Arcadio García
Esta novela constituye la confesión pública de un dolor espantoso: la muerte prematura de una hija, y el esfuerzo de unos padres por racionalizar, en la medida de lo posible, el sufrimiento que provoca semejante tragedia. Narrada en primera persona por el propio Michael Köhlmeier, autor austriaco cuya hija, Paula, perdió la vida con 21 años de edad, en 2003, durante un paseo por la montaña. La historia tienen lugar tres años después del accidente, durante el desapacible invierno de 2006. El editor de Köhlmeier, el Dr. Beer, decide trasladarse inopinadamente desde Fráncfort al domicilio de Köhlmeier, en la pequeña ciudad austriaca de Hohenems, con objeto de trabajar, junto al escritor, en la última obra inédita del autor. Durante los tres días en que se prolonga la estancia del Dr. Beer, Köhelmeier y su esposa Monika, también escritora, comparten su vida con este singular personaje, un editor excéntrico, asocial, maniático, experto en la fenomenología de Husserl y amante de Joseph Conrad.
Mientras leía Idilio con perro ahogándose me ha asaltado el recuerdo de unas palabras que le leí una vez a Ricardo Piglia: «Las escenas de los libros leídos vuelven como recuerdos privados». Y es que el narrador revela que desde la muerte de su hija ha dejado de soñar con ella, y se diría que confía en la habilidad fascinante de la literatura para volver a hacerlo, echando mano de la capacidad que posee la literatura de incorporar a nuestro inconsciente historias que no han ocurrido nunca como si fueran episodios privados de nuestra propia experiencia vital, y, en consecuencia, la de incorporar a nuestra nómina de amistades y parientes personajes de ficción, y hacerlo como si se tratara de cualquiera de los seres reales con las que convivimos a diario. A partir de esa certidumbre, esta novela también constituye una búsqueda contumaz del autor —y padre— para tratar de recuperar el recuerdo de su hija, para tratar de volverla a soñar con la ayuda de la literatura y el lenguaje, de prolongar su vida mucho más allá de las circunstancias abruptas en las que se vio interrumpida y hacerlo con la misma intensidad con la que a menudo persiste en nuestro inconsciente el personaje de ficción.
Hay pasajes de esta breve novela que son realmente conmovedores. El narrador, mediante la ironía y el humor, lleva a cabo un esfuerzo apreciable y exitoso para evitar que prevalezca lo sensiblero, a pesar del cual el lector advierte la presencia permanente de un dolor inconsolable, por más esfuerzos que haga el autor para no expresar ese dolor de forma explícita, para evitar caer en lo lacrimógeno, para que la narración no acabe siendo, en suma, «una mierda rimbaudiana», expresión que empleaba la propia Paula para describir los textos excesivamente sentimentales. Se trata, pues, de un relato autobiográfico en el que posiblemente haya importantes elementos de ficción, aunque no sabemos en qué medida. No sabemos —yo no sé— si el Dr. Beer es un personaje real, y no sabemos —yo no sé— si el episodio final con el perro tuvo lugar en realidad o constituye un recurso metafórico mediante el que poner fin al duelo.
2 comentarios:
Si se trata de niños muertos, no podré leerla, lo siento. Desde que una es madre, le salta el automático con estos temas.
Si se trata de niños muertos, no podré leerlo. Desde que eres madre, ese tema se convierte en tabú.
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