Espasa, Madrid, 2007. 402 pp. 22 €
Doménico Chiappe
El libro empieza así: «La ciudad es la trama». Acertada frase. Este es un ensayo sobre una ciudad que pareciera inabordable. En estos últimos años, los creadores de Nueva York han reconstruido la ciudad con una originalidad que parecía agotada hasta que ocurrió el 11 de septiembre. Alfonso Armada lo logra a partir de tres registros muy distintos, que sirven, cada uno, como eslabón de la estructura: el planteamiento adquiere un tono poético cuyo tema circunda la ciudad como un personaje en creación. Una digresión que se rompe cuando el narrador se materializa como corresponsal del diario ABC y revive los atentados terroristas contra las Torres Gemelas. La rutina de una mañana cualquiera en la que un avión se incrusta contra un edificio y las muertes se imaginan en tiempo real. Se confirman luego cuando el estupor avasalla. La cotidianidad destruida de un neoyorquino tan heterogéneo como todos: la fotógrafa Corina Arranz que sube a una terraza para captar el horror que acontece. Suya es la foto que ilustra la portada de esta edición. «Renegando por su falta de previsión, bajé a comprar rollos de película para C.», rememora Armada.
Pero esta visión de la primera persona, del testigo privilegiado (Armada era corresponsal en esta ciudad), que bien pudiera ser suficiente para un libro egocéntrico, cede a un hermoso ensayo, que rinde tributo a la ciudad y a los escritores que se apropiaron de sus calles, especialmente Henry Roth. Pero también Dos Passos, Camba, Whitman, DeLillo, Capote... Un viaje a la historia de un ser que crecía. Porque Nueva York, en esta obra, se presenta siempre como personaje. Se transforma a lo largo de los años de la emigración (irlandeses, rusos, polacos, judíos...) y los rascacielos (como el Word Trade Center) y que respira malherida después del 11-S. Armada extrae de infinitas lecturas las anécdotas, las cifras, las metanarraciones, los nombres, el capital, las religiones y la convivencia, la contradicciones, lo vital de las personas anónimas como Stephani Betancourt, «que es seneca, quería conseguir un marido de su misma tribu y acabó desposando a un portorriqueño». Armada transmite cuáles líneas subrayó en sus ejemplares, qué anotó al margen de la hoja. Lo hace renunciando, así como ya lo hizo al protagonismo, a la voz sapiente, académica, pedante. Y, en cambio, desarrolla una voz repleta de sorpresa, desde «la infancia de la emoción», de la «fascinación y la perplejidad».
La tercera parte de esta compleja obra selecciona pasajes de su diario personal, y sirve como conclusión del relato. La partida de este dramaturgo y periodista curtido en las matanzas africanas. El adiós a Nueva York. «Nadie revisó nuestro equipaje ni comprobó verdaderamente nuestras identidades. Arreados como ganado para hacernos ver lo absurdo de querer seguir viajando en tren en un país que desprecia ese medio de transporte comunista, atravesamos Maniatan de sur a norte por túneles oscuros dignos de ratas, unos campos elíseos de ratas, con esporádicos hachones de luz natural que punteaban el cansancio y el hastío de una ciudad y una profesión».
Doménico Chiappe
El libro empieza así: «La ciudad es la trama». Acertada frase. Este es un ensayo sobre una ciudad que pareciera inabordable. En estos últimos años, los creadores de Nueva York han reconstruido la ciudad con una originalidad que parecía agotada hasta que ocurrió el 11 de septiembre. Alfonso Armada lo logra a partir de tres registros muy distintos, que sirven, cada uno, como eslabón de la estructura: el planteamiento adquiere un tono poético cuyo tema circunda la ciudad como un personaje en creación. Una digresión que se rompe cuando el narrador se materializa como corresponsal del diario ABC y revive los atentados terroristas contra las Torres Gemelas. La rutina de una mañana cualquiera en la que un avión se incrusta contra un edificio y las muertes se imaginan en tiempo real. Se confirman luego cuando el estupor avasalla. La cotidianidad destruida de un neoyorquino tan heterogéneo como todos: la fotógrafa Corina Arranz que sube a una terraza para captar el horror que acontece. Suya es la foto que ilustra la portada de esta edición. «Renegando por su falta de previsión, bajé a comprar rollos de película para C.», rememora Armada.
Pero esta visión de la primera persona, del testigo privilegiado (Armada era corresponsal en esta ciudad), que bien pudiera ser suficiente para un libro egocéntrico, cede a un hermoso ensayo, que rinde tributo a la ciudad y a los escritores que se apropiaron de sus calles, especialmente Henry Roth. Pero también Dos Passos, Camba, Whitman, DeLillo, Capote... Un viaje a la historia de un ser que crecía. Porque Nueva York, en esta obra, se presenta siempre como personaje. Se transforma a lo largo de los años de la emigración (irlandeses, rusos, polacos, judíos...) y los rascacielos (como el Word Trade Center) y que respira malherida después del 11-S. Armada extrae de infinitas lecturas las anécdotas, las cifras, las metanarraciones, los nombres, el capital, las religiones y la convivencia, la contradicciones, lo vital de las personas anónimas como Stephani Betancourt, «que es seneca, quería conseguir un marido de su misma tribu y acabó desposando a un portorriqueño». Armada transmite cuáles líneas subrayó en sus ejemplares, qué anotó al margen de la hoja. Lo hace renunciando, así como ya lo hizo al protagonismo, a la voz sapiente, académica, pedante. Y, en cambio, desarrolla una voz repleta de sorpresa, desde «la infancia de la emoción», de la «fascinación y la perplejidad».
La tercera parte de esta compleja obra selecciona pasajes de su diario personal, y sirve como conclusión del relato. La partida de este dramaturgo y periodista curtido en las matanzas africanas. El adiós a Nueva York. «Nadie revisó nuestro equipaje ni comprobó verdaderamente nuestras identidades. Arreados como ganado para hacernos ver lo absurdo de querer seguir viajando en tren en un país que desprecia ese medio de transporte comunista, atravesamos Maniatan de sur a norte por túneles oscuros dignos de ratas, unos campos elíseos de ratas, con esporádicos hachones de luz natural que punteaban el cansancio y el hastío de una ciudad y una profesión».
2 comentarios:
Cierto, Doménico, magnífico ensayo, sobre todo si adoras esta ciudad. Completo mi trilogía personal de NY, con "ventanas de Manhattan" de Muñoz Molina y "Here is New York" de EB White. Soberbios también
Doménico Chiappe:
No sólo presentas tu novela Entrevista a Mailer Daemon con un concierto de rock en toda regla; no sólo irrumpes en alguna fiesta con una mujer maltratada a la que acabas de rescatar de los golpes del marido; sino que además escribes estas exactas reseñas de libros magníficos.
¿Qué clase de súper-anti-héroe eres?
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