Julián Díez
¿Verdad que a veces se lee un libro que no es bueno-bueno, que simplemente está bien aunque repleto de peros, y sin embargo se sienten muchas ganas de recomendarlo? Porque hay otros factores en juego, por ejemplo los que inciden en El evangelio de las aves: la sensación de descubrimiento, pongamos por caso. La de estar ante una obra singular que puede ser la puerta a más. La originalidad de los mejores momentos. La ambición, el impulso, el buen tono global.
La cuestión que no puede ocultarse, por otra parte, es que esa misma ambición ha hecho que tal vez Adam Novy haya intentado en su primera novela dar un bocado más grande del que podría tragar. Y no ha podido escapar en algunas páginas a los mismos defectos que acechan al resto del new weird, el movimiento al que se aproxima este trabajo. En resumen, hay páginas en las que lo extraño de lo que ocurre resulta un punto caprichoso, definitivamente ajeno, y el lector siente cierta fatiga por la incesante —y a veces, ay, incoherente— creatividad del autor. Sin mencionar la certeza, ya asumida en este tipo de fantasía contemporánea, de que no habrá una explicación, una conclusión lógica, una concesión a la narrativa tradicional como cierre.
Dicho esto, ole por Novy.
El evangelio de la aves se desarrolla en un escenario catastrofista, cuyo origen no se determina en toda la novela. Está contado desde el punto de vista de un narrador posterior a los hechos, que se intuye que los recopila como si pretendiera crear un texto sagrado; sin embargo, el tono bíblico no es sino ocasional y no estorba especialmente el relato, sino que sirve para ocasionales subrayados solemnes. Según el propio autor en una entrevista, quería “sonar como Gandalf si Gandalf estuviera lleno de mierda, como un genocida que se compadeciera de sí mismo, pero siguiera siendo Gandalf con toda su mística y demás”.
El escenario no es un mundo reconocible postatómico a la manera de La carretera de McCarthy, la novela con la que se la ha comparado -y a la que sólo alcanza en sus mejores momentos-. Es un lugar en el que Oklahoma y Hungría son lugares fronterizos enzarzados en guerras endémicas, los gitanos forman una especie de sociedad alternativa y los pájaros han decidido atacar a la humanidad. Entre otras —muchas— cosas.
La ciudad sin nombre donde se desarrolla la acción está bajo el tiránico control de un juez al que Zvonimir, un hombre capaz de controlar a los pájaros, rinde interesada fidelidad. Sin embargo, su hijo Morgan, que multiplica sus habilidades, termina por rebelarse; pronto sabremos que es el nuevo Mesías que anuncia este evangelio, aunque en su historia haya también amor, brutalidad y remolinos shakespearianos.
La novela funciona como fábula oscura, como retorcida parábola de algunos aspectos de nuestro tiempo, aunque menos frecuentemente como ficción. Resulta sorprendente que su modesto éxito en el circuito indie estadounidense le haya conseguido una traducción al castellano, si bien uno no puede sino envidiar la edición original que Seix Barral, que ha hecho una impecable pero convencional, no ha querido imitar: dos tomos pequeños en papel biblia, de cantos redondeados, a la manera de los evangelios tradicionales.
Pese a todo lo dicho, lo cierto es que el veredicto sobre El evangelio de las aves va a seguir pendiente por un tiempo. Es posible que se quede en una rareza singular, una explosión de raro colorido. Pero también es el tipo de libro —esta es mi apuesta— al que una segunda obra más redonda por parte de su autor, que parece al alcance de Novy, convertirá en un clásico menor de culto.
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