Planeta, Barcelona, 2007. 590 pp. 29 €
Juan Marqués
En una de las deprimidas cartas que Gonzalo Torrente Ballester escribió a Dionisio Ridruejo en 1943, le dice algo tremendo: «Hace tiempo que me convencí de que no tenemos ya más salvación ante las generaciones futuras que nuestra obra personal; pero esta misma se desenvuelve entre tantas dificultades y dolores, que necesariamente llevará el sello de nuestra crisis» (p. 120). Un mes después insiste, esforzándose en ser algo más esperanzado: «Si al juzgar mi vida, me siento un poco arrepentido y casi amargado, para las cosas literarias conservo mi mejor humor, y hasta mi optimismo. Creo que, en nuestra generación, unos cuantos teníamos algo en el corazón o en la inteligencia, y que, pase lo que pase, hemos de dar nuestro fruto» (p. 125).
Pero muchos no lo dieron o no pudieron o no quisieron darlo... La primera cita ha resultado más profética que la segunda. Seis décadas después, la crisis de aquel grupo ha sido mucho mayor y mucho más ruidosa que los frutos. Algunos lo merecían, literaria y éticamente. Otros no tanto o no en absoluto. Este libro trae ejemplos de todos ellos y de muchos más, en sus confidencias o reflexiones al escribir a Dionisio Ridruejo: desde un desolador Ramón Gómez de la Serna adulando al poderoso jovencito que todavía era Ridruejo a comienzos de los años 40, hasta una coqueta Pilar Primo de Rivera, pasando por Ramón Serrano Suñer y todos sus camaradas y correligionarios en el fascismo español del antes, el durante y el después de la guerra que provocaron. Y están —cómo no— los intelectuales oficiosos de la Falange, pero también Gerardo Diego, José Luis Cano, Luis Rosales, Leopoldo Panero... o un anciano y algo quejumbroso Ortega y Gasset, y después José María Valverde, Joaquín Ruiz-Giménez, Marià Manent, José Luis López Aranguren, Juan Benet, Enrique Múgica, Francisco Umbral o Juan Marsé... escribiendo unos con mayor o menor interés, y casi todos con verdadero afecto y admiración. El heterogéneo retrato intelectual del medio siglo que aquí, con estas cartas, se teje, es deslumbrante por lo revelador, por lo explícito, casi por lo íntimo.
Jordi Gracia lleva ya años explorando y penetrando en la importancia de ese hombre y ese escritor al que tantos —y por tantas y tan distintas razones— tuvieron tan en cuenta. Sus trabajos sobre Ridruejo han visitado ya las mejores revistas españolas (Claves de Razón Práctica, Turia, Letras Libres...) y, sobre todo, han dejado unos clarificadores Materiales para una biografía (Fundación Santander Central Hispano, 2005) y algunas de las mejores páginas de La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España (Anagrama, 2004) o Estado y cultura. El despertar de una conciencia crítica bajo el franquismo, 1940-1962 (Anagrama, 2006). Pero este nuevo libro es aún más apasionante. Y no tanto por lo que se dice y se descubre de Ridruejo (ya que se reproducen fundamentalmente cartas escritas a él, junto a unas pocas salidas de su pluma) sino porque es el que de forma más desnuda y eficaz aborda qué sucedió entre los intelectuales españoles entre 1939 y 1975. Son ellos los que hablan, los que piden, los que opinan, los que se humillan, los que delatan, los que protestan... Y pocas veces se habrá visto tan claro quién fue cada uno de ellos, o, por lo menos, dónde estuvo y cómo leyó su propia actuación.
Mientras esperamos la ya tan necesaria reedición de las Casi unas memorias de Ridruejo (que se van a publicar en Península reordenadas y comentadas por Jordi Amat), este “epistolario inédito de Dionisio Ridruejo” (como se lee en la cubierta del libro —pero no en la portada—, con ese frecuente absurdo de dar por “inédito” lo que en ese mismo volumen está dejando de serlo) es todo un festín de información en el que también se cuela, aquí y allá, la buena literatura. Muchos de los corresponsales de Ridruejo (y él mismo) escribían muy bien, y casi todos le cuentan cosas que décadas después nos han de seguir interesando, porque, culturalmente, hemos heredado muchas de las cosas que ellos intentaron, iniciaron... o impidieron.
Juan Marqués
En una de las deprimidas cartas que Gonzalo Torrente Ballester escribió a Dionisio Ridruejo en 1943, le dice algo tremendo: «Hace tiempo que me convencí de que no tenemos ya más salvación ante las generaciones futuras que nuestra obra personal; pero esta misma se desenvuelve entre tantas dificultades y dolores, que necesariamente llevará el sello de nuestra crisis» (p. 120). Un mes después insiste, esforzándose en ser algo más esperanzado: «Si al juzgar mi vida, me siento un poco arrepentido y casi amargado, para las cosas literarias conservo mi mejor humor, y hasta mi optimismo. Creo que, en nuestra generación, unos cuantos teníamos algo en el corazón o en la inteligencia, y que, pase lo que pase, hemos de dar nuestro fruto» (p. 125).
Pero muchos no lo dieron o no pudieron o no quisieron darlo... La primera cita ha resultado más profética que la segunda. Seis décadas después, la crisis de aquel grupo ha sido mucho mayor y mucho más ruidosa que los frutos. Algunos lo merecían, literaria y éticamente. Otros no tanto o no en absoluto. Este libro trae ejemplos de todos ellos y de muchos más, en sus confidencias o reflexiones al escribir a Dionisio Ridruejo: desde un desolador Ramón Gómez de la Serna adulando al poderoso jovencito que todavía era Ridruejo a comienzos de los años 40, hasta una coqueta Pilar Primo de Rivera, pasando por Ramón Serrano Suñer y todos sus camaradas y correligionarios en el fascismo español del antes, el durante y el después de la guerra que provocaron. Y están —cómo no— los intelectuales oficiosos de la Falange, pero también Gerardo Diego, José Luis Cano, Luis Rosales, Leopoldo Panero... o un anciano y algo quejumbroso Ortega y Gasset, y después José María Valverde, Joaquín Ruiz-Giménez, Marià Manent, José Luis López Aranguren, Juan Benet, Enrique Múgica, Francisco Umbral o Juan Marsé... escribiendo unos con mayor o menor interés, y casi todos con verdadero afecto y admiración. El heterogéneo retrato intelectual del medio siglo que aquí, con estas cartas, se teje, es deslumbrante por lo revelador, por lo explícito, casi por lo íntimo.
Jordi Gracia lleva ya años explorando y penetrando en la importancia de ese hombre y ese escritor al que tantos —y por tantas y tan distintas razones— tuvieron tan en cuenta. Sus trabajos sobre Ridruejo han visitado ya las mejores revistas españolas (Claves de Razón Práctica, Turia, Letras Libres...) y, sobre todo, han dejado unos clarificadores Materiales para una biografía (Fundación Santander Central Hispano, 2005) y algunas de las mejores páginas de La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España (Anagrama, 2004) o Estado y cultura. El despertar de una conciencia crítica bajo el franquismo, 1940-1962 (Anagrama, 2006). Pero este nuevo libro es aún más apasionante. Y no tanto por lo que se dice y se descubre de Ridruejo (ya que se reproducen fundamentalmente cartas escritas a él, junto a unas pocas salidas de su pluma) sino porque es el que de forma más desnuda y eficaz aborda qué sucedió entre los intelectuales españoles entre 1939 y 1975. Son ellos los que hablan, los que piden, los que opinan, los que se humillan, los que delatan, los que protestan... Y pocas veces se habrá visto tan claro quién fue cada uno de ellos, o, por lo menos, dónde estuvo y cómo leyó su propia actuación.
Mientras esperamos la ya tan necesaria reedición de las Casi unas memorias de Ridruejo (que se van a publicar en Península reordenadas y comentadas por Jordi Amat), este “epistolario inédito de Dionisio Ridruejo” (como se lee en la cubierta del libro —pero no en la portada—, con ese frecuente absurdo de dar por “inédito” lo que en ese mismo volumen está dejando de serlo) es todo un festín de información en el que también se cuela, aquí y allá, la buena literatura. Muchos de los corresponsales de Ridruejo (y él mismo) escribían muy bien, y casi todos le cuentan cosas que décadas después nos han de seguir interesando, porque, culturalmente, hemos heredado muchas de las cosas que ellos intentaron, iniciaron... o impidieron.
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