La Fábrica Editorial, Madrid, 2007. 70 pp. 14 €
Alejandro Luque
En Cuba son frecuentes los escritores totales, aquellos que abarcan todos los géneros: la poesía, la narrativa corta y larga, el ensayo y la escritura dramática. Como es natural, casi siempre uno de estos palos, un tono dominante, se inmiscuye en los otros. Si algo me gusta de Antón Arrufat, para empezar, es que evita muy bien estas interferencias. Si tiene que cambiar un enchufe, no busca en la caja de la fontanería: cuando escribe versos es —como dirían allá— tronco de poeta, cuando narra es un prosista puro, cuando hace teatro se ciñe a los ritos del género. Y lo sorprendente es que todo lo hace muy bien, disponiendo unas y otras obras como en un vecindario armónico y civilizado.
Si no me equivoco, esta nouvelle que acaba de ver la luz en España data nada menos que de 1963, y fue editada junto a algunos relatos en el volumen Mi antagonista y otras observaciones. Quiere decir esto que es anterior incluso a la obra de teatro Los siete contra Tebas (1968), que le valió la condena del régimen castrista y catorce años de silencio editorial, y por supuesto al novelón La caja está cerrada, que es de 1984.
Mi antagonista, no obstante, es un texto intemporal, que discurre ante el lector con unas óptimas intensidad y concentración, pero también con esa fluidez que caracteriza a los escritores de raza, desde Stevenson a lo mejor del boom. La historia es sencilla: un contable gris, que emplaza su matrimonio y su dicha a la llamada de alguien que le dé trabajo, recibe por fin el ofrecimiento de un puesto en una gran compañía frutícola en Isla de Pinos, un paraje apartado del mundo. Cuando empiezan a soplar vientos favorables para él, empiezan las complicaciones: la primera y fundamental, la aparición de un compañero que amenaza con desestabilizar su apacible rutina y eclipsarlo.
Empieza así un relato circular cuyas sugerencias exceden con mucho las setenta páginas de esta edición. Lo que arranca siendo el germen de un instinto de competitividad va a desatar un interesante juego de deseos y temores, sobre los cuales el autor explora los mecanismos de nuestros actos y de nuestras emociones, los resortes que dictan por igual la conducta que nos lleva al fracaso como a la consecución de nuestros éxitos. Creo percibir entre líneas una especie de superstición, la idea de que las propias flaquezas, el miedo íntimo, invoca los mismos males que pretende conjurar, les da solidez y relieve.
Relato aparentemente sencillo, pero con mucho jugo, Mi antagonista crea con la máxima economía de medios una atmósfera y unos perfiles tremendamente efectivos, algo que no sorprenderá a quienes ya conozcan sus otras obras editadas en nuestro país, como De las pequeñas cosas o Ejercicios para hacer de la esterilidad virtud. La generación del 50 cubano (recordemos la última novela de Edmundo Desnoes) todavía nos tiene reservadas gratas y sabrosas sorpresas.
En Cuba son frecuentes los escritores totales, aquellos que abarcan todos los géneros: la poesía, la narrativa corta y larga, el ensayo y la escritura dramática. Como es natural, casi siempre uno de estos palos, un tono dominante, se inmiscuye en los otros. Si algo me gusta de Antón Arrufat, para empezar, es que evita muy bien estas interferencias. Si tiene que cambiar un enchufe, no busca en la caja de la fontanería: cuando escribe versos es —como dirían allá— tronco de poeta, cuando narra es un prosista puro, cuando hace teatro se ciñe a los ritos del género. Y lo sorprendente es que todo lo hace muy bien, disponiendo unas y otras obras como en un vecindario armónico y civilizado.
Si no me equivoco, esta nouvelle que acaba de ver la luz en España data nada menos que de 1963, y fue editada junto a algunos relatos en el volumen Mi antagonista y otras observaciones. Quiere decir esto que es anterior incluso a la obra de teatro Los siete contra Tebas (1968), que le valió la condena del régimen castrista y catorce años de silencio editorial, y por supuesto al novelón La caja está cerrada, que es de 1984.
Mi antagonista, no obstante, es un texto intemporal, que discurre ante el lector con unas óptimas intensidad y concentración, pero también con esa fluidez que caracteriza a los escritores de raza, desde Stevenson a lo mejor del boom. La historia es sencilla: un contable gris, que emplaza su matrimonio y su dicha a la llamada de alguien que le dé trabajo, recibe por fin el ofrecimiento de un puesto en una gran compañía frutícola en Isla de Pinos, un paraje apartado del mundo. Cuando empiezan a soplar vientos favorables para él, empiezan las complicaciones: la primera y fundamental, la aparición de un compañero que amenaza con desestabilizar su apacible rutina y eclipsarlo.
Empieza así un relato circular cuyas sugerencias exceden con mucho las setenta páginas de esta edición. Lo que arranca siendo el germen de un instinto de competitividad va a desatar un interesante juego de deseos y temores, sobre los cuales el autor explora los mecanismos de nuestros actos y de nuestras emociones, los resortes que dictan por igual la conducta que nos lleva al fracaso como a la consecución de nuestros éxitos. Creo percibir entre líneas una especie de superstición, la idea de que las propias flaquezas, el miedo íntimo, invoca los mismos males que pretende conjurar, les da solidez y relieve.
Relato aparentemente sencillo, pero con mucho jugo, Mi antagonista crea con la máxima economía de medios una atmósfera y unos perfiles tremendamente efectivos, algo que no sorprenderá a quienes ya conozcan sus otras obras editadas en nuestro país, como De las pequeñas cosas o Ejercicios para hacer de la esterilidad virtud. La generación del 50 cubano (recordemos la última novela de Edmundo Desnoes) todavía nos tiene reservadas gratas y sabrosas sorpresas.
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