Está empeñado Milorad Pavić (Belgrado, 1929) en que sus novelas no sean sólo eso o, al menos, no llamarlas únicamente “novela”. Por eso, y porque cada una acostumbra a ser y aparecer presentada como una suerte de juego formal, les viene acompañando a sus libros un término que lo complementa: así, la más famosa de ellas, el Diccionario jázaro era una novela-léxico; una novela-crucigrama y una novela-clepsidra fueron, respectivamente, Paisaje pintado con té y El interior del tiempo. La última en llegarnos (junto a los cuentos de Siete pecados capitales) había sido El último amor en Constantinopla y venía con el membrete bastante explícito de novela-tarot. Sin embargo ahora, con el “novela-delta” que suscribe esta Pieza única, no tengo muy claro ni a qué corresponde con exactitud, ni qué clase de delta es ese. Pero sí una cosa, que Pavić va a volver a jugar con nosotros, y a hacernos jugar con su lectura. Casi seguro.
En este caso, de entrada, el libro viene partido en dos, o mejor, vienen dos libros unidos en uno. El más delgado de ellos, apenas ochenta páginas con una sobria cubierta monocroma donde se lee “Cuaderno azul. Inspector superior Eugen Stross”, nos pone, de un solo vistazo, en guardia: si alguien ha realizado una investigación, será porque ha habido un crimen. Y conociendo a Pavić es fácil pensar que el lector, de no ser el muerto, sí va a ser al menos uno de los investigadores. Desde la primera páginas de esta “libreta” sabemos que son las anotaciones y las averiguaciones obtenidas en torno a caso de homicidio. Y pronto, también, que no se trata de una trama lineal, sino que son muchos los factores a tener en cuenta, y que este Inspector Stross del que poco sabemos ha tenido (como el lector, antes o después) que lidiar con sueños, con poetas rusos, con hechizos y maldiciones, con personajes andróginos.
En este caso, de entrada, el libro viene partido en dos, o mejor, vienen dos libros unidos en uno. El más delgado de ellos, apenas ochenta páginas con una sobria cubierta monocroma donde se lee “Cuaderno azul. Inspector superior Eugen Stross”, nos pone, de un solo vistazo, en guardia: si alguien ha realizado una investigación, será porque ha habido un crimen. Y conociendo a Pavić es fácil pensar que el lector, de no ser el muerto, sí va a ser al menos uno de los investigadores. Desde la primera páginas de esta “libreta” sabemos que son las anotaciones y las averiguaciones obtenidas en torno a caso de homicidio. Y pronto, también, que no se trata de una trama lineal, sino que son muchos los factores a tener en cuenta, y que este Inspector Stross del que poco sabemos ha tenido (como el lector, antes o después) que lidiar con sueños, con poetas rusos, con hechizos y maldiciones, con personajes andróginos.
El otro de los volúmenes, el que se llama, ahora sí, “Pieza única” y que aparentemente es el grueso de la novela, nos deja ya claro que nos encontramos con una historia policiaca, donde se encargan unos asesinatos y se llevan a cabo. Sabemos quién, cómo y cuándo. Y a partir de aquí, si no lo ha hecho antes, es decir, a partir de la página 1 (o de la 87, si es que no empezó por esta parte) deberá el lector ir recopilando huellas de perfumes (así se estructurarán los 11 capítulos que forman la “novela”), conversaciones e informes (anexados al final del libro) y sobre todo anotando sueños, ensueños y desvelos. Todo junto nos llevará, llevará al lector, hasta el final de este delta. ¿Y para qué llegar al final? ¿Y al final de qué? ¿O es el principio?
Y es que el éxito o el fracaso de su investigación (de su lectura) dependerá únicamente de él, de ese lector que se ha puesto en manos de Pavić. Unas manos, se lo advierto ya, casi asesinas.
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