Fernando Sánchez Calvo
Iván Ilich, alto funcionario de la administración zarista, está a punto de morir. Como el resto de su vida, la causa de su inminente fallecimiento es triste, anodina y ridícula de pura cotidiana que es. No menos triste y anodina que su velatorio, con el cual da comienzo esta pieza breve de uno de los grandes que Nórdica, una vez más, acierta a rescatar e ilustrar con la mano de Agustín Comotto.
Iván Ilich, como ya hemos dicho, está a punto de morir, y no lo sabe. Estudia, asciende, prospera, se casa, tiene hijos, se convierte en un tipo respetable y disfruta en ocasiones sabiéndose una buena persona que, sin embargo, cuando quisiera, podría ser temido por cualquier ciudadano que tuviera un problema con la justicia. Eso le hace sentirse bien, sentirse pleno, aunque sus compañeros de trabajo (envidiosos por naturaleza) y su mujer (egoísta por burguesa) no aporten gran cosa a dicha plenitud.
Iván Ilich está a punto de morir y de repente sí lo sabe. Ese hecho, como era de esperar, provoca que el protagonista se replantee algunas cuestiones que hasta entonces no se había replanteado. A saber:
-que la muerte es individual e intransferible y el dolor que siente uno por sí mismo no lo puede sentir nadie más por mucho que te quieran;
-que la muerte de uno puede convertirse en una oportunidad para otros y si en algún momento de tu vida sientes que empiezas a sobrar, a lo mejor es porque sobras;
-que el cariño es la única manera de vencer al dolor de la muerte pero esto sólo lo aprendemos justo cuando nos estamos muriendo.
Lev Tolstói escribió esta novela con cincuenta años. Al igual que otros compañeros de generación o incluso al igual que toda persona que entre en la última etapa de su vida (compárese por ejemplo con el Galdós de Misericordia), el interés por retratar de manera realista las miserias e injusticias de la sociedad fue desplazado por una de esas crisis espirituales que te llevan a preguntarte cosas como “para qué tanto esfuerzo” o “después de esto, qué” en lugar de preguntarte “qué hay de comer para hoy” o “cuándo morirá mi superior para que yo pueda ocupar su puesto”. Ni exagero ni personalizo: lo he aprendido de manera natural, cruda y realista al leer los pensamientos, los temores y las certezas de Iván Ilich
Nabokov dijo en su día que esta novela era la mejor novela de la literatura rusa. Mahatma Gandhi lo repitió. Parece demasiado aventurado afirmar esto incluso si fuiste o eres una gran personalidad teniendo en cuenta otros títulos gigantes de gigantes rusos del siglo XIX que por gigantes no hace falta ni mencionar, pero sí se debe reconocer aquí que las escasas ciento cincuenta páginas que componen esta historia podrán ser leídas hoy, mañana y dentro de cien años en Rusia, en Asia o en futuras civilizaciones. Hablan de manera sincera de la obsesión más vieja del hombre: desaparecer. Supongo que eso, entre otros ingredientes, convirtieron a esta pequeña joya en un clásico.
1 comentario:
Un hombre ante la muerte Reflexion sobre la vida vivida y si valio o no la pena Muy interesante Y una frase recordando Ivan Ilich una ciudad de su juventd, piensa "habia alli una calle que recordaba especialmente" Muy evocador (Luis Manteiga Pousa)
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