Ignacio Sanz
Lo primero que sorprende de Víctor Álamo (Santa Cruz de Tenerife, 1969) es su poderoso estilo. Qué facilidad para arrastrar al lector por un torrente de floridas imágenes que se van encabalgando con la fuerza imparable de un huracán. Y comienzo destacando el estilo porque intuyo que los saltos de escenario, las idas y venidas por el ancho mundo en el que se mueven los personajes de esta novela, tienen mucho que ver con el estilo, con la necesidad que darles vida en amplios escenarios.
Philipp es un viejo aviador nazi reconvertido en aventurero. El nazismo es una referencia lejana, en realidad estamos ante un soñador empujado por la aventura que pretende montar un zoo humano; para eso viaja a borde del barco “Veterano” por los anchos mares recolectando personajes variopintos, desde una familia de esquimales hasta un cabrero-arqueólogo de la isla de El Hierro o unos negros a los que, por la barbarie de la guerra de Sierra Leona, han sido mutilados. Y todo para mostrarlos al mundo, especialmente a los países europeos. El Palacio del Cristal de El Retiro madrileño es uno de los escenarios son mostrados. Pero, entre tanto, los personajes superan mil peripecias para llegar a cumplir su objetivo.
Montoto, el otro gran personaje de esta novela llena de tipos admirables, es un tenor catalán que, tras una vida de éxitos públicos y de estrepitosos fracasos privados, se retira a El Hierro. Precisamente así comienza la novela, cuando el tenor, que ha triunfado en los grandes teatros del mundo, llega a El Hierro y, entre las casas humildes de La Restinga, descubre la enigmática pensión de un alemán.
La novela resulta interesante por los escenarios, Brasil, Sierra Leona, Galicia, El Ártico, pero, sobre todo, por El Hierro. Supongo que la mayoría de los españoles tenemos una idea vaga de esta isla que Víctor Álamo describe maravillosamente, hasta el extremo de hacer soñar al lector con un viaje para su descubrimiento.
Pero no nos engañemos, quien tira de la novela, quien la hace sugestiva, son los personajes. Además de los descritos, habría que hablar de dos mujeres, la romántica Celia y, sobre todo, la carnal Janine, casada con Montoto, profesora de universidad y a la que nada se le pone por delante para conseguir sus objetivos. En este sentido, el capítulo 10 de la novela, es de un erotismo tan excelso que recuerda el capítulo 8 de Paradiso, la célebre novela de Lezama Lima.
Otros capítulos están atravesados por el humor, especialmente en los dos en los que un burro, siempre un burro herreño, se convierte en protagonista de unas escenas que entroncan con una literatura popular.
Estamos, pues, ante una novela ambiciosa que se desarrolla en parajes de ensueño habitada por personajes extremos que finalmente mueve a cierta melancolía. Y estamos también ante un escritor canario con un estilo de altos vuelos, como si un águila le fuera trazando su caligrafía.
Víctor Álamo: «La literatura es muy hija de puta y es ella quien decide si eres o no eres escritor»
Víctor Álamo de la Rosa (Santa Cruz de Tenerife, 1969). Poeta y narrador, ha publicado cuatro libros de poesía, seis novelas y dos libros de relatos. Su obra se ha editado en países como Francia, Portugal, Croacia, Brasil, Venezuela, Alemania, entre otros. Entre sus novelas destacan El año de la seca (1997), prologada por José Saramago, Campiro que (2001), cuya traducción francesa fue finalista del prestigioso Prix Fémina a la mejor novela extranjera, Terramores (2007) y La cueva de los leprosos (2010). Isla nada (2013) es su última novela hasta la fecha. En esta entrevista nos cuenta los secretos de su cocina literaria.
—Isla nada cierra un ciclo dedicado a las Islas Canarias, el archipiélago que le vio nacer. ¿A qué obedece esa necesidad de hablar de su territorio?
—Efectivamente cierro un ciclo novelesco donde he querido conformar un mundo narrativo propio anclado a la idea de isla y de mar, para explotar ese lado mítico de la insularidad que tiene casi una microtradición literaria propia, porque las islas en literatura siempre han dado mucho juego. Recordemos por ejemplo a Stevenson y su isla del tesoro o a Cervantes y a su isla Barataria, sin ir más lejos. Más allá de lo obvio, es decir, que soy canario y por tanto un ser insular y que mi memoria, y sobre todo, la memoria de mi infancia, está anclada a una isla, a un territorio siempre cercado por el muro azul del mar, he de confesar que situar mis novelas en islas también obedece a esa intención puramente literaria de explotar también yo el misterio, la magia, las posibilidades y paisajes de las islas, insertándome también conscientemente en esa tradición literaria de la insularidad que tantas obras maestras ha dado a la literatura universal. Cuando mis novelas empezaron a traducirse en Francia, por ejemplo, me di cuenta de que allí se leían así, es decir, como novelas que se ambientan en islas misteriosas, míticas, casi irreales, lejos de la realidad geográfica que impone una cartografía y unos mapas que llaman Canarias al archipiélago donde nací. Este juego entre realidad y ficción me pareció muy literario y me dediqué a explotarlo en estas novelas que, aunque independientes, tienen mucho que ver las unas con las otras. Isla nada cierra el ciclo porque destruyo la isla mítica de mis narraciones pero también porque abro mi narrativa a otros lugares tan dispares como la Antártida o Río de Janeiro. Sentía la necesidad de imponerme nuevos retos narrativos porque si algo tengo claro es que el escritor no puede ser acomodaticio sino que, si de veras quiere hacer arte, debe estar imponiéndose retos continuamente, probándose a ver hasta dónde puede llegar
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