Nabor Raposo
Hay poemas y canciones sobre la bebida, se arranca Amis, pero nada que hable de emborracharse, y mucho menos de después de la embriaguez. La obra que nos ocupa también renuncia a la literatura imaginativa, como la define el autor, para abordar el asunto, que resuelve con una combinación de géneros periodísticos para presentarle al lector una insólita y genuina miscelánea etílica cuyo propósito anida más cercano al regocijo que a la erudición. Una combinación que contiene tres cuartas partes de inteligencia narrativa, talento natural y un notable conocimiento de la materia, alimentado por una no menos excelsa sabiduría popular. Añadan un corrosivo humor que, servido sin ningún tipo de dosificador y de manera muy generosa, sabe a marca de la casa –Amis Dry– y pónganle a las botellas ese mismo apellido, sustituyendo el château de la etiqueta por una pluma estilográfica, estandarte heráldico de la familia: el resultado es un cóctel que, en contra de la creencia popular –caprichos del traductor– se sirve agitado y no mezclado –“shaken not stirred”– y frío como una venganza.
Esta serie de artículos, escritos originalmente por Kingsley Amis (1922–1995) en su columna semanal del Daily Telegraph, primero, y posteriormente en el Daily Express, fueron asimismo compilados en su día en tres volúmenes (On drink, 1972; Everyday drinking, 1983 y How’s Your Glass?, 1984) hasta formar la colección definitiva que ahora presenta Malpaso en español, con un gusto exquisito para la edición y a la altura que exigen las circunstancias –es justo reconocerlo–.
Quizá sea esta circunstancia, la repetición, la que constituya el mayor hándicap de este personal vademécum. Como el propio Amis reconoce al principio del segundo capítulo/libro, «cobrar dos veces por el mismo trabajo siempre es agradable», y aunque se refiere a la satisfacción que le produce sacar un libro de crónicas periodísticas ya publicadas, lo cierto es que On drink (Sobre el beber) y Everyday drinking (El trago nuestro de cada día) son prácticamente un repicado de sí mismos. El editor da buena cuenta del problema en la nota prelimitar, y se disculpa, lo que también es de agradecer, con la siguiente excusa: «como todos los compañeros de copas, Amis se repite de vez en cuando». En cualquier caso, la simple lectura podría bastar como un argumento más que suficiente para redimir a ambos.
Los distintos apartados del primer capítulo (el segundo, como hemos dicho, podría entenderse perfectamente como un interesante complemento a lo anterior) compendian una serie de consejos, anécdotas, explicaciones, recetas, guías, inventarios, aforismos y demás pensamientos que deberían bastar a los no iniciados –o los abstemios– para servirse de una entretenida guía turística sobre el universo alcohólico. Conviene, no obstante, detenerse en este punto y llamar la atención del lector más avanzado sobre algunas generalidades cuya vigencia ya ha sido puesta en entredicho con el paso del tiempo, cuando no superada por unanimidad. Aquí nos referimos, especialmente, a los destacados epígrafes sobre el vino –que constituye, valga la redundancia, un universo en sí mismo– y sobre los que podíamos decir que han envejecido en dirección opuesta al producto. En este sentido, valorar las categorías que se establecen de acuerdo al momento actual o presentarlas como un punto de vista original y novedoso se antoja una tarea absolutamente anacrónica: hablamos, por supuesto, de la poca justicia que se hace con el vino español –con el vino español de ahora, se entiende–. Por el contrario, las medidas que Amis detalla para la elaboración de su particular imaginario de bebidas combinadas suelen ser internacionales y facilitan su comprensión, cosa que es de agradecer: partes, vasitos, chupitos, cucharadas, etcétera; cuando no botellas, directamente. Olvídense de los galones americanos, las libras, etcétera.
Por último, El estado de tu copa pretende dinamizar el final de la lectura con un entretenido juego de preguntas y respuestas, algunas de las cuales pueden extraerse de la lectura previa, y que bien podría emplearse perfectamente para conjeturar sobre el diagnóstico aproximado del hígado de los concursantes, y en menor medida, de su erudición.
NOTA DEL REDACTOR
Desde pequeños se nos inculca a todos esa terrible costumbre que dictamina, prácticamente en casi todos los órdenes de la vida, dejar lo mejor para el final. Esto es lo que el arriba firmante persigue con la elaboración de esta nota. Sin embargo, si nos atendemos a la cronología de cualquier jolgorio que se precie, vemos que su conclusión no podría estar más alejada de este convenio.
Si finalmente hemos resuelto prolongar arbitrariamente esta reseña, no ha sido sino para poner de relieve, por encima de cualquier otro ámbito dentro del texto, el tratamiento que el autor le brinda –chin-chín– a este cruel y lamentable estado. Resulta inevitable, pues, señalar la principal paradoja que podríamos extraer de esta secuencia: como mandan los cánones, hemos atendido a la inviolable premisa que exige dejar lo mejor para el final, aunque la resaca no sea, ni de lejos, el mejor final que uno pueda esperarse o desear para sí mismo.
Y, hablando de paradojas*, la redacción del presente artículo tampoco escapa a la siguiente: escribir –o leer a Kingsley Amis lo que escribe– sobre el episodio póstumo de una buena curda es infinitamente mucho más gratificante que sufrirlo en tus propias carnes. Quizá este sea el último reducto que los gurús del debate entre realidad vs. ficción no hayan conquistado todavía.
Lean lo que el autor tiene que decir sobre la resaca. No les será útil: nada lo es. Pero quizá al menos les sirva para encontrar consuelo en esa sutil comprensión, al extremo opuesto de la condescendencia, que solo un buen amigo como Amis podría entregarnos en un momento tan crítico. Vale la pena comprar el libro solo por eso.
* «Nada más despertar, persuádete a ti mismo de lo afortunado que eres por sentirte tan mal. Esto se conoce como la paradoja de George Gale y se centra en la evidencia de que si no te encuentras fatal después de una buena torrija, es que sigues borracho, por lo que deberás estar sobrio y despierto cuando ataque la resaca». Kingsley Amis (Sobrebeber).
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