María Dolores García Pastor
Maf es un perro de alta cuna, descenciente de los nobles canes de la mismísima María Antonieta y ha sido criado en la casa de Vanessa Bell, la pintora británica hermana de Virginia Woolf. Con esos antecedentes, como no podía ser de otra manera, tenía que estar predestinado a ser alguien en el mundo canino. Así que por esas cosas achacables al destino o al azar este pequeño terrier abandona su hogar en la campiña inglesa para viajar hasta los Estados Unidos. Lo llevará hasta allí la madre de la actriz Natalie Wood que a su vez se lo venderá a Frank Sinatra que lo comprará para regalárselo a la mismísima Marilyn Monroe, ahí es nada. Y como el que no quiere la cosa el pequeño Maf, diminutivo de Mafia Honey, se convierte en el ser más cercano a la mítica actriz durante los dos últimos años de su vida.
No es esta la primera vez que un escritor convierte a un perro en el protagonista de su historia, en la voz que la narra. Algunos hasta les han dado una personalidad bastante humana. El primero que me viene a la cabeza es Mister Boones, el perro vagabundo del Tombuctú de Paul Auster en el que vivimos en primera persona el día a día de los sin hogar, la dureza de la calle. O Stella, la protagonista de Te daba por muerto de Pet Nelson, uno de los ejemplos más recientes, auque en esta ocasión ella más que un perro pensante es la conciencia de su humano. Tampoco es la primera vez que un autor hace hablar a perros, moscas, hormigas y otros seres vivos en un universo paralelo que transcurre en la misma dimensión que la vida humana pero en una frecuencia acústica diferente: los animales se comunican entre ellos pero el oído humano no es capaz de entender lo que dicen.
Pero, aunque no es el primero, el perro de Marilyn es diferente a todos ellos. Maf es un perro muy pero que muy cultivado, con grandes conocimientos sobre arte, literatura, filosofía y demás parcelas del saber humano. Tiene una personalidad fuerte y arrebatadora, un verbo prodigioso, un excelente sentido del humor y un encanto físico que enamora. Pero no es eso lo que lo hace tan especial, en realidad su mayor encanto es ser el acompañante de una de las mujeres más hermosas, sexys y misteriosas del siglo XX. Y es que todo lo que tenga que ver con la Monroe nos resulta extremadamente atractivo a muchos. Eso y la inmersión del can en el faranduleo hollywoodiense de la época que nos lleva a conocer desde su prespectiva a famosos actores y directores de cine y hasta a algún que otro escritor, como la controvertida Carson McCullers.
La voz canina sirve al autor para reflexionar sobre temas tan trascendentes como la condición humana o la soledad, casi siempre con humor no exento de una profundidad que hace pensar. Maf se entrega a largas e interesantes disquisiciones que a veces son tan largas que acaban dejando de ser interesantes. Este es un libro entretenido, con un ritmo bastante ágil, pero que en ocasiones se atasca porque descoloca un poco que el perro Maf suelte sus discursos sobre Freud o Nietzche sin ton ni son, en medio de una reunión informal de actores antes o después de haber mordido a uno de los invitados, por poner un ejemplo. Las notas a pie de página, del propio perro, resultan un poco incómodas aunque también es cierto que nos hacen ver con claridad que Maf es un poco repelente.
Me llama la atención la frase de John Banville que aparece en la contraportada comparando este libro con grandes obras maestras como Lolita o El gran Gatsby porque, según dice, la “novela es un canto a la inocencia” como estas otras dos. Como que no. El libro está bien pero tampoco hay que pasarse. Para los que busquen saber algo más sobre la vida de la Monroe en este libro, desengáñense, ella es sólo un señuelo, el verdadero y único protagonista es el perro.
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