jueves, abril 12, 2007

Las encantadas, Herman Melville

Trad. Ana Lima. Artemisa. Ediciones, La Laguna, 2006. 133 pp. 16€

Amadeo Cobas

Herman Melville (1819-1891), autor, entre otras obras de tema marino, de Moby Dick, nos presenta aquí el viaje que realizó a Las Encantadas, esto es, las islas Galápagos, hacia 1843, menos de diez años después de que éstas tuvieran un visitante no menos ilustre: Charles Darwin.
En este recorrido por las desoladas islas, Melville no se para en barras a la hora de detallar lo que allí se encontró, que debió de ser eminentemente malo, para llegar a concluir que «son del todo inhabitables» o que «sólo en un mundo caído en desgracia podrían existir semejantes tierras».
Después de tan “prometedor” inicio, el autor va desgranando su viaje y su lucha contra la climatología («desconocen el otoño y la primavera… en estas islas la lluvia no cae jamás: como calabazas sirias secándose al sol, se agrietan bajo un cielo tórrido»), las traicioneras corrientes marinas o las leyendas: «todos los oficiales de marina que han sido malvados, a su muerte, se transforman en tortugas».
Hay giros inesperados y “sabrosos” en la narración, como aquél, Cuadro Segundo, en el que desembocan unas sentidas y evocadoras palabras dedicadas a las tortugas, para luego acabar como acaban las muy desdichadas… La tortuga es el animal más abundante en las islas, tanto que hasta les dan nombre. Por cierto, las adjetivaciones de Melville dirigidas a la fauna local son igual de “halagüeñas”: «ni pez ni carne ni ave es el pingüino», a quien apostilla como «hijo torpe de la Naturaleza»; «pájaro penitente» (pelícano); «repulsivo» (albatros); «de mal agüero» (petrel).
Y es que, aplicando unas fórmulas deductivas muy suyas, este neoyorquino hace un repaso por los distintos viajeros que buscaron refugio en las aguas que bañan aquellas islas: navíos de guerra, balleneros, bucaneros. Una de esas fórmulas le hace elucubrar que el nacimiento de la condición de algunos filibusteros era debida a un malhadado sino, llegando a asegurar que entre ellos «había algunos espíritus de caballerosa y amigable conducta, algunos hombres portadores de una serenidad y una virtud genuinas». Imagino que sería porque saqueaban posesiones y barcos españoles…
Disculpando sus errores (al menos los no malintencionados), encontramos un diario de viajes ameno, que consigna la dura vida en tales latitudes y cita alguna de las inexorables leyes del mar: «¡Ay del que se extravía en Las Encantadas!... Cuando el hombre que falta continúa desaparecido, se clava una estaca en la playa con una carta de disculpa, un barril de galletas y otro de agua amarrados a ella; a continuación, el barco zarpa».
Debe resaltarse la cuidada y elegante edición del libro, y hay que valorar muy positivamente el trabajo que desde la isla de Tenerife está haciendo Artemisa Ediciones, en la labor por recuperar clásicos, contando en su envidiable catálogo con nombres como Cervantes, Poe, Quevedo, Verne, Conrad, Pardo Bazán, Kant, entre muchos otros. Ánimo y a seguir en esa línea.

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