Óscar Esquivias
Sherlock Holmes y Watson apuntan sus sueños en sendos cuadernos y luego se los leen el uno al otro. Sin embargo, pueden pasar semanas enteras en las que no intercambian sus fantasías oníricas. Pese a su larga amistad, han llegado al acuerdo tácito de no confiarse los sueños eróticos o escabrosos. De este modo, el silencio los delata: lo que se calla acaba siendo tan significativo –o más– que lo que se cuenta. El secreto da alas a la imaginación y, por ello, puede ser muy perturbador.
Esto sucede en uno de los cuentos de Los bigotes de la Gioconda de Blas Matamoro, un autor con una larga carrera literaria a quien, sin embargo, yo hasta ahora sólo conocía por sus ensayos y sus numerosos artículos sobre música clásica. Esta condición de melómano se refleja en las páginas del libro: los personajes escuchan (o tocan) obras de Sibelius, Bach, Mendelssohn, Haydn o Nielsen; además, Matamoro tiene una prosa muy musical que fluye con naturalidad, sin ninguna afectación (y, por supuesto, también sin sonsonete ni ritmos cantarines, que es lo que otros entienden por «musicalidad» en la literatura). Su excelente oído para el idioma se refleja en el estilo y hasta en el argumento de los relatos: casi todos los personajes son muy conscientes de las palabras que emplean, alguno intenta averiguar la procedencia de otras personas a través de su acento y otros señalan los españolismos o argentinismos que se cuelan en su conversación. La arquitectura de sus relatos es muy variada y original. Muchos de ellos parecen construidos con sucesivas oleadas de energía, como las que escuchamos en la Fantasía de Schumann o en ciertos pasajes de Wagner o Mahler (además, el estilo de Matamoro tiene una sensualidad y una suntuosidad casi orquestales). El propio autor nos declara su poética en una breve nota final: «El cuento es como una cadencia musical, tiene una tensión y una resolución. No importa su tamaño sino su estructura».
El oficio de este escritor es extraordinario. Destaca especialmente en el uso de la elipsis y tiene la sabiduría de los narradores que saben elegir sus materiales literarios y los exponen de la manera más elocuente y expresiva. A mí, personalmente, me gusta mucho su capacidad para crear atmósferas mórbidas, a veces casi irrespirables, en consonancia con la psicología de los personajes (el autor tiene querencia por los estados de perturbación mental y a menudo nos describe la irrupción de la locura –o de lo inexplicable, lo extraño, lo mágico– en la vida cotidiana). Matamoro aborda con naturalidad relaciones personales muy complicadas: no sólo las de pareja o las paternofiliales, sino también las incestuosas, los tríos sentimentales y hasta los quintetos (que ambientan sus orgías –quién lo hubiera esperado– con música de Brahms).
De todos los cuentos incluidos en el libro, mis favoritos son el citado «Querido Watson», «Una carta peligrosa» (una potentísima historia de misterio, fantasmas y locura), «Rapsodia del viudo» (que trata sobre la relación entre una secretaria y su nuevo jefe) y «La batalla del Brénnero» (un divertido laberinto erudito al modo de Borges o Buzzati).
Me asombra que los relatos hayan permanecido totalmente inéditos hasta hoy. ¿Cómo es posible? Según se nos informa en el propio libro, los cuentos fueron escritos entre 1985 y 1995, y corregidos en 2003. Los ha seleccionado y editado José Luis Pereira, que también es el propietario de «Tres rosas amarillas», la única librería de España dedicada en exclusiva al cuento. Supongo que cuando Pereira conoció estos relatos sintió una emoción parecida a la del arqueólogo que descubre una magnífica escultura antigua y la saca a la luz. Más que la Gioconda, este libro es (por no salir del Louvre) una Victoria de Samotracia, una imagen alada, llena de misterio, bellísima.
1 comentario:
muy buena reseña
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