Guión: Olivier Ka. Lápices y tintas: Alfred. Color: Henri Meunier. Trad. Sergio España y Paco Rodríguez. Ponent Món, Rasquera (Tarragona), 2007. 112 pp. 20 €.
Ricardo Triviño
Por qué he matado a Pierre recuerda mucho a Blankets de Craig Thompson. Recuerda tanto por el dibujo y su entintado como por el tema común de la religión. Pero Craig Thompson no puede evitar ser un poeta de lo bello. Incluso en su Cuaderno de viaje sobre la preparación de su próxima obra Habibi, hablando de una descomposición intestinal resulta agradable.
Pero esta historia narrada por el pequeño Olivier, si bien empieza de manera amable presentando a través de su mirada infantil, aunque madura, la oposición existente entre la vida liberal de sus padres y la actitud conservadora y cristiana de sus abuelos, acaba por tornarse incómoda y asfixiante. Cada capítulo, encabezado por un inquietante “He matado a Pierre. Tengo X años”, aumenta la edad y el malestar del protagonista. “He matado a Pierre. Tengo 8/12/35 años”. Cada uno de ellos es un paso más hacia un pozo terrorífico al que el lector no puede resistirse.
La bondad de Blankets se transforma en la crueldad de Historia de una rata mala de Bryan Talbot. Lo que era una confrontación entre dos bloques de pensamiento externos se convierte en un problema personal, un dilema tan íntimo que acaba convirtiéndose en un secreto. Porque, aunque se han aprovechado del pequeño Olivier, él no sabe qué hacer, no sabe si hablar o no puesto que, al fin y al cabo, esa persona es su mejor amigo y no puede ser que quisiera hacerle nada malo. ¿Pero qué puede llegar a pensar un niño cuando abusan de él? Lo que pasa de refilón en la obra de Craig Thompson y que está simbolizado por una rata enorme en el excelente trabajo de Talbot, en manos de Olivier Ka y Alfred es una mixtura perfecta de ambos donde se alcanza la tensión del segundo a través del estilo del primero.
El dibujo emotivo y expresionista, entintado a pincel, consigue, en escenas como la del abuso del chico en mitad de la noche, efectos verdaderamente impactantes e inquietantes. Gracias también a un color creador de atmósferas y ajustado a cada situación, este cómic resulta ser una bellísima obra de arte que retrata a través de un diario sincero una situación que resulta siempre difícil de abordar y que algunos, desconocedores del medio, consideran un tema demasiado “profundo” o “importante” para que un tebeo pueda llegar a mostrarlo en su real plenitud.
Por qué he matado a Pierre posee inteligencia sobrada para relatar un problema individual desde los diferentes puntos de vista de la misma persona a lo largo de su vida. Así, los recuerdos cambian al volver a ser visitados, igual que las sensaciones que provocan. Una historia que impele a leerla de un tirón, sin poder despegarse de sus páginas, acongojado cada vez más por un espectro de terror que oscurece el pecho y el pensamiento. El relato de cómo la sombra del árbol del Paraíso puede llegar a ser, y es, tan alargada y tan negra como todas las demás.
Por qué he matado a Pierre recuerda mucho a Blankets de Craig Thompson. Recuerda tanto por el dibujo y su entintado como por el tema común de la religión. Pero Craig Thompson no puede evitar ser un poeta de lo bello. Incluso en su Cuaderno de viaje sobre la preparación de su próxima obra Habibi, hablando de una descomposición intestinal resulta agradable.
Pero esta historia narrada por el pequeño Olivier, si bien empieza de manera amable presentando a través de su mirada infantil, aunque madura, la oposición existente entre la vida liberal de sus padres y la actitud conservadora y cristiana de sus abuelos, acaba por tornarse incómoda y asfixiante. Cada capítulo, encabezado por un inquietante “He matado a Pierre. Tengo X años”, aumenta la edad y el malestar del protagonista. “He matado a Pierre. Tengo 8/12/35 años”. Cada uno de ellos es un paso más hacia un pozo terrorífico al que el lector no puede resistirse.
La bondad de Blankets se transforma en la crueldad de Historia de una rata mala de Bryan Talbot. Lo que era una confrontación entre dos bloques de pensamiento externos se convierte en un problema personal, un dilema tan íntimo que acaba convirtiéndose en un secreto. Porque, aunque se han aprovechado del pequeño Olivier, él no sabe qué hacer, no sabe si hablar o no puesto que, al fin y al cabo, esa persona es su mejor amigo y no puede ser que quisiera hacerle nada malo. ¿Pero qué puede llegar a pensar un niño cuando abusan de él? Lo que pasa de refilón en la obra de Craig Thompson y que está simbolizado por una rata enorme en el excelente trabajo de Talbot, en manos de Olivier Ka y Alfred es una mixtura perfecta de ambos donde se alcanza la tensión del segundo a través del estilo del primero.
El dibujo emotivo y expresionista, entintado a pincel, consigue, en escenas como la del abuso del chico en mitad de la noche, efectos verdaderamente impactantes e inquietantes. Gracias también a un color creador de atmósferas y ajustado a cada situación, este cómic resulta ser una bellísima obra de arte que retrata a través de un diario sincero una situación que resulta siempre difícil de abordar y que algunos, desconocedores del medio, consideran un tema demasiado “profundo” o “importante” para que un tebeo pueda llegar a mostrarlo en su real plenitud.
Por qué he matado a Pierre posee inteligencia sobrada para relatar un problema individual desde los diferentes puntos de vista de la misma persona a lo largo de su vida. Así, los recuerdos cambian al volver a ser visitados, igual que las sensaciones que provocan. Una historia que impele a leerla de un tirón, sin poder despegarse de sus páginas, acongojado cada vez más por un espectro de terror que oscurece el pecho y el pensamiento. El relato de cómo la sombra del árbol del Paraíso puede llegar a ser, y es, tan alargada y tan negra como todas las demás.
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