Nere Basabe
Recuerda algo a una antagónica Erica Jong el hilarante arranque de este libro a bordo de un avión abarrotado de asistentes a un congreso médico en Estambul y ese omnipresente miedo a volar. A partir de ahí, sin embargo, la novela se convierte en un homenaje (con algo de parodia) al cine negro y la literatura detectivesca, género revisitado aquí, eso sí, desde el humor y la humildad.
Con ella ha ganado el médico bilbaíno Ignacio Jáuregui el primer premio de novela del III Certamen Iberoamericano patrocinado por la Fundación de Huérfanos y Protección Social de Médicos Príncipe de Asturias. Una novela ágil y divertida que cuenta la historia de un tal Jaime Pons, joven abogado madrileño que trabaja en una pequeña compañía de seguros, poco dado a la aventura y al que su empresa envía a Estambul para que investigue la misteriosa muerte de un hombre que pocas semanas antes había contratado con ellos una póliza de vida multimillonaria. Al igual que el personaje de Graham Greene (a cuya obra se rinde homenaje desde el mismo título), aquel vendedor de aspiradoras que jugaba a ser espía, también Pons es un detective impostor, que no sabe qué hace metido en semejante lío, y que va descubriendo a su pesar, en un crescendo delirante, una trama que enreda estafas de seguros con la mafia rusa y los oscuros intereses de la industria farmacéutica, pero también su recóndita madera de héroe íntegro y valeroso. Con una escritura fresca que no se pierde en vericuetos (casi todos los capítulos ocupan apenas página y media, y te fuerzan a leer las dos siguientes hasta que, sin darte cuenta, te has leído el libro de un tirón) pero que alcanza para retratar suficientemente a los personajes, e incluso para esbozar retratos interesantes de algunos secundarios (mi preferido es el funcionario del consulado español), Jáuregui se arma de todos los clichés del género negro para explotarlos de forma personal, y hasta se asoma a la literatura de viajes sabiendo sacar todo su provecho al exótico escenario, Estambul, que actúa casi como un personaje más. No hay duda de que el autor debió de divertirse tanto escribiendo esta pequeña historia como se divertirán los lectores al leerla.
Del lado de las objeciones, sin embargo, señalaría tal vez que su ritmo rápido pasa de largo algunas oportunidades, y que, a pesar de que la trama de suspense está urdida con acierto y correctamente dosificada, el final resulta después de todo un tanto previsible. Llama la atención sobre todo el anacronismo del protagonista (quizás demasiado identificado con el propio autor), porque sus referencias culturales, del cine en blanco y negro a las letras de boleros, probablemente casan mal con un joven de veinte años actual. Pero es que esta novela, sin exceso de ambiciones, recrea una y otra vez arquetipos para luego mofarse de ellos. No pretende más, y lo que hace, lo hace bien.
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