José Luis Gómez Toré
Una de las más fecundas contradicciones que animan la tradición lírica occidental es la que surge entre el yo que dice y el yo que se dice, entre la primera persona que privilegia la lírica y el impulso de despersonalización que anida en el propio lenguaje. Ya en los trovadores provenzales, como recuerda el filósofo Giorgio Agamben en un memorable artículo sobre Valente, las vidas y razós intentan dar cuenta de la figura del creador y de la gestación del poema, y sin embargo los datos biográficos a menudo parecen surgir del propio texto, antes que de un conocimiento exterior al mismo. No en vano nos advierte Gadamer de que la cuestión de quién habla en el poema está lejos de tener una respuesta obvia. En este sentido, llama, sin duda, la atención que Valente, uno de los poetas que más ha repudiado el confesionalismo en la lírica, llevara a lo largo de muchos años un diario. No obstante, quien se acerque a estas páginas con el objetivo de conocer la vida oculta del poeta quedará defraudado. Por el contrario, los lectores que quieran profundizar en el itinerario intelectual de alguien que supo que la poesía no estaba reñida con el pensamiento se encontrarán ante un documento de primer orden. Gracias a la labor de Sánchez Robayna (a quien debemos asimismo la cuidada edición de las obras completas del escritor), contamos con una vía de acercamiento más a una de las figuras intelectuales más ricas y complejas de nuestra literatura contemporánea.
La vida íntima del escritor apenas llega a asomar en algunos pasajes, si bien dichos momentos están cargados de una especial intensidad (como la relación amorosa con Coral o el dolor por la muerte de su hijo Antonio, víctima de una sobredosis). Las más de las veces asistimos a una colección de citas, reflexiones o apuntes, algunos de los cuales servirán de germen para poemas y ensayos posteriores. Buena parte de los materiales aquí recogidos confirman la visión que el propio Valente tenía de sus anotaciones: “Diario anónimo: papeles inéditos de personajes que probablemente no existen, pero que de algún modo deberían haber existido”. Esa obsesión por la impersonalidad de la escritura, o por la pluralidad casi pessoana del que escribe, asoma aquí y allá, mostrándonos la convicción de un escritor para el que la poesía es ante todo escucha, más que habla. No obstante, no todo en este diario mira hacia el espacio acotado del arte. A pesar de que Valente consideraba que la voz del poeta es una voz de extramuros, que no permanece a la ciudad, lo cierto es que como ciudadano no deja de lado la reflexión política, si bien se trata de una mirada que desdeña todo dogmatismo. Esta constatación hace pensar que determinados tramos de su obra poética (pienso, por ejemplo, en El inocente o Presentación y memorial para un monumento) no son episodios más o menos anecdóticos en su trayectoria, sino una línea más o menos subterránea que aflora en poemas muy posteriores como “Hibakusha” de Al dios del lugar (dedicado a la barbarie de Hiroshima) o el poema dedicado a los indios kaiowá de su libro póstumo.
Hay en toda la obra valentiana una búsqueda constante de la libertad, libertad incluso de las ataduras del yo, de una identidad fija que cristaliza en personaje (y que borra al otro, olvidando que “el otro es mi yo disidente”). Por ello, solo un conocimiento superficial del poeta puede encontrar chocante que su interés por la mística no desemboque en un acercamiento a la religión tradicional. Más bien hallamos la actitud contraria: hasta el punto de que en estas páginas, con ocasión de la persecución que sufre Salman Rushdie, el escritor corrobora la validez del aserto marxiano acerca de la religión como opio del pueblo. Y es que para Valente es aberrante todo intento de conciliar el lenguaje del poder con el lenguaje del espíritu (un espíritu que se entiende, no en oposición a la materia, sino como expresión de ésta).
No deja de sorprender la capacidad de Valente para darnos en unos pocos fragmentos, en una pincelada, lo que tantos otros son incapaces de decirnos en largos artículos o interminables libros. Ello no solo da fe de la pobreza intelectual de buena parte de nuestra crítica literaria, sino también de la necesidad de releer al poeta, para, más allá de lecturas simplificadoras, seguir dialogando con una obra que cada vez se revela más necesaria.
3 comentarios:
uf, siempre creí que ya leí en su día y con la misma editorial su obra completa.
Gracias por informar de y comentar la publicación del "Diario íntimo" de Valente.
Un abrazo.
Juan Julio Alfaya
http://juanjulioalfaya.blogspot.com/
http://espanaisrael.blogspot.com/
Dije "íntimo" y es "anónimo".
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