Trad. Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia Soriano. Igitur, Montblanc, 2007. 79 pp. 10 €
Nere Basabe
«Cuando la noche es serena observo el cielo. No deja de asombrarme cuántos puntos de vista hay ahí». Y es precisamente este asombro de un viejo profesor (“El viejo catedrático”), el asombro por la miríada de puntos de vista cósmicos en los que se despliega su escritura, ofreciendo una perspectiva siempre novedosa, lo que caracteriza la poesía de Wislawa Szymborska (Kórnik, Polonia, 1923), un despliegue de perspectivas que no sólo es cuestión de enfoque, sino que afecta al contenido y se convierte en toda una poética de tintes éticos, ilustrada en el poema “Falta de atención”: «Ayer me porté mal en el cosmos./ Viví todo el día sin preguntar por nada, sin sorprenderme por nada». (...) «El cósmico savoir-vivre/ aunque calla sobre nuestro asunto/ exige, sin embargo, algo de nosotros:/ una cierta atención, un par de frases de Pascal/ y una sorprendente participación en este juego de reglas desconocidas».
El último libro de poemas de Szymborska, Dos puntos, repite este motivo y otros muchos de los que ya poblaban su obra anterior (publicada en España en dos antologías, Paisaje con grano de arena de la editorial Lumen y El gran número, Fin y principio y otros poemas de la editorial Hiperión, aparecidas ambas con motivo del Premio Nobel otorgado a la poeta polaca en 1996): un tono materialista y desmitificador, anti-retórico y en ocasiones coloquial con una clara vocación dialéctica, su peculiar uso del lenguaje científico y la inspiración pascaliana (evocada aquí en varias ocasiones, así como el poema-divertimento “Consuelo”, acerca de la preferencia de Darwin por los finales felices), y todo poblado de una gran ironía, un racionalismo a veces poco lírico pero que no por ello deja de hacerse preguntas y emocionar (en la constatación de los interrogantes que sólo hallan como respuesta «dos puntos:»); la preferencia del instante que se presenta como una epifanía (explícitamente aquí en el poema “De hecho cualquier poema”: «De hecho cualquier poema/ podría titularse ‘Instante’» o en el poema “Acontecimiento”), y siempre ahondando en esos puntos de vista multiplicados (“Perspectiva”, o “La cortesía de los ciegos”), que dan testimonio de la experiencia de un sujeto que se asombra de su pequeñez en el cosmos, aportando una nueva luz sobre la condición humana e imprimiendo a su poesía toda su originalidad.
De la contingencia de la existencia y la pavorosa certitud de ser sólo un punto diminuto en el espacio, nos habla, en un tono coloquial, el poema que abre el libro, “Ausencia”. Una contingencia que toma forma de una incógnita sin respuesta, y que en el poema “ABC” —una reflexión metafórica sobre su relación con el poema—, se presenta como una poética a la inversa: qué significo yo para el lenguaje. El desconocimiento y la ausencia, la participación en unas reglas que nos son desconocidas, se repiten en los poemas “Accidente de tráfico” (descripción de una cotidianeidad anodina que nos escamotea la posibilidad de la mirada omnicomprensiva), “Perspectiva”, y “Mañana” —sin nosotros, donde haciendo un uso irónico del lenguaje científico (en este caso, un parte metereológico), acaba de esta manera burlona: «a los que siguen viviendo/ todavía les será de utilidad el paraguas». La burla iconoclasta aparece en otras muchas ocasiones, a través precisamente de esa puesta en cuestión que trastoca toda perspectiva: cómo leerle un poema que habla de imágenes, colores y arco iris a un grupo de ciegos: «Alguno de ellos incluso se acerca/ con un libro abierto al revés/ pidiendo un autógrafo invisible para él». (“La cortesía de los ciegos”).
Wislawa Szymborska presta especial atención también, como otra de sus constantes, a la Historia, pero alejada de toda aproximación historicista y confiada en el progreso. Estas reflexiones están íntimamente relacionadas con la experiencia de la II Guerra Mundial y las terribles noticias sobre los sucesos de esa época que empezaron a ver la luz en los años en que la poeta se estrenaba con sus primeros libros. La apología de la condición humana, pese a todo, de Llamando al Yeti (1957), cede aquí lugar a la reflexión sobre la responsabilidad y la culpa: una gacela tropieza en su huída y la leona le da alcance; «A la pregunta de quién es el culpable,/ nada, sólo silencio»; inocente es el cielo y la tierra, el tiempo en el que el hecho tiene lugar, tan inocente la leona como la gacela, e inocente también el observador que mira con los prismáticos, el irónicamente llamado «homo sapiens innocens» (“Acontecimiento”). La perspectiva del mundo animal como parábola se repite en “Monólogo de un perro enredado en la Historia”, donde la caída de un poderoso se nos describe a través de la mirada desconcertada de su perro, que no entiende la repentina pérdida de privilegios y cómo la Historia también se ensaña con él: «Qué lo detenía ahí, en los valles, no lo sé./ Adivino, sin embargo, que eran asuntos urgentes,/ cuando menos tan urgentes/ como para mí luchar con los gatos/ y con todo lo que innecesariamente se mueve». Y con ecos culturalistas que nunca faltan tampoco, cede la palabra a Átropos, de las tres Parcas la que con sus tijeras corta el hilo de la vida de los hombres, para que se explaye sobre su oficio, sin culpas y tan sólo como un esmerado hacer su trabajo.
Finalmente, en el “Horrible sueño de un poeta”, Szymborska juega con la posibilidad anti-poética de un mundo en el que el lenguaje no conoce más que su función denotativa, donde no hay más palabras que las necesarias y sólo se pregunta por aquello para lo que hay respuesta; la autora aprovecha esta hipótesis para reflexionar sobre su condición, puesto que no hay lugar en ese mundo para la poesía, ni la filosofía, ni la religión; es el reflejo de su contingencia, y la peor pesadilla del poeta:
«La vida en su punto —y punto. Y el zumbido de las galaxias».
«Cuando la noche es serena observo el cielo. No deja de asombrarme cuántos puntos de vista hay ahí». Y es precisamente este asombro de un viejo profesor (“El viejo catedrático”), el asombro por la miríada de puntos de vista cósmicos en los que se despliega su escritura, ofreciendo una perspectiva siempre novedosa, lo que caracteriza la poesía de Wislawa Szymborska (Kórnik, Polonia, 1923), un despliegue de perspectivas que no sólo es cuestión de enfoque, sino que afecta al contenido y se convierte en toda una poética de tintes éticos, ilustrada en el poema “Falta de atención”: «Ayer me porté mal en el cosmos./ Viví todo el día sin preguntar por nada, sin sorprenderme por nada». (...) «El cósmico savoir-vivre/ aunque calla sobre nuestro asunto/ exige, sin embargo, algo de nosotros:/ una cierta atención, un par de frases de Pascal/ y una sorprendente participación en este juego de reglas desconocidas».
El último libro de poemas de Szymborska, Dos puntos, repite este motivo y otros muchos de los que ya poblaban su obra anterior (publicada en España en dos antologías, Paisaje con grano de arena de la editorial Lumen y El gran número, Fin y principio y otros poemas de la editorial Hiperión, aparecidas ambas con motivo del Premio Nobel otorgado a la poeta polaca en 1996): un tono materialista y desmitificador, anti-retórico y en ocasiones coloquial con una clara vocación dialéctica, su peculiar uso del lenguaje científico y la inspiración pascaliana (evocada aquí en varias ocasiones, así como el poema-divertimento “Consuelo”, acerca de la preferencia de Darwin por los finales felices), y todo poblado de una gran ironía, un racionalismo a veces poco lírico pero que no por ello deja de hacerse preguntas y emocionar (en la constatación de los interrogantes que sólo hallan como respuesta «dos puntos:»); la preferencia del instante que se presenta como una epifanía (explícitamente aquí en el poema “De hecho cualquier poema”: «De hecho cualquier poema/ podría titularse ‘Instante’» o en el poema “Acontecimiento”), y siempre ahondando en esos puntos de vista multiplicados (“Perspectiva”, o “La cortesía de los ciegos”), que dan testimonio de la experiencia de un sujeto que se asombra de su pequeñez en el cosmos, aportando una nueva luz sobre la condición humana e imprimiendo a su poesía toda su originalidad.
De la contingencia de la existencia y la pavorosa certitud de ser sólo un punto diminuto en el espacio, nos habla, en un tono coloquial, el poema que abre el libro, “Ausencia”. Una contingencia que toma forma de una incógnita sin respuesta, y que en el poema “ABC” —una reflexión metafórica sobre su relación con el poema—, se presenta como una poética a la inversa: qué significo yo para el lenguaje. El desconocimiento y la ausencia, la participación en unas reglas que nos son desconocidas, se repiten en los poemas “Accidente de tráfico” (descripción de una cotidianeidad anodina que nos escamotea la posibilidad de la mirada omnicomprensiva), “Perspectiva”, y “Mañana” —sin nosotros, donde haciendo un uso irónico del lenguaje científico (en este caso, un parte metereológico), acaba de esta manera burlona: «a los que siguen viviendo/ todavía les será de utilidad el paraguas». La burla iconoclasta aparece en otras muchas ocasiones, a través precisamente de esa puesta en cuestión que trastoca toda perspectiva: cómo leerle un poema que habla de imágenes, colores y arco iris a un grupo de ciegos: «Alguno de ellos incluso se acerca/ con un libro abierto al revés/ pidiendo un autógrafo invisible para él». (“La cortesía de los ciegos”).
Wislawa Szymborska presta especial atención también, como otra de sus constantes, a la Historia, pero alejada de toda aproximación historicista y confiada en el progreso. Estas reflexiones están íntimamente relacionadas con la experiencia de la II Guerra Mundial y las terribles noticias sobre los sucesos de esa época que empezaron a ver la luz en los años en que la poeta se estrenaba con sus primeros libros. La apología de la condición humana, pese a todo, de Llamando al Yeti (1957), cede aquí lugar a la reflexión sobre la responsabilidad y la culpa: una gacela tropieza en su huída y la leona le da alcance; «A la pregunta de quién es el culpable,/ nada, sólo silencio»; inocente es el cielo y la tierra, el tiempo en el que el hecho tiene lugar, tan inocente la leona como la gacela, e inocente también el observador que mira con los prismáticos, el irónicamente llamado «homo sapiens innocens» (“Acontecimiento”). La perspectiva del mundo animal como parábola se repite en “Monólogo de un perro enredado en la Historia”, donde la caída de un poderoso se nos describe a través de la mirada desconcertada de su perro, que no entiende la repentina pérdida de privilegios y cómo la Historia también se ensaña con él: «Qué lo detenía ahí, en los valles, no lo sé./ Adivino, sin embargo, que eran asuntos urgentes,/ cuando menos tan urgentes/ como para mí luchar con los gatos/ y con todo lo que innecesariamente se mueve». Y con ecos culturalistas que nunca faltan tampoco, cede la palabra a Átropos, de las tres Parcas la que con sus tijeras corta el hilo de la vida de los hombres, para que se explaye sobre su oficio, sin culpas y tan sólo como un esmerado hacer su trabajo.
Finalmente, en el “Horrible sueño de un poeta”, Szymborska juega con la posibilidad anti-poética de un mundo en el que el lenguaje no conoce más que su función denotativa, donde no hay más palabras que las necesarias y sólo se pregunta por aquello para lo que hay respuesta; la autora aprovecha esta hipótesis para reflexionar sobre su condición, puesto que no hay lugar en ese mundo para la poesía, ni la filosofía, ni la religión; es el reflejo de su contingencia, y la peor pesadilla del poeta:
«La vida en su punto —y punto. Y el zumbido de las galaxias».
1 comentario:
Wislawa Szymborska con su fina y delicada poesía remueve los cimientos de nuestras más profundas sensaciones.
Excelente reseña.
Saludos desde Argentina.
Danhir S.
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