Alfaguara, Madrid, 2008. 238 pp. 15,50 €
Doménico Chiappe
Un chileno emigrado, que regresa a Santiago de vacaciones veraniegas, se reúne en una terraza esplendorosa y de moda, sitio de gente autocomplacida y aduladora del presente, con un viejo amigo del colegio, al que llama Zósima, por su apariencia de «monje ruso». De pensamiento contra corriente, Zósima reta a un diputado de izquierdas que, en la mesa de al lado, alza la copa y brinda por «la mejor época que ha vivido Chile» y que «nosotros estamos haciendo». El monje le dice: «Bajo la dictadura tuvimos nuestra mejor época. Contra Pinochet vivíamos mejor».
Carlos Franz asume esta escena como grito y tema de su novela. Entre líneas se lee el desprecio por esa actitud prepotente y conformista a un tiempo. La trama principal, una aventura de juventud, comienza a vislumbrarse cuando Zósima le comenta que una vez le pareció ver a un viejo profesor, muy querido, muy odiado, caminando por las calles como si el tiempo no hubiera pasado. El profesor Polli del tipo El club de los poetas muertos pero versión Internado Nacional Barros Arana, que con literatura educaba para vivir. Lo vio caminando como si no hubiera envejecido (primera hipótesis vampírica). Entonces, desde esa mesa, entre pisco y pisco, esa bebida «andina» que despierta «resentimiento» el narrador revive lo que aconteció cuando tenía veinte años, conducía un taxi en las horas del toque de queda y sirvió a un extraño grupo mafioso que pretendía producir una película, el gran filme cómico de Chile, la «gran talla».
Y el encargado de protagonizar y redactar el guión no es otro que un doble del profesor Polli. Un doble distorsionado, menguado, denigrado. El líder del grupo, Lucio, también ha sido alumno de este maestro y le cuenta al protagonista, a quien de paso enrola para que coescriba el guión, que ha entrenado a este actor para que sea igual a Polli. Y aquí Carlos Franz comienza a esgrimir la segunda hipótesis vampírica, la que reina sobre el trasfondo de la novela, la que sirve de crítica social y política: cuando el individuo original estaba en la cárcel (bajo tortura, carne de desaparecido) otro, con la audacia e impiedad suficientes para sobrevivir a este horror, le roba su personalidad, elabora una «tosca réplica». Los vampiros de Franz se hacen «sorbiendo esa humanidad que le ofrecían, chupándola hasta el tuétano. Impregnándose lo suficiente como para aprender, incluso, la manera que habría tenido un hombre como él de desbarrancarse, de convertirse en una caricatura de sí mismo».
Y esta idea se mezcla con otra, que expone más adelante: «Para la mayoría, la única resistencia posible consiste en la supervivencia».
El joven protagonista que vive de noche, que se enamora de una puta de quince años, que desprecia al «maestrito» pero le debe la vida, alterna con ese descreído ya mayor que está sentado en la mesa de la terraza del restaurante de moda. Y la voz de la tercera persona a un público invisible, a quien quiera escucharle, se alterna con una voz más íntima, de recriminación amorosa, que cambia el tono del narrador cuando se dirige al profesor-maestrito. Porque quién garantiza que el admirado profesor Polli no es el mismo maestrito repugnante Polli (R), después de la metamorfosis sufrida en las cárceles de Pinochet. De letrado a sobreviviente.
Doménico Chiappe
Un chileno emigrado, que regresa a Santiago de vacaciones veraniegas, se reúne en una terraza esplendorosa y de moda, sitio de gente autocomplacida y aduladora del presente, con un viejo amigo del colegio, al que llama Zósima, por su apariencia de «monje ruso». De pensamiento contra corriente, Zósima reta a un diputado de izquierdas que, en la mesa de al lado, alza la copa y brinda por «la mejor época que ha vivido Chile» y que «nosotros estamos haciendo». El monje le dice: «Bajo la dictadura tuvimos nuestra mejor época. Contra Pinochet vivíamos mejor».
Carlos Franz asume esta escena como grito y tema de su novela. Entre líneas se lee el desprecio por esa actitud prepotente y conformista a un tiempo. La trama principal, una aventura de juventud, comienza a vislumbrarse cuando Zósima le comenta que una vez le pareció ver a un viejo profesor, muy querido, muy odiado, caminando por las calles como si el tiempo no hubiera pasado. El profesor Polli del tipo El club de los poetas muertos pero versión Internado Nacional Barros Arana, que con literatura educaba para vivir. Lo vio caminando como si no hubiera envejecido (primera hipótesis vampírica). Entonces, desde esa mesa, entre pisco y pisco, esa bebida «andina» que despierta «resentimiento» el narrador revive lo que aconteció cuando tenía veinte años, conducía un taxi en las horas del toque de queda y sirvió a un extraño grupo mafioso que pretendía producir una película, el gran filme cómico de Chile, la «gran talla».
Y el encargado de protagonizar y redactar el guión no es otro que un doble del profesor Polli. Un doble distorsionado, menguado, denigrado. El líder del grupo, Lucio, también ha sido alumno de este maestro y le cuenta al protagonista, a quien de paso enrola para que coescriba el guión, que ha entrenado a este actor para que sea igual a Polli. Y aquí Carlos Franz comienza a esgrimir la segunda hipótesis vampírica, la que reina sobre el trasfondo de la novela, la que sirve de crítica social y política: cuando el individuo original estaba en la cárcel (bajo tortura, carne de desaparecido) otro, con la audacia e impiedad suficientes para sobrevivir a este horror, le roba su personalidad, elabora una «tosca réplica». Los vampiros de Franz se hacen «sorbiendo esa humanidad que le ofrecían, chupándola hasta el tuétano. Impregnándose lo suficiente como para aprender, incluso, la manera que habría tenido un hombre como él de desbarrancarse, de convertirse en una caricatura de sí mismo».
Y esta idea se mezcla con otra, que expone más adelante: «Para la mayoría, la única resistencia posible consiste en la supervivencia».
El joven protagonista que vive de noche, que se enamora de una puta de quince años, que desprecia al «maestrito» pero le debe la vida, alterna con ese descreído ya mayor que está sentado en la mesa de la terraza del restaurante de moda. Y la voz de la tercera persona a un público invisible, a quien quiera escucharle, se alterna con una voz más íntima, de recriminación amorosa, que cambia el tono del narrador cuando se dirige al profesor-maestrito. Porque quién garantiza que el admirado profesor Polli no es el mismo maestrito repugnante Polli (R), después de la metamorfosis sufrida en las cárceles de Pinochet. De letrado a sobreviviente.
4 comentarios:
Buena crítica. Sobre todo por su lenguaje, tan convulso y brillante como el de la novela. No es frecuente que la mirada del crítico conduzca con tanta nitidez, mediante elementos ajenos al análisis, al espíritu de la obra elegida. Saludos.
Lograste que afilara mis colmillos de lector y me levantara de mi asiento camino de la librería más cercana, Doménico
Una crítica soberbia, Doménico. Estoy orgulloso de compartir escenario con artistas como tú.
Un saludo.
Guillermo Ruiz
buenisimo
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