martes, abril 24, 2007

México, Emilio Cecchi

Presentación de Italo Calvino. Trad. Mª Ángeles Cabré. Minúscula, Barcelona, 2007. 203 pp. 15 €

Pedro M. Domene

A principios de los años 30, el crítico e historiador Emilio Cecchi (Florencia, 1884-Roma, 1966), profesor visitante en la universidad de Berkeley, decidió recorrer durante unas breves vacaciones la baja California, Nuevo México y México. El resultado fue un libro de viajes publicado originariamente en 1932 y reeditado en 1985. En España aparece ahora bajo el sello de Minúscula en una colección, «Paisajes Narrados», que hasta el momento ha incluido textos de Roth, Vittorini, Balzac, Weiss, Pushkin o Keyserling. Los libros de viajes, algunos de estos singulares textos, recogen impresiones e inquietudes del viajero, anotaciones sobre el paisaje, las ciudades y los habitantes que, de alguna manera, sugieren un contacto directo, pero Cecchi reflexiona y llega a otras muchas conclusiones a lo largo de las 203 páginas que componen su libro México. Cecchi ofrece al lector esa mirada de sosiego porque, a medida que avanzamos en la lectura de estas páginas, ve y busca aquello que su vista alcanza más allá de la superficie de un viajero habitual; es decir, la suya es la mirada y la visión del intelectual más que del antropólogo o el paisajista.
Cuando se detiene en las «ciudades abandonadas» donde en otro tiempo los mineros de las grandes épocas del oro, entre 1849 y 1895, recogían diariamente dos o tres mil dólares de mineral o descubre los mitos y pinturas indias de navajos, chimayos, hopi o zuñi; cuando escribe sobre el Hollywood de Gloria Swanson, de Chaplin o rinde homenaje a Buster Keaton; cuando se zambulle en el México revolucionario animado por los «corridos» que versionaron, de alguna manera, la historia del pueblo anónimo, reproduciendo las hazañas de Madero, Pancho Villa o Zapata; e incluso cuando pasea por los jardines de Xochimilco y admira la devoción a las máscaras y las calaveras, tan relacionadas con el mito de la muerte en todo el país, o en la visión de las pirámides del Sol, la Luna o las ruinas del templo de Quetzalcóatl. Entonces, y sólo entonces, se aprecia la profundidad que ilumina al conjunto escrito con una perspectiva única.
No resulta menos notable la nota sobre Diego Rivera, conocido por entonces en los ambientes «vanguardistas» de Estados Unidos y California, a quien califica de mestizo, pobrísimo, salido de la nada, viajero entonces por Europa que completaría su formación en París y posteriormente iría a Rusia para trabajar allí, aunque a los rusos les pareció poco comunista. Y añade: «Diego Rivera representa el producto artístico de la revolución. Propagandista político, además de pintor, se cuenta que, en días aún turbulentos, mientras realizaba sus murales no sé si en Ciudad de México o en Cuernavaca, en la mesa de las pinturas y los pinceles tenía que tener siempre una pistola a mano». Y se detiene en el Querétaro de Maximiliano, más bien esboza una lírica visión sobre el lugar donde fusilaron al emperador, al pie del Cerro de las Campanas. En suma, como en ocasiones apunta Cecchi, numerosos contrastes de tipos para estudiar.
Italo Calvino, que presenta al autor en unas encendidas páginas, sugiere —entre otras muchas cosas— que este libro contiene fragmentos de virtuosismo, perfiles que condensan un relato repleto de sugerencias literarias, como bien puede ser el anuncio de un posible Malcolm Lowry en la ciudad de Cuernavaca cuando aún no la había visitado el escritor universal, aunque tampoco desdeña algunas de las epopeyas que acompañaron a algunos de los personajes singulares de los lugares visitados. Parafraseando algunos de los acertados juicios de este texto, la vida de México, bajo los superficiales cambios de color y las pálidas huellas de las transformaciones políticas, está impregnada de un principio elemental, de ritmo tan lento como violento. Y tal vez su revolución sólo haya consistido en tomar conciencia de dicho ritmo, aunque con esta lectura se nos permita reproducir —siempre a través de un esquema cultural occidental— que en el México de Cecchi, y tal vez en el de hoy, se asiste a la reaparición de una raza que tuvo una gran historia. Mucho ha quedado de ella, inconscientemente, en ciertos aspectos del arte y de la religión. Un balance que necesita desarrollarse, afirma el italiano, y que de alguna manera lo ha ido haciendo a lo largo de los más de setenta años transcurridos desde esta singular visita.

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