ACVF, Madrid, 2007. 96 pp. 10 €
Miguel Baquero
En febrero de 1939, miles de españoles, militares pero también civiles, ancianos, enfermos, mujeres y niños, restos de una España a punto de caer derrotada, comienzan a cruzar la frontera de los Pirineos en busca de la mera supervivencia. Al otro lado de las barreras son “acogidos” por el Gobierno francés, que los reparte, según van llegando, por diversos campos de concentración montados a toda prisa en las playas cercanas, campos que, según crece la avalancha de refugiados, van extendiéndose por todo el sur de Francia. La acogida no es, desde luego, amigable, ni por parte de las autoridades, que establecen en los campos un duro régimen de vida, ni por parte de la ciudadanía francesa, en general, que contempla con desconfianza a aquellos tipos desarrapados, posibles agentes propagadores de la anarquía y el comunismo, y a quienes llegan a echar en cara el triste pan que les dan de vez en cuando, la paja en la que duermen y la mísera manta con la que se cubren. «Sale etranger!, espagnol de merde!», sucio extranjero, español de mierda, son las palabras con que durante mucho tiempo despertarán a la realidad los sueños rotos de estos desgraciados.
Campos de concentración refleja, mediante la unión de la palabra y el dibujo, la crudeza de estos tiempos, estos españoles y estos campos que, apenas un año después, infestarían toda Europa y que tal vez sean la imagen más triste y más representativa del salvaje siglo XX. Los dibujos son obra de Josep Bartolí, los textos se deben a Narcis Molins i Fábrega; ambos eran catalanes, nacidos en 1910, ambos combatieron con empeño en el bando republicano, ambos, a la derrota, pasaron por diversos campos del sur de Francia, donde se forjó, de primera mano, la experiencia que dio origen a este libro, ambos, tras diversas peripecias, llegaron finalmente a México y encontraron asilo. Fue en este país donde, de la unión de ambos, surgió este Campos de concentración, publicado originariamente en 1944. Poco después, en los años sesenta, fallecería Molins i Fábrega, mientras que Bartolí aún viviría durante muchos años para, entre otras cosas, hacer decorados en Hollywood y entrar en contacto con artistas como Diego Rivera, Frida Kahlo, Jackson Pollock o Mark Rothko.
ACVF Editorial rescata ahora el libro que ambos compusieron a su llegada a México y publica por primera vez en España este estremecedor testimonio —estremecedor por su crudeza, pero también por su cercanía, casi contemporaneidad con lo descrito, y por su alta calidad artística—. Los textos de Molins i Fábrega, siendo, como no podía ser de otro modo, arrebatados, saben alejarse, es de imaginar que con bastante esfuerzo, de la soflama política para centrarse en la odisea puramente humana, en la miserable grandeza de esos desechos humanos a los que, en repetidas veces, cuando con mayor aspereza grita su dolor, Molins califica de «semidioses».
En febrero de 1939, miles de españoles, militares pero también civiles, ancianos, enfermos, mujeres y niños, restos de una España a punto de caer derrotada, comienzan a cruzar la frontera de los Pirineos en busca de la mera supervivencia. Al otro lado de las barreras son “acogidos” por el Gobierno francés, que los reparte, según van llegando, por diversos campos de concentración montados a toda prisa en las playas cercanas, campos que, según crece la avalancha de refugiados, van extendiéndose por todo el sur de Francia. La acogida no es, desde luego, amigable, ni por parte de las autoridades, que establecen en los campos un duro régimen de vida, ni por parte de la ciudadanía francesa, en general, que contempla con desconfianza a aquellos tipos desarrapados, posibles agentes propagadores de la anarquía y el comunismo, y a quienes llegan a echar en cara el triste pan que les dan de vez en cuando, la paja en la que duermen y la mísera manta con la que se cubren. «Sale etranger!, espagnol de merde!», sucio extranjero, español de mierda, son las palabras con que durante mucho tiempo despertarán a la realidad los sueños rotos de estos desgraciados.
Campos de concentración refleja, mediante la unión de la palabra y el dibujo, la crudeza de estos tiempos, estos españoles y estos campos que, apenas un año después, infestarían toda Europa y que tal vez sean la imagen más triste y más representativa del salvaje siglo XX. Los dibujos son obra de Josep Bartolí, los textos se deben a Narcis Molins i Fábrega; ambos eran catalanes, nacidos en 1910, ambos combatieron con empeño en el bando republicano, ambos, a la derrota, pasaron por diversos campos del sur de Francia, donde se forjó, de primera mano, la experiencia que dio origen a este libro, ambos, tras diversas peripecias, llegaron finalmente a México y encontraron asilo. Fue en este país donde, de la unión de ambos, surgió este Campos de concentración, publicado originariamente en 1944. Poco después, en los años sesenta, fallecería Molins i Fábrega, mientras que Bartolí aún viviría durante muchos años para, entre otras cosas, hacer decorados en Hollywood y entrar en contacto con artistas como Diego Rivera, Frida Kahlo, Jackson Pollock o Mark Rothko.
ACVF Editorial rescata ahora el libro que ambos compusieron a su llegada a México y publica por primera vez en España este estremecedor testimonio —estremecedor por su crudeza, pero también por su cercanía, casi contemporaneidad con lo descrito, y por su alta calidad artística—. Los textos de Molins i Fábrega, siendo, como no podía ser de otro modo, arrebatados, saben alejarse, es de imaginar que con bastante esfuerzo, de la soflama política para centrarse en la odisea puramente humana, en la miserable grandeza de esos desechos humanos a los que, en repetidas veces, cuando con mayor aspereza grita su dolor, Molins califica de «semidioses».
«Nada tienes. Tu carroña viviente se pudre en un montón de estiércol. Ni pan dejaron para tu boca. ¡Qué importa! Un día te levantarás, sentirás ligera tu vida, recobrarás tus miembros y marcharás sonriente por el mundo que conquistó tu sangre». Impresionantes y seguramente inolvidables son algunas pequeñas escenas, descritas con apresurada y auténtica emoción, con la prisa de un apunte de quien no sabe si va a vivir mañana. Escenas como la de la pareja de refugiados que llegan al campo con sus tres hijos, como la de quien en la yacija se siente morir y llama débilmente a su madre...
Junto con los textos de Molins i Fábrega, los dibujos de Bartolí complementan, agrandan la obra hasta mostrarla rebosante de vida, precisamente, paradójicamente, en medio de un campo de alambradas donde todos presienten, aguardan, esperan la muerte. Son dibujos hechos también con prisa, con urgencia por dejar testimonio, pero al mismo tiempo con la contención necesaria para captar y dotar de significado los pequeños gestos y ademanes de los refugiados y hacer de su dolor y su desesperación materia artística viva y útil para generaciones futuras. En Campos de concentración las ilustraciones podrían dividirse en dos grupos: un primero, formado por grandes composiciones de trasfondo político, donde, a la manera de El Bosco, suelen mostrarse, de manera pequeña y desperdigada, diversas escenas de humillación y muerte en los campos mientras el centro, a modo de Pantocrátor, lo ocupa todo un politicastro “en majestad”, un rico en pleno festín o la Muerte atareada en su cosecha; y un segundo grupo, en mi opinión el más artístico por cuanto más llama a la sensibilidad de cualquier hombre, formado por sencillas imágenes de la vida en el campo: hombres que se despiojan, que duermen en sus camastros, que aguardan envueltos en sus capotes bajo una persistente llovizna... Sólo por ese dibujo, poco más que un bosquejo, de la mano que acaba de dejar la cuchara sobre el plato vacío y detrás de la cual, ignoro por qué —la magia del Arte—, se percibe a un hombre cansado, con más hambre que cuando empezó, pero aún así lleno de orgullo y dignidad, nada más que por ese trazo hecho seguramente a la carrera, merecería Bartolí ser materia obligada de estudio para cualquier joven dibujante.
Junto con los textos de Molins i Fábrega, los dibujos de Bartolí complementan, agrandan la obra hasta mostrarla rebosante de vida, precisamente, paradójicamente, en medio de un campo de alambradas donde todos presienten, aguardan, esperan la muerte. Son dibujos hechos también con prisa, con urgencia por dejar testimonio, pero al mismo tiempo con la contención necesaria para captar y dotar de significado los pequeños gestos y ademanes de los refugiados y hacer de su dolor y su desesperación materia artística viva y útil para generaciones futuras. En Campos de concentración las ilustraciones podrían dividirse en dos grupos: un primero, formado por grandes composiciones de trasfondo político, donde, a la manera de El Bosco, suelen mostrarse, de manera pequeña y desperdigada, diversas escenas de humillación y muerte en los campos mientras el centro, a modo de Pantocrátor, lo ocupa todo un politicastro “en majestad”, un rico en pleno festín o la Muerte atareada en su cosecha; y un segundo grupo, en mi opinión el más artístico por cuanto más llama a la sensibilidad de cualquier hombre, formado por sencillas imágenes de la vida en el campo: hombres que se despiojan, que duermen en sus camastros, que aguardan envueltos en sus capotes bajo una persistente llovizna... Sólo por ese dibujo, poco más que un bosquejo, de la mano que acaba de dejar la cuchara sobre el plato vacío y detrás de la cual, ignoro por qué —la magia del Arte—, se percibe a un hombre cansado, con más hambre que cuando empezó, pero aún así lleno de orgullo y dignidad, nada más que por ese trazo hecho seguramente a la carrera, merecería Bartolí ser materia obligada de estudio para cualquier joven dibujante.
1 comentario:
Los ejemplares de la edición original de México 1944 se venden a quinientos dólares.
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