martes, febrero 26, 2008

Contra la desnudez, Oscar Tusquets Blanca

Anagrama, Barcelona, 2007. 246 pp. 18 €

Guillermo Ruiz Villagordo

De Oscar Tusquets lo único que conocía, y de refilón, antes de leer este libro era su profesión de arquitecto, y sólo intuía por razones obvias que habría tenido algo que ver con la fundación de cierta editorial. Ahora lo que sé, y estoy seguro de que es lo que querría que asociaramos en primer lugar a su persona, es que es un cachondo. Y no exclusivamente por lo que están pensando. ¿O cómo llamarían a alguien que en unas “Advertencias previas” confiesa haber tenido que obligar a su editor a que escribiese Oscar sin acento en la o porque cuando nació ese nombre era más usual en Inglaterra y Alemania, donde no lleva tilde? ¿A alguien que nos plantea una ristra de sabrosas preguntas sobre la relación entre belleza y desnudez, sobre qué es el buen gusto y qué el mal gusto, sobre los parámetros cuantificables o no de la belleza, para luego soltarnos que no tiene respuesta a tamaños interrogantes, cómo va a tenerla, pero que promete desarrollarlas por extenso en las páginas siguientes?
En cuanto a la otra acepción de la palabra, mientras nos va mostrando el catálogo de las distintas representaciones de las partes del cuerpo humano en el arte y la publicidad (no necesariamente relacionadas con el desnudo, como en el caso del cabello y los ojos) Tusquets se deleita en consideraciones sobre culos, tetas, incluso penes, más o menos famosos, colmándolos de adjetivos admirativos que nos hacen mirar con nuevos ojos pinturas, esculturas, fotografías que está claro que no hemos apreciado como deberíamos.
Pero, cuidado, no es un interés físicamente lúbrico sino cultural, estéticamente lascivo. De hecho ahí radica la tesis de este atípico ensayo: la desnudez, como acto natural, no aporta nada más allá de la sexualidad, pero el erotismo, ¡ah!, ¡el erotismo!, la apropiación artística del cuerpo humano desnudo, eso sí que es capaz de satifacernos a muchos niveles. Hasta tal punto abomina de la desnudez que llega a decir, y quien lo lee no puede menos que estar de acuerdo en el fondo de su ser aunque por inercia se escandalice levemente: «No hay nada que hacer, un conjunto de hombres y mujeres desnudos, si están pálidos y en fila, me recuerda irremediablemente Auschwitz, y, si están morenos y retozando por las rocas, un pueblo aborigen australiano».
La verdad es que este libro es una gozada. Uno lee a Oscar y parece que está escuchándole en un monólogo ameno y apasionante que no precisa réplica (y no es que haya pasado aún por esa experiencia, la de escucharle, que casi parece que hablo de un amigo y no de un autor que acabo de descubrir). Es anárquico y disfruta con ello: se dispone a glosar el tema del rostro en el arte cuando, repentina y sibilinamente, se pone a recordar sus experiencias personales en el Crazy Horse, y para cuando vuelve de su particular viaje al pasado, decide que para qué hablar del rostro en el arte si es asunto tan complejo y extenso.
Por lo demás, el volumen está, como se suele decir, profusamente ilustrado, lo cual es de agradecer porque ayuda a que nos identifiquemos más fácilmente con esa condición que ya desde las primeras líneas reconoce en sí mismo el autor: «soy un voyeur con esporádicos instantes de creatividad artística». Un libro que es un bocato di cardinale que devorar de un golpe, vamos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Acabo de enterarme de que Oscar ha publicado este libro y ya veo que va en la linea de sus tres 'ensayos' anteriores y que no tiene desperdicio.
Estoy impaciente por que caiga entre mis manos.
No se los pierdan, no podrán dejar de leer hasta que acaben.

Un saludo.