Ariadna G. García
Hay novelas que, una vez leídas, ocupan un lugar fijo en las estanterías, un espacio reservado, hasta que toca hacer mudanza, donar libros... Son obras, en su mayoría, que nos han gustado, pero no lo suficiente como para releerlas o prestarlas. Diástole, la segunda novela de Emilio Bueso (tras Noche cerrada, 2007), no se encuentra entre ellas.
A medio camino entre la novela de terror, la novela negra, la novela romántica y el tratado de pintura, Diástole nos atrapa desde el comienzo, y a un ritmo de infarto, nos conduce por la vida de dos hombres acabados, cuyos corazones no sienten nada fuera de los límites del arte, o del amor, que al fin y al cabo, vienen a ser lo mismo: fuente de belleza.
Jérôme Fournier es un pintor de 41 años, cuya vida ha sido bastante triste. Ya no queda nada de su talento. Aquellos a los que amó han muerto o lo han abandonado. Se trata de un tipo solitario, poli-toxicómano, a quien la vida concede una última oportunidad para congraciarse consigo y con su obra.
Frente a él (el libro se articula en torno a estos dos personajes, aunque no son los únicos) se alza la figura distinguida de Iván, un coleccionista de cuadros que ha atravesado Europa para encargarle un lienzo: su retrato.
A lo largo de las cuatro noches de posado (desarrolladas en una antigua y ruinosa mansión de los Pirineos), Iván irá relatando los pormenores de su historia, a fin de que la pintura capte todos los matices de su personalidad.
Como resultado, Jérôme pinta un retrato al óleo de estilo expresionista, lo que no es casual. Esa estética pictórica potencia el drama, la angustia de ambos personajes por sentirse vivos. Las pinceladas son violentas, como el pasado de Iván en la URSS y Ucrania. Los colores, intensos, estridentes; como el mono que, de continuo, padece Fournier. El libro está salpicado de referencias a Edvard Munch (El Gólgota), James Ensor (La entrada de Cristo en Bruselas) y Marc Chagall (La caída del Ángel), cuyas obras se caracterizan por el uso de máscaras, la deformación, la expresión del dolor, la búsqueda del misterio, o la oscuridad; temas que envuelven con cada trazo, con cada palabra, a los protagonistas del libro.
Diástole es un homenaje al don artístico, al pulso que late en la carótida de los verdaderos creadores, capaces de sacrificar lo mejor de sí mismos por la idea, la obra en la que creen. Su oficio consiste en perseguir la belleza del mundo: un amor efímero que con el alba se desvanece; un alma abatida por la pérdida de aquello que la hacía palpitar.
Emilio Bueso ha creado una obra original, de una fuerza arrolladora, cuya prosa oscila entre lo desgarrado y lo lírico, lo soez y lo bello, como lo son los extremos por los que se mueve la vida.
Quien lea el libro ya sabe que no podrá colocarlo, junto a otros volúmenes, en una estantería. Lo llevará consigo, lo prestará. Sus páginas arderán por dentro de sus ojos, como un amanecer incombustible.
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