Anagrama, Barcelona, 2006. 448 pp. 20 €
Juan Marqués
Se oyen voces que afirman que Estado y cultura, el nuevo libro de Jordi Gracia, no supera al anterior, pero se les olvida decir que ni era ésa la intención (en todo caso lo sería la de mejorar la primera versión de este libro —publicada en 1996 con título idéntico y procedente de la tesis doctoral de Gracia— y eso sí que lo consigue) ni era una tarea fácil, ya que La resistencia silenciosa (Anagrama, 2oo4) es sin discusión uno de los mejores ensayos que se han publicado en España en lo que llevamos de siglo, ampliamente premiado, justamente aplaudido y prodigiosamente escrito (y pienso sobre todo en su prólogo, titulado “Confidencias”, que es uno de los más inteligentes y emocionantes testimonios generacionales que conozco).
Estado y cultura debía y quería ser otra cosa. En buena parte, sin embargo, sí que es complementario del anterior porque las tesis y conclusiones son parecidas, y este “nuevo viejo libro” viene a aportar más datos, textos y pruebas para apoyar lo que en aquél se defendía. Con éste tenemos, actualizado, un repaso (necesariamente apresurado e incompleto, pero en absoluto superficial) de lo que fueron y lo que significaron revistas como Ínsula, Índice de Artes y Letras, Laye, Revista o Papeles de Son Armadans (Gracia se muestra generoso con Cela, resarciendo un tanto su discutida figura), o determinados premios literarios, o reuniones de escritores, o grupos de artistas, o tendencias arquitectónicas que, procedentes a veces de círculos falangistas muy netos o grupos católicos muy ortodoxos, fueron los primeros en utilizar un lenguaje, unos códigos, unas alusiones que, al principio tímidas y prudentes (o incluso involuntarias) y después muy explícitas, muy valientes, muy serias, comenzaban a abrir grietas en la tosca piedra de la cultura y la sociedad franquista, consiguiendo pequeños avances y cometiendo transgresiones cada vez más audaces hasta llegar a un momento en el que abiertamente (y no sin problemas, a veces graves) se señalaba a la dictadura militar como lo que sin duda era y se la acusaba de la forma en que mantenía secuestrados a todos los españoles. La nómina es larga y los ejemplos numerosos: los que en los cuarenta comenzaron a publicar a notorios exiliados, reivindicándolos, entrevistándolos, manteniéndolos presentes; los que en los cincuenta hablaban de un cristianismo revolucionario que sin muchos disimulos quedaba emparentado con un marxismo muy activo; los que reseñaban libros y autores inéditos (eufemismo, en este caso, de “prohibidos”) o los traducían parcialmente para sus revistas; los que ensayaban novelas y relatos cuyo significado, apenas críptico, podía entender hasta el lector más torpe... Todos ellos, fueran más o menos valientes, estuvieran más o menos seguros con lo que hacían, tuvieran unas intenciones u otras, fueron los que de diferentes modos comenzaron a abrir el camino a formas de relacionarse, comunicarse u asociarse muy distintas a las oficiales de entonces y muy parecidas a la democracia en que ahora nos movemos. Ellos convencieron a sus compatriotas más inquietos de que era posible que todo fuese de otra forma, y de que se podían ir consiguiendo humildes éxitos que condujeran a un cambio de régimen natural, que, sin embargo, tardó en llegar mucho más de lo esperable. Así, Estado y cultura es también un pequeño pero decidido homenaje a aquellos hombres y mujeres que, lo advirtiesen más o menos, fueron los pioneros de nuestra libertad.
No me acaba de gustar el subtítulo, porque la conciencia crítica nunca duerme: es la voz crítica la que se ve obligada a callar, a esperar su momento, acumulando ideas y razones, aguardando el momento de hablar alto y claro. Pero el libro es estupendo. Supongo que al lector no especializado puede llegar a cansarle el exceso de información, o parecerle repetitivo o acumulativo, pero ése es el precio del rigor. Éste es un ensayo muy exigente que, pudiendo ir al grano de la interpretación general, del balance panorámico y abstracto, prefiere detenerse en cada caso, en cada cabecera de revista, en cada noticia relevante..., de los que extraer indicios, y, de ellos, interpretaciones e incluso lecciones.
En cualquier caso, todo nuevo libro de Jordi Gracia es una gran noticia (como cada nuevo artículo suyo, como cada una de sus certeras reseñas), un festín de información que no sobrará en ninguna estantería, y al que habrá que volver a menudo para consultarlo, para disfrutarlo, para aprender.
Juan Marqués
Se oyen voces que afirman que Estado y cultura, el nuevo libro de Jordi Gracia, no supera al anterior, pero se les olvida decir que ni era ésa la intención (en todo caso lo sería la de mejorar la primera versión de este libro —publicada en 1996 con título idéntico y procedente de la tesis doctoral de Gracia— y eso sí que lo consigue) ni era una tarea fácil, ya que La resistencia silenciosa (Anagrama, 2oo4) es sin discusión uno de los mejores ensayos que se han publicado en España en lo que llevamos de siglo, ampliamente premiado, justamente aplaudido y prodigiosamente escrito (y pienso sobre todo en su prólogo, titulado “Confidencias”, que es uno de los más inteligentes y emocionantes testimonios generacionales que conozco).
Estado y cultura debía y quería ser otra cosa. En buena parte, sin embargo, sí que es complementario del anterior porque las tesis y conclusiones son parecidas, y este “nuevo viejo libro” viene a aportar más datos, textos y pruebas para apoyar lo que en aquél se defendía. Con éste tenemos, actualizado, un repaso (necesariamente apresurado e incompleto, pero en absoluto superficial) de lo que fueron y lo que significaron revistas como Ínsula, Índice de Artes y Letras, Laye, Revista o Papeles de Son Armadans (Gracia se muestra generoso con Cela, resarciendo un tanto su discutida figura), o determinados premios literarios, o reuniones de escritores, o grupos de artistas, o tendencias arquitectónicas que, procedentes a veces de círculos falangistas muy netos o grupos católicos muy ortodoxos, fueron los primeros en utilizar un lenguaje, unos códigos, unas alusiones que, al principio tímidas y prudentes (o incluso involuntarias) y después muy explícitas, muy valientes, muy serias, comenzaban a abrir grietas en la tosca piedra de la cultura y la sociedad franquista, consiguiendo pequeños avances y cometiendo transgresiones cada vez más audaces hasta llegar a un momento en el que abiertamente (y no sin problemas, a veces graves) se señalaba a la dictadura militar como lo que sin duda era y se la acusaba de la forma en que mantenía secuestrados a todos los españoles. La nómina es larga y los ejemplos numerosos: los que en los cuarenta comenzaron a publicar a notorios exiliados, reivindicándolos, entrevistándolos, manteniéndolos presentes; los que en los cincuenta hablaban de un cristianismo revolucionario que sin muchos disimulos quedaba emparentado con un marxismo muy activo; los que reseñaban libros y autores inéditos (eufemismo, en este caso, de “prohibidos”) o los traducían parcialmente para sus revistas; los que ensayaban novelas y relatos cuyo significado, apenas críptico, podía entender hasta el lector más torpe... Todos ellos, fueran más o menos valientes, estuvieran más o menos seguros con lo que hacían, tuvieran unas intenciones u otras, fueron los que de diferentes modos comenzaron a abrir el camino a formas de relacionarse, comunicarse u asociarse muy distintas a las oficiales de entonces y muy parecidas a la democracia en que ahora nos movemos. Ellos convencieron a sus compatriotas más inquietos de que era posible que todo fuese de otra forma, y de que se podían ir consiguiendo humildes éxitos que condujeran a un cambio de régimen natural, que, sin embargo, tardó en llegar mucho más de lo esperable. Así, Estado y cultura es también un pequeño pero decidido homenaje a aquellos hombres y mujeres que, lo advirtiesen más o menos, fueron los pioneros de nuestra libertad.
No me acaba de gustar el subtítulo, porque la conciencia crítica nunca duerme: es la voz crítica la que se ve obligada a callar, a esperar su momento, acumulando ideas y razones, aguardando el momento de hablar alto y claro. Pero el libro es estupendo. Supongo que al lector no especializado puede llegar a cansarle el exceso de información, o parecerle repetitivo o acumulativo, pero ése es el precio del rigor. Éste es un ensayo muy exigente que, pudiendo ir al grano de la interpretación general, del balance panorámico y abstracto, prefiere detenerse en cada caso, en cada cabecera de revista, en cada noticia relevante..., de los que extraer indicios, y, de ellos, interpretaciones e incluso lecciones.
En cualquier caso, todo nuevo libro de Jordi Gracia es una gran noticia (como cada nuevo artículo suyo, como cada una de sus certeras reseñas), un festín de información que no sobrará en ninguna estantería, y al que habrá que volver a menudo para consultarlo, para disfrutarlo, para aprender.
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