Premio «Fray Luis de León de Poesía». Junta de Castilla y León, Barrio de Maravillas, Valladolid, 2007. 61 pp. 8 €
José Gutiérrez Román
Aunque el título nos deje descolocados, vamos a hablar de un poemario, es más, de un excelente libro de poemas y, a su vez, de un excelente poeta como es Eduardo Fraile. Quizá desconocido para algunos lectores, este madrileño, que ha pasado la mayor parte de su vida en Valladolid, puede ser considerado como el Francisco Pino de nuestros días, y no sólo por las influencias estilísticas que pudiera tener del que fue su maestro y amigo, sino por lo parecido de sus trayectorias. Al igual que ocurrió con Francisco Pino durante buena parte de su carrera literaria, los libros que ha publicado Eduardo Fraile han aparecido en pequeñas ediciones (uno de ellos, Con la posible excepción de mí mismo, en Tansoville, sello creado por el propio autor), debido a lo cual no han gozado de la relevancia que merecerían. No tengo muy claro si esta situación se debe en parte a la propia voluntad del autor (como fue el caso de Pino, que hasta mediados de los años setenta no publicó en editoriales de ámbito nacional) o si se trata de otra injusta falta de reconocimiento en vida de un escritor notable, de las que tan sobrada está la historia de la literatura. Sea como fuere, el premio obtenido por este libro ofrece una especie de “justicia poética”, expresión, por otro lado, muy adecuada para definir la esencia última de esta obra.
José Gutiérrez Román
Aunque el título nos deje descolocados, vamos a hablar de un poemario, es más, de un excelente libro de poemas y, a su vez, de un excelente poeta como es Eduardo Fraile. Quizá desconocido para algunos lectores, este madrileño, que ha pasado la mayor parte de su vida en Valladolid, puede ser considerado como el Francisco Pino de nuestros días, y no sólo por las influencias estilísticas que pudiera tener del que fue su maestro y amigo, sino por lo parecido de sus trayectorias. Al igual que ocurrió con Francisco Pino durante buena parte de su carrera literaria, los libros que ha publicado Eduardo Fraile han aparecido en pequeñas ediciones (uno de ellos, Con la posible excepción de mí mismo, en Tansoville, sello creado por el propio autor), debido a lo cual no han gozado de la relevancia que merecerían. No tengo muy claro si esta situación se debe en parte a la propia voluntad del autor (como fue el caso de Pino, que hasta mediados de los años setenta no publicó en editoriales de ámbito nacional) o si se trata de otra injusta falta de reconocimiento en vida de un escritor notable, de las que tan sobrada está la historia de la literatura. Sea como fuere, el premio obtenido por este libro ofrece una especie de “justicia poética”, expresión, por otro lado, muy adecuada para definir la esencia última de esta obra.
Hablemos, pues, del libro. Lo que encontrará el afortunado lector en sus páginas es una poesía cercana y original que se adentra en la reflexión a través de escenas cotidianas de nuestra realidad (como la cola de del pan) y, sobre todo, a través de la exposición de recuerdos personales que sirven como pequeño ajuste de cuentas con el otro que fuimos, o quizás más con el que ahora somos. Pero no son poemas que se ahogan en el llanto por del tiempo perdido, sino que tratan de ahondar en la esencia del niño, del adolescente y del joven que comienza a adentrarse en los claroscuros del mundo adulto, y todo ello mediante una gozosa sensibilidad que refleja el temblor ante las perplejidades que nos provocan los descubrimientos. Aunque fiel a su estética anterior (con imágenes llenas de plasticidad y la personal recreación de la ciudad que le ha visto crecer), los poemas que engloban este libro adquieren un tono más narrativo, pudiendo funcionar incluso como pequeños relatos. Eduardo Fraile es un maestro en registrar a través de sus versos los reflejos más fugaces de la vida, ayudándose para ello de un excepcional manejo de las palabras.
Quién mató a Kennedy y por qué encierra también un paseo por las vidas literarias. Allí vemos aparecer, entre otros, a Claudio Rodríguez traído por una divertida anécdota personal, pero también está el retrato que hace Fraile de él mismo y de algunos insignes escritores a partir de unas imágenes de Carver, Onetti o Allen Ginsberg. De este último, además, se sirve para crear el reverso de su célebre Aullido, que en el caso de nuestro autor pasa a ser “Maullido”, y que resulta tan antológico como el del poeta norteamericano; cito como muestra los primeros versos: «He visto a los peores de mi generación/ escalar los dorados rascacielos del poder/ económico y trepar/ (como monos a los cocoteros) hasta las almenas/ (deslumbrantes como sus dentaduras) de las torres del poder/ político. Todos son presidentes/ (todos son prescindentes, todos son prescindibles)/ de algún Consejo de Administración/ o algo del Gobierno de algo./ Porque ellos son “alguien”, ellos “han llegado”/ de la nada a la monada, se han hecho a sí mismos/ y ahí están.» Hay otros poemas literarios en los que hallamos el lado más juguetón del autor, son los creados a partir del I Ching o del Tao Te King. Allí donde otros exhibirían su erudición, Eduardo Fraile juega con ella, poniéndola al servicio del poema, y no al revés.Nos encontramos, pues, ante un autor y un libro con un pulso muy personal. Pero por si esto no fuera suficiente, además, y para dejar constancia del que el título del libro no es sólo un reclamo, al finalizar su lectura nos será desvelada, de la forma más bella posible, la incógnita sobre quién mató a Kennedy y por qué.
No hay comentarios:
Publicar un comentario