Ignacio Sanz
Gonzalo Moure es un escritor celebérrimo entre el público infantil y juvenil, uno de los más queridos en colegios e institutos. Comunica en la corta distancia con verdadera pasión y remueve las entretelas de los muchachos que lo escuchan boquiabierto. He tenido ocasión de comprobarlo. Ha ganado muchos de los premios de este género lo que garantiza su solvencia y oficio. Por mi parte lo había catado en alguna de sus obras anteriores pero, si he de decir la verdad, lo había encontrado ligeramente ternurista. No creo que eso sea un baldón para su obra, posiblemente el ternurismo enlace bien con el espíritu dominante de la infancia.
La noche de El Risón, la novela objeto de este comentario, es una obra descarnada, llena de crudeza que retrata una noche de temporal en un pueblo costero del norte. Y lo hace en primera persona. Esta experiencia que resulta iniciática para el narrador, se traslada con todas las emociones al espíritu del lector que vive esos mismos desasosiegos y peligros. Por eso me ha sorprendido tanto esta novela verdaderamente extraordinaria.
Nos encontramos en una taberna; los ecos del temporal llegan hasta el ambiente tenebroso donde un grupo heterogéneo de personajes cuentan historias increíbles para ir sobrellevando esa noche horrible. La tensión domina el ambiente; a una historia desgarradora sucede otra horripilante y a ésta una macabra. Los que cuentan son tipos curtidos de la costa, marineros con experiencia, pero el narrador ya no es el adolescente que vivió aquella noche inolvidable, sino un hombre maduro que la recuerda mientras espera con paciencia en un aeropuerto pegado a su ordenador para aliviar las muchas horas de retraso.
Según avanzaba en su lectura me llegaban los ecos de Baroja, de Melville o de Stevenson, de Poe. Y qué curioso, en alguna página del final me encontré con estos autores a los que el Moure expresamente cita.
La leí un sábado por la mañana. Tenía una cita y, contra mi costumbre, llegué tarde por culpa de La noche de El Risón. Puedo decir que se mentí trasladado a mi años juveniles, cuando don Pío se apoderaba de mis tardes contando las mil fatigas y aventuras de sus personajes. Al viejo placer de la lectura, esta novela corta y espléndida añade la remembranza de esos años en los que fuimos subyugados para siempre por la fiebre de la lectura. Literatura de alto voltaje.
Gonzalo Moure es un escritor celebérrimo entre el público infantil y juvenil, uno de los más queridos en colegios e institutos. Comunica en la corta distancia con verdadera pasión y remueve las entretelas de los muchachos que lo escuchan boquiabierto. He tenido ocasión de comprobarlo. Ha ganado muchos de los premios de este género lo que garantiza su solvencia y oficio. Por mi parte lo había catado en alguna de sus obras anteriores pero, si he de decir la verdad, lo había encontrado ligeramente ternurista. No creo que eso sea un baldón para su obra, posiblemente el ternurismo enlace bien con el espíritu dominante de la infancia.
La noche de El Risón, la novela objeto de este comentario, es una obra descarnada, llena de crudeza que retrata una noche de temporal en un pueblo costero del norte. Y lo hace en primera persona. Esta experiencia que resulta iniciática para el narrador, se traslada con todas las emociones al espíritu del lector que vive esos mismos desasosiegos y peligros. Por eso me ha sorprendido tanto esta novela verdaderamente extraordinaria.
Nos encontramos en una taberna; los ecos del temporal llegan hasta el ambiente tenebroso donde un grupo heterogéneo de personajes cuentan historias increíbles para ir sobrellevando esa noche horrible. La tensión domina el ambiente; a una historia desgarradora sucede otra horripilante y a ésta una macabra. Los que cuentan son tipos curtidos de la costa, marineros con experiencia, pero el narrador ya no es el adolescente que vivió aquella noche inolvidable, sino un hombre maduro que la recuerda mientras espera con paciencia en un aeropuerto pegado a su ordenador para aliviar las muchas horas de retraso.
Según avanzaba en su lectura me llegaban los ecos de Baroja, de Melville o de Stevenson, de Poe. Y qué curioso, en alguna página del final me encontré con estos autores a los que el Moure expresamente cita.
La leí un sábado por la mañana. Tenía una cita y, contra mi costumbre, llegué tarde por culpa de La noche de El Risón. Puedo decir que se mentí trasladado a mi años juveniles, cuando don Pío se apoderaba de mis tardes contando las mil fatigas y aventuras de sus personajes. Al viejo placer de la lectura, esta novela corta y espléndida añade la remembranza de esos años en los que fuimos subyugados para siempre por la fiebre de la lectura. Literatura de alto voltaje.
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