Trad: Juan Max Lacruz. Introd: Laura Calvo Valdivieso. Funambulista, Madrid, 2007. 125 pp. 14,96 €
«Que cada día me conceda una idea o un sentimiento de ti y que me surjan natural y espontáneamente del corazón». Esta anotación del 3 de enero constituye el núcleo proteico de este Diario para la prometida, un Kalenderbuch que Livia, novia de Svevo, le pidió que convirtiera en crónica sentimental como regalo a su veintiún cumpleaños. Svevo escribe, pues, una crónica sentimental y también una «historia del humo», en la que siempre le está jurando a su prometida que éste, éste que ahora mismo le tinta los dedos, es el último de los cigarrillos que fumará. El carácter de documento personal de este librito me lleva a formularme preguntas que condicionan la interpretación: ¿tienen los documentos personales intención literaria?, ¿puede elaborarse una crítica literaria de un documento de la intimidad?, ¿en qué extraña posición me coloco como exegeta y lectora?, ¿los lectores somos el fisgón que cotillea a través de la mirilla? Este documento se legitima como texto literario por su vinculación con la magnífica obra de este autor reconocido tardíamente.
Me concentro otra vez en la anotación del 3 de enero, porque en ella calcifica la hermosa frase de Vila-Matas recogida en la portada: «Escribir, como decía Svevo, es lo mejor que podemos hacer en esta vida y, precisamente por ser lo mejor, deberíamos desear que lo hiciera todo el mundo.» En la anotación de 3 de enero se hace, además, evidente lo que podría tildarse de contradicción y, sin embargo, sólo es una síntesis expresada a través del oxímoron: el método del amor, la naturalidad o espontaneidad de la escritura concebida como actividad cotidiana... un forzamiento que viene a contradecir el arrebato de la pasión amorosa como estereotipo, el arrebato de la escritura como estereotipo, el amor como tópico privilegiado de una supuesta escritura arrebatada. O quizás el hecho de escribir, día a día, un diario para la prometida pueda interpretarse como una profesión de fe, un ejemplo de cómo la voluntad —para todo excepto para dejar de fumar— fortalece el amor entendido como institución burguesa. Nuestro amor. Una rutinización del amor que, en su subrayado, en su escritura —en la rutina de la escritura del amor—, en la actividad introspectiva que se cierne sobre él, se singulariza, se intensifica, se muestra en sus contradicciones y, de manera paradójica, se desrutiniza y se desaburguesa porque, como señala Claudio Magris, la escritura —particularmente en Svevo— es un disolvente de la burguesía. El 6 de enero escribe el novio, un oficinista que en cada uno de sus escritos vuelve sobre sí y va desvelando tanto sus debilidades, como las de su clase: «Te siento muy mía incluso en la distancia, y desciende hacia mi alma el inmenso sosiego que este bellaco mundo burgués me permite. Te conquisto ahora, pero ello te obligará a atarte a mí con nudos indisolubles, y será bueno. ¡Oh buena y querida burguesía! La dicha de saberte tan mía, definitivamente mía, me obligó a hacer lo que fuera, y me puse a fumar nada más dejar el teléfono.» Los hábitos burgueses son malos y son buenos porque entretienen del amor, lo dispersan y, a la vez, permiten convertir los afectos en posesiones. Ettore Schmitz, Svevo puro.
El amor es una posesión y el tabaco la gran obsesión del escritor, un paliativo tal vez contra su «indiferencia por la vida». En sus hipocresías y autoengaños con el tabaco, observamos cómo Svevo transfiere a sus novelas sus pulsiones privadas: desde las más tontas hasta las más trascendentes. Recordemos a Augusta, la esposa de Zeno, esa inteligentísima mujer que no concede ninguna importancia a las angustias tabáquicas del esposo, que le dice «querido, no es necesario que dejes de fumar», invalidando cada promesa, cada flagelación que quiera infligirse el eterno fumador con mala conciencia —la de Zeno, la de Svevo—. Muchos más son los puntos de conexión del oficinista Ettore Schmitz con su obra: sin embargo, mientras que la vida de Svevo acaba casi bien —llega a director de una empresa y se le reconoce como escritor tres años antes morir—, sus obras acaban angustiosamente mal y ese camino, esa opción, entraña una concepción moral de la literatura que no estaríamos en disposición ni siquiera de entrever si no contásemos con documentos como este Diario. La obsesión por la hora de la muerte de su madre se pone de manifiesto en la insistencia casi perenne del momento en el que se pone a escribir las reflexiones sobre su relación sentimental: las 16 menos 7; el hecho de que quizás la hermana de Senectud sea un trasunto de la figura de la madre muerta podría ser una conducta digna del análisis de ese Dr. Freud de quien tanta influencia recibió Svevo como hombre y como escritor: La conciencia de Zeno se concibe como el cuaderno terapéutico que el psiquiatra le pide que escriba al narrador y, ahora sí, por voluntad expresamente literaria, un documento personal se transforma en marco y soporte narrativo, y la escritura metódica vuelve a funcionar como una herramienta de desvelamiento: la escritura desapasionada, distante, ajena al arrebato, voluntariosa, la escritura como arma ideal para el desmontaje de un yo que se inserta, cada vez más consolidado, en una clase social...
En el diario, Ettore llama a su prometida «mi rubia, la más grande y mía», «¡Monstruo rubio!» y esos vocativos coinciden con la descripción que en Senectud se hace del personaje de Angiolina. A través de las páginas del Diario, también construimos a Livia, a la prometida, a esa «Livia que es Livia», «enérgica, como yo te amo», «transparente», «serena», «amante enferma», a veces mujer a la que gusta ser mirada. Cuánta razón tenía Schmitz para estar celoso y cuánta ingenuidad mostró: con este Diario, ahora todo el mundo contempla a Livia que es Livia, a Livia la rubia... Las reflexiones amorosas de Svevo son casi siempre egoístas, lo que resulta coherente con una concepción burguesa del amor, pero es que, además, parece que al oficinista Schmitz ese egoísmo le complace: es una forma de engreimiento frente a una mujer de clase social más privilegiada que la suya; puede funcionar casi como un castigo para la novia: la mala conciencia del novio suena tan falsa como su voluntad de dejar de fumar. El Diario para la prometida habla del narcisismo del que escribe y también del de quien quiere ser escrito. El amor es entonces una experiencia difícil. El 3 de febrero el novio anota: «Casi, casi, parece que ame de la misma manera que, a los doce años, jugaba; ¡con un miedo terrible a que me tildaran de pueril!» Jugar, amar, escribir: siempre está puesta en entredicho la propia imagen.
2 comentarios:
Deliciosa reseña, gracias por escribirla. A veces me parece que todos los escritores (los que me interesan, claro) deberían regalarnos un libro así, un diario en el que se descontrolaran, en el que se les escapara sin darse cuenta la mejor frase, esa que a veces se resiste cuando escriben su "gran obra". Siempre pienso en Anaïs Nin, que me parece aburrida cuando pretende escribir una obra "literaria", y fascinante cuando no lo pretende. Ese no es el caso de Svevo, claro.
Enhorabuena de nuevo, Marta.
Querido José:
Comparto plenamente tu reflexión y te agradezco mucho que hayas leído mi reseña con tanto cariño.
Hasta pronto.
Marta S.
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