Candaya, Barcelona, 2007. 159 pp. 14 €
Pedro M. Domene
Raúl Carlos Maícas (Teruel, 1962) entrega, y habrá que puntualizar que no es habitual en la literatura española, un segundo volumen de sus diarios, tras Días sin huella (1998), calificado casi una década atrás por Alejandro López Andrada como «un libro que huye de los tópicos edulcorados y de esa corriente cursi y engolada que, últimamente, practican tantos encumbrados de este país literario empobrecido por aquellos que sientan cátedra sin saber». La marea del tiempo (2007) contiene los diarios o prosas solitarias de alguien que, de alguna manera, levanta acta cotidiana desde las entrañas mismas del convulso mundo literario actual. Un cuaderno que, como aclara el escritor catalán Marià Manent, bien puede traducirse en «notas dispersas (...) pequeñas zonas salvadas de la marea del tiempo y de la inexorable erosión de la memoria». En realidad, este tipo de ejercicios literarios se traducen como si de una terapia cotidiana se tratara, una especie de autoayuda en el difícil mundo del periodismo rutinario, así calificaba el propio Maícas su proceso de escritura y añadía, además, que este tipo de textos se convierten en auténticos libros interactivos, porque acogen una escritura fragmentaria, adecuada a los tiempos que vivimos, de posterior fácil lectura, posibilitando que puedan ser abiertos por donde uno libremente quiera. Se trata, en definitiva, de un libro que bien podíamos calificar como de memoria, evocación, pero de una profunda agudeza crítica o de una desinteresada e íntima voluntad de sorprender a los lectores.
Estos textos se concretan en ese espacio que proporciona la vida misma repleta de desvaríos, espejismos, ensoñaciones, leyendas que convierten lo vivido y recordado en objetos perdidos y cachivaches que, por su naturaleza, transforman nuestra existencia en una vida sedentaria, doméstica y burguesa, para así, como señala el autor, poder edificar un pequeño mundo, un mapamundi imaginario que nos permita seguir reinventando historias y vidas. La vocación misma de este libro estaría entre esa especie de retiro que anotábamos hasta aquí y esa otra más universalista que le proporcionan al autor sus múltiples lecturas y vivencias. Para poder establecer un paralelismo entre ambas opciones, Raúl Carlos Maícas, se inventa un viaje individual por unas carreteras imaginarias que le permiten huir de esa náusea cotidiana que el tiempo le ofrece a diario y se aleja de una vida de cierta mediocridad responsable.
En este diario se percibe esa pluralidad que el autor ha ido experimentado y ensayando, sus múltiples lecturas, vivencias, sentimientos, razonamientos, temores y alegrías, inquisiciones y disquisiciones que le permiten seguir huyendo de ese ostracismo cotidiano y provinciano para asomarse a esa diversidad que ofrece el mundo extranjero, anotando autores y obras que rescata de algún catálogo olvidado (recuérdese a Nizan), puntualiza sobre la ética de Camus, admira la condición apátrida de Bruce Chatwin; pero frente a esa universalidad, evoca a nuestros Bergamín y Gómez de la Serna y, en igual proporción, reivindica la obra de Miguel Sánchez Ostiz, tan barojiana como visionaria.
Una última consideración: en algunas de estas páginas repletas de buenos y mejores deseos, aquellos que Séneca calificaba como una cadena cuyos eslabones son las esperanzas, Maícas se califica de cosmopolita varado en el privilegiado mirador de la provincia donde él vive, un insumiso que abomina patriotismos, corsés ideológicos, vasallajes y todo aquello que se practique con una política de horizontes mezquinos, para añadir que muestra esa valentía de confesión, en unos tiempos rancios y finiseculares, sometido a desprecios y a ninguneos o a improperios y exabruptos. De ahí, su condición de náufrago e iconoclasta cascarrabias. Personalmente, añadir que nada más difícil que sobrevivir en este difícil mundo de gremios consentidos.
Pedro M. Domene
Raúl Carlos Maícas (Teruel, 1962) entrega, y habrá que puntualizar que no es habitual en la literatura española, un segundo volumen de sus diarios, tras Días sin huella (1998), calificado casi una década atrás por Alejandro López Andrada como «un libro que huye de los tópicos edulcorados y de esa corriente cursi y engolada que, últimamente, practican tantos encumbrados de este país literario empobrecido por aquellos que sientan cátedra sin saber». La marea del tiempo (2007) contiene los diarios o prosas solitarias de alguien que, de alguna manera, levanta acta cotidiana desde las entrañas mismas del convulso mundo literario actual. Un cuaderno que, como aclara el escritor catalán Marià Manent, bien puede traducirse en «notas dispersas (...) pequeñas zonas salvadas de la marea del tiempo y de la inexorable erosión de la memoria». En realidad, este tipo de ejercicios literarios se traducen como si de una terapia cotidiana se tratara, una especie de autoayuda en el difícil mundo del periodismo rutinario, así calificaba el propio Maícas su proceso de escritura y añadía, además, que este tipo de textos se convierten en auténticos libros interactivos, porque acogen una escritura fragmentaria, adecuada a los tiempos que vivimos, de posterior fácil lectura, posibilitando que puedan ser abiertos por donde uno libremente quiera. Se trata, en definitiva, de un libro que bien podíamos calificar como de memoria, evocación, pero de una profunda agudeza crítica o de una desinteresada e íntima voluntad de sorprender a los lectores.
Estos textos se concretan en ese espacio que proporciona la vida misma repleta de desvaríos, espejismos, ensoñaciones, leyendas que convierten lo vivido y recordado en objetos perdidos y cachivaches que, por su naturaleza, transforman nuestra existencia en una vida sedentaria, doméstica y burguesa, para así, como señala el autor, poder edificar un pequeño mundo, un mapamundi imaginario que nos permita seguir reinventando historias y vidas. La vocación misma de este libro estaría entre esa especie de retiro que anotábamos hasta aquí y esa otra más universalista que le proporcionan al autor sus múltiples lecturas y vivencias. Para poder establecer un paralelismo entre ambas opciones, Raúl Carlos Maícas, se inventa un viaje individual por unas carreteras imaginarias que le permiten huir de esa náusea cotidiana que el tiempo le ofrece a diario y se aleja de una vida de cierta mediocridad responsable.
En este diario se percibe esa pluralidad que el autor ha ido experimentado y ensayando, sus múltiples lecturas, vivencias, sentimientos, razonamientos, temores y alegrías, inquisiciones y disquisiciones que le permiten seguir huyendo de ese ostracismo cotidiano y provinciano para asomarse a esa diversidad que ofrece el mundo extranjero, anotando autores y obras que rescata de algún catálogo olvidado (recuérdese a Nizan), puntualiza sobre la ética de Camus, admira la condición apátrida de Bruce Chatwin; pero frente a esa universalidad, evoca a nuestros Bergamín y Gómez de la Serna y, en igual proporción, reivindica la obra de Miguel Sánchez Ostiz, tan barojiana como visionaria.
Una última consideración: en algunas de estas páginas repletas de buenos y mejores deseos, aquellos que Séneca calificaba como una cadena cuyos eslabones son las esperanzas, Maícas se califica de cosmopolita varado en el privilegiado mirador de la provincia donde él vive, un insumiso que abomina patriotismos, corsés ideológicos, vasallajes y todo aquello que se practique con una política de horizontes mezquinos, para añadir que muestra esa valentía de confesión, en unos tiempos rancios y finiseculares, sometido a desprecios y a ninguneos o a improperios y exabruptos. De ahí, su condición de náufrago e iconoclasta cascarrabias. Personalmente, añadir que nada más difícil que sobrevivir en este difícil mundo de gremios consentidos.
1 comentario:
Enhorabuena por el comentario que haces de "La marea del viento".
En estos tiempos de patrioterismos exaltados y nacionalismos excluyentes, confesarse cosmopolita requiere valor. Yo me adhiero a este concepto universal y felicito a Raúl C. Maícas por haber sabido formularlo tan bien.
Luis Antonio Pérez Cerra
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