Sofía Rhei
Bulgákov, él mismo apasionado autor teatral y condenado a penurias y castigos por su falta de adhesión al régimen comunista (equiparables en cierto modo a los caprichos del azar y de la aristocracia que vapulearon a Molière) despliega una red de empatía con las desventuras del gran dramaturgo: la decadente corte del Rey Sol, con sus interminables intrigas palaciegas, se convierte en un símbolo de todos los lugares en los que el poder se combina inevitablemente con el miedo.
«Al día siguiente el señor Molière recibió una notificación oficial de las autoridades de París en la que se le hacía saber que en lo sucesivo se prohibía representar su obra Las preciosas ridículas».
El autor, víctima de la censura estalinista en tantas ocasiones, siempre toma partido por Jean-Baptiste, pero no evita hablar de sus errores y fracasos y tampoco niega que pudiera ser cierto que Armande, la tercera esposa del dramaturgo francés, pudiera haber sido al mismo tiempo su hija carnal. Lo que Bulgákov admira es el arrollador talento de su personaje, no necesariamente sus cualidades morales: la fascinación hacia su rapidez escribiendo («en el tiempo que transcurrió entre el nacimiento y el bautizo del niño, Molière escribió y puso en escena su nueva comedia»), su don con el verso, su empeño en sacar adelante nuevos proyectos, su búsqueda de un estilo capaz de satisfacer tanto al público como a sí mismo.
El mismo respeto absoluto, la misma ternura hacia la persona dotada de genio que se adivina en la Margarita de El maestro y Margarita están presentes explícitamente en el narrador de este libro, demiurgo que no esconde ser el propio Bulgákov. Esta empatía da una vibración especial a la escritura, que consigue crear emoción a partir de anécdotas históricas que podrían haber resultado áridas en otras plumas.
La historia de Molière está narrada en orden cronológico, incluso desde antes de su nacimiento: comienza con una escena teatral, en la que el autor se introduce como personaje y dialoga con la comadrona. A partir de ahí, y dando muestras de haber llevado a cabo una exhaustiva investigación histórica, se va desgranando al completo la historia no sólo de Jean Baptiste Poquelin, sino de todos los personajes que le rodean, que en muchos casos resultan fascinantes: Nicolás Fouquet, condenado a cadena perpetua por haber escrito un billete amoroso a la amante del rey, la cocinera La Foret («mujer a quien, según las murmuraciones parisinas, Molière leía en primer lugar sus nuevas comedias para saber si eran o no cómicas»), un tal Neufvillaine capaz de retener en su memoria una comedia entera con sólo verla seis veces, el fabulista La Fontaine, gran amigo de Molière, o los dramaturgos Racine y Corneille, que terminaron por no serlo. También se una enternecedora importancia a los donantes privados que en numerosas ocasiones salvaron las espaldas de Molière, citándolos con nombre y apellidos con una gratitud que parece nacer personalmente del propio Bulgákov.
Se trata sin duda de un libro capaz de satisfacer a lectores muy diferentes: los degustadores de detalladas reconstrucciones históricas, los fascinados por el teatro, los que se dejan arrastrar por una narración cuyo estilo vivo a veces puede recordar un cuento, los que disfrutan buscando sutiles subtextos de carácter político, los amantes de las biografías llenas de detalles amorosos y de intrigas sociales y políticas. Con tantos ingredientes sabiamente mezclados, y sobre todo gracias al talento narrativo apasionado del escritor ruso (y a la excelente traducción, capaz de conseguir ese sabor bulgakoviano al que nos hemos aficionado en sus demás obras), se trata de un libro altamente recomendable, muy entretenido, cuyas páginas parecen pasarse solas al ritmo frenético de la vida del obstinado, ambicioso, vulnerable y genial Molière.
Bulgákov, él mismo apasionado autor teatral y condenado a penurias y castigos por su falta de adhesión al régimen comunista (equiparables en cierto modo a los caprichos del azar y de la aristocracia que vapulearon a Molière) despliega una red de empatía con las desventuras del gran dramaturgo: la decadente corte del Rey Sol, con sus interminables intrigas palaciegas, se convierte en un símbolo de todos los lugares en los que el poder se combina inevitablemente con el miedo.
«Al día siguiente el señor Molière recibió una notificación oficial de las autoridades de París en la que se le hacía saber que en lo sucesivo se prohibía representar su obra Las preciosas ridículas».
El autor, víctima de la censura estalinista en tantas ocasiones, siempre toma partido por Jean-Baptiste, pero no evita hablar de sus errores y fracasos y tampoco niega que pudiera ser cierto que Armande, la tercera esposa del dramaturgo francés, pudiera haber sido al mismo tiempo su hija carnal. Lo que Bulgákov admira es el arrollador talento de su personaje, no necesariamente sus cualidades morales: la fascinación hacia su rapidez escribiendo («en el tiempo que transcurrió entre el nacimiento y el bautizo del niño, Molière escribió y puso en escena su nueva comedia»), su don con el verso, su empeño en sacar adelante nuevos proyectos, su búsqueda de un estilo capaz de satisfacer tanto al público como a sí mismo.
El mismo respeto absoluto, la misma ternura hacia la persona dotada de genio que se adivina en la Margarita de El maestro y Margarita están presentes explícitamente en el narrador de este libro, demiurgo que no esconde ser el propio Bulgákov. Esta empatía da una vibración especial a la escritura, que consigue crear emoción a partir de anécdotas históricas que podrían haber resultado áridas en otras plumas.
La historia de Molière está narrada en orden cronológico, incluso desde antes de su nacimiento: comienza con una escena teatral, en la que el autor se introduce como personaje y dialoga con la comadrona. A partir de ahí, y dando muestras de haber llevado a cabo una exhaustiva investigación histórica, se va desgranando al completo la historia no sólo de Jean Baptiste Poquelin, sino de todos los personajes que le rodean, que en muchos casos resultan fascinantes: Nicolás Fouquet, condenado a cadena perpetua por haber escrito un billete amoroso a la amante del rey, la cocinera La Foret («mujer a quien, según las murmuraciones parisinas, Molière leía en primer lugar sus nuevas comedias para saber si eran o no cómicas»), un tal Neufvillaine capaz de retener en su memoria una comedia entera con sólo verla seis veces, el fabulista La Fontaine, gran amigo de Molière, o los dramaturgos Racine y Corneille, que terminaron por no serlo. También se una enternecedora importancia a los donantes privados que en numerosas ocasiones salvaron las espaldas de Molière, citándolos con nombre y apellidos con una gratitud que parece nacer personalmente del propio Bulgákov.
Se trata sin duda de un libro capaz de satisfacer a lectores muy diferentes: los degustadores de detalladas reconstrucciones históricas, los fascinados por el teatro, los que se dejan arrastrar por una narración cuyo estilo vivo a veces puede recordar un cuento, los que disfrutan buscando sutiles subtextos de carácter político, los amantes de las biografías llenas de detalles amorosos y de intrigas sociales y políticas. Con tantos ingredientes sabiamente mezclados, y sobre todo gracias al talento narrativo apasionado del escritor ruso (y a la excelente traducción, capaz de conseguir ese sabor bulgakoviano al que nos hemos aficionado en sus demás obras), se trata de un libro altamente recomendable, muy entretenido, cuyas páginas parecen pasarse solas al ritmo frenético de la vida del obstinado, ambicioso, vulnerable y genial Molière.
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