María Dolores García Pastor
Hace tiempo leí una anécdota sobre un escritor de éxito al que alguien le pedía un buen argumento para escribir una novela. No recuerdo ni el autor ni el medio en el que lo leí, disculpen pero la maternidad me tiene atontada la memoria. El caso es que el autor se lucía con una frase bastante parecida a esta: “un hombre y una mujer se enamoran, aquí tiene usted el argumento que le hace falta para su novela”. Hay quienes con esa brillante idea no tienen ni para empezar o se pierden en los típicos tópicos y en los sentimentalismos excesivamente edulcorados. En vez de todo eso, Slizárd Rubin nos regala una novela gracias a la que se le ha llegado a comparar con autores como William Faulkner, Milan Kundera, Berthold Brecht o el mismísimo Proust, ahí es nada.
Viajamos a la Hungría inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Til es un joven humilde aspirante a escritor que narra su historia de amor con Orsolya. Ella pertenece a una familia pudiente que no puede ocultar su simpatía y buena relación con los alemanes durante la gran guerra. Él un proletario que se afana en dar la bienvenida a los soviéticos que llegan para imponer un nuevo orden. Las diferencias de clase y políticas marcan el día a día de la pareja y los reproches y las humillaciones irán haciendo mella en ella. No se trata de una historia de amor al uso, es la crónica de una obsesión. Una relación basada en las desigualdades que empuja a sus protagonistas a entrar en una espiral autodestructiva que se prolongará a lo largo del tiempo con infinidad de idas y venidas.
Pero lo que atrae de este libro no es el morbo que pueda tener una relación intensa y tormentosa que en ocasiones llega al maltrato. Lo que atrapa al lector es, sobre todo, la manera que tiene su protagonista de narrar lo que acontece. En primera persona para hacerlo más cercano, más inmediato, casi palpable. Pero desprovisto de sentimentalismos. El narrador hace examen de conciencia aplicando sobre los hechos una mirada desapasionada y fría, casi indiferente. Sus recuerdos se alternan con los sueños y temores que le asaltan. Y con todo ello rememora con nostalgia un tiempo que no volverá, lo que nos hace recordar al Proust de Por el camino de Swan. Eso y el hecho de que los recuerdos que llegan hasta él nazcan de algunas de sus sensaciones o de la contemplación de paisajes y objetos. Mientras que toda la novela está impregnada de un halo que a mí me recuerda a La insoportable levedad del ser de Kundera.
Desafortunadamente y una vez más la política ha tenido que ver en el hecho de que un gran autor y una gran obra como ésta hayan tardado en tener el reconocimiento merecido. Cuando un régimen político aplasta la libertad de sus ciudadanos quienes se dedican a contar historias tienen dos caminos: el ostracismo o la sumisión. La novela de Slizárd Rubin escrita en 1963 fue redescubierta y valorada en su país en el año 2004 y para poder disfrutarla traducida al castellano hemos tenido que esperar casi medio siglo. Como se suele decir, nunca es tarde si la dicha es buena, y en este caso lo es.
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