Ángeles Prieto Barba
Un lastre formativo de nuestro país es la cantidad considerable de ciudadanos que siguen identificando cultura con pedantería y aburrimiento. Y quizás no se trate sólo de un problema educativo, es que tal vez deberíamos tener en cuenta que impregnamos de una constatable gravedad buena parte de los actos culturales que creamos, o a los que acudimos. Documentales históricos de lectura monocorde, múltiples paneles informativos en cada exposición (no hay que leerlos todos), silencio de capuchinos visitando los museos, que sólo se rompe cuando alguien engola la voz para otorgar su sentencia, que no añadir información útil o mostrar entusiasmo, ante la pieza que esté contemplando. Es por eso que este libro maravilloso se hace imprescindible para cualquier amante de la historia y de la cultura no grave ni pedante, sino apasionado, desprejuiciado y deseoso de aprender, en definitiva. Un libro que deberíamos tener en nuestra casa, a disposición de nuestra familia.
La historia del mundo en 100 objetos responde a una concepción muy sencilla: elegir cien piezas expuestas en el museo más famoso del Mundo, el British Museum de Londres, y explicarlas acto seguido con ese entusiasmo necesario que en modo alguno se contradice con el rigor. Primero en un libro y luego en una serie de la BBC que consiguió una audiencia significativa, y de la que deberían tomar nota nuestras edificantes cadenas televisivas. Por ello, también nos encontramos aquí con un libro familiar o colectivo, no para disfrutarlo en lectura privada, sino para enseñar las fotos del objeto elegido a nuestros seres cercanos y comentar lo que vemos todos juntos.
La elección de las piezas no ha podido ser más acertada. Pues pese a cumplir la condición sine qua non de encontrarse expuestas en el Museo Británico, son representativas no sólo de las distintas épocas históricas, sino también de las diferentes civilizaciones del mundo, repartidas por los cinco Continentes, haciendo que este libro nos reporte un paseo cultural formativo, muy ameno y completo.
Por una parte, el libro recoge las grandes piezas de arte que conforman nuestra herencia cultural como la Piedra Rosetta, el estandarte de Ur, una momia egipcia o una escultura del Partenón griego, pero por otra, nos muestra además objetos de uso común y cotidiano, a los que no prestaríamos atención en el caso de visitar como turistas el British: una pipa norteamericana, monedas y billetes, espejos, platos, jarrones, tejas y relicarios. Asimismo, algunos objetos son lujosos, propios de las clases dirigentes como la maqueta dorada de un galeón mecánico, pero otros pertenecieron sin dudarlo a gente común y corriente como un juego de té victoriano, un tambor sudanés o un pimentero. Ideológicamente además, la cultura material, al contrario que la escrita mucho más selectiva, recoge no sólo los testimonios de los vencedores, sino también de los vencidos como los taínos de Caribe, los incas o los aborígenes australianos e incluso de minorías relegadas a lo largo de la Historia como las mujeres (sencillo penique sufragista) o los homosexuales (impresionante copa Warren).
Un libro como éste, extenso, intenso y erudito, viene acompañado de fotos e ilustraciones verdaderamente excepcionales, acordes con un texto en el que no dejan de incluirse comentarios de personalidades y expertos en la época o materia a tratar que matizan, profundizan y nos ilustran mucho más la pieza elegida. Es el caso por ejemplo del gran hispanista John Elliott que aparece aquí explicándonos un astrolabio judío con caracteres hebraicos, árabes e hispánicos medievales todos juntos. O Felipe Fernández-Armesto comentando el famoso grabado del imposible rinoceronte de Durero.
La experiencia no sólo de haber leído, sino de tener para consulta y siempre a mano un libro como éste es provechosa para el lector y todos sus allegados que concluirán, tras un mínimo de interés que le presten, que la cultura bien explicada y entendida lo abarca todo, todo, salvo el aburrimiento.
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