mojiganga inventada por Tomeo no deja de producir alguna que otra sonrisa, cierta angustia, mucha insatisfacción y, sobre todo, perplejidad a la hora de constatar que los muñecos de goma están, en esta nueva historia, por encima de los humanos.
Lo mejor, como siempre, la frase breve y un léxico sencillo que no produce problemas de comprensión y cuyo efecto lector es ejemplar, también en Los amantes de silicona; la broma con que trata las situaciones, ese humorismo fino e inteligente sobre una realidad común, aunque la propuesta sea de lo más disparatado, sin que la verosimilitud pueda parecerse a nuestra cotidianidad y cada lector proponga su propia solución al problema. La agilidad narrativa de Tomeo, favorecida por situaciones casi escénicas, consigue que el grado de entretenimiento esté garantizado y en esto, el escritor aragonés, es más que un verdadero maestro.
Como siempre, Tomeo, no deja de sorprender a sus lectores y con Los amantes de silicona (2008) ocurre algo semejante porque, Lupercia y Basilio, los protagonistas de esta farsa costumbrista, son una pareja que convive con el paso de los años en un estado de aburrida incomunicación, e incluye una insatisfacción sexual. Así deciden, de mutuo acuerdo, comprar sendos muñecos de silicona para atender a esas necesidades que ya no pueden cubrir. Los muñecos, Marilyn y Big John, pertenecen a una nueva generación tecnológica con características casi humanas, como una voluntad propia. Un buen día, ambos muñecos, deciden escaparse de sus respectivos armarios donde sus dueños los tienen encerrados y deslumbrados. El uno por el otro, hacen el amor por su cuenta y, además, desacreditan a sus amos y sus artes amatorias. La ambigüedad con que el narrador trata el tema, incluso esa técnica de manifestar que la ocurrencia se debe a un amigo, a quien promete leer los primeros diecisiete folios enviados para darle su opinión, y entrar, a lo largo del relato, en una divertida disquisición sobre aspectos crítico-literarios, hacen de su desenlace lo más imaginativo. Toda la mojiganga inventada por Tomeo no deja de producir alguna que otra sonrisa, cierta angustia, mucha insatisfacción y, sobre todo, perplejidad a la hora de constatar que los muñecos de goma están, en esta nueva historia, por encima de los humanos.
Lo mejor, como siempre, la frase breve y un léxico sencillo que no produce problemas de comprensión y cuyo efecto lector es ejemplar, también en Los amantes de silicona; la broma con que trata las situaciones, ese humorismo fino e inteligente sobre una realidad común, aunque la propuesta sea de lo más disparatado, sin que la verosimilitud pueda parecerse a nuestra cotidianidad y cada lector proponga su propia solución al problema. La agilidad narrativa de Tomeo, favorecida por situaciones casi escénicas, consigue que el grado de entretenimiento esté garantizado y en esto, el escritor aragonés, es más que un verdadero maestro.
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