David Vicente
Cuando me encargan realizar la crónica de este libro me hace una ilusión especial. Posteriormente cuando el cartero deposita en mi correo el paquete y comienzo a leerlo, pienso, según voy avanzando en las páginas del relato/diario de Andrea, si soy la persona más indicada para realizar una crítica mínimamente objetiva, deseable por parte de cualquiera que se preste a estos menesteres.
Cuando me encargan realizar la crónica de este libro me hace una ilusión especial. Posteriormente cuando el cartero deposita en mi correo el paquete y comienzo a leerlo, pienso, según voy avanzando en las páginas del relato/diario de Andrea, si soy la persona más indicada para realizar una crítica mínimamente objetiva, deseable por parte de cualquiera que se preste a estos menesteres.
¿Cómo ser imparcial cuando uno lee amigos? ¿Cómo obviar que dos de los integrantes de este libro (Juan Terranova y Andrea Jeftanovic) fueron publicados por primera vez en nuestro país por el que suscribe, fascinado por su literatura? ¿Cómo eludir que uno habita desde niño la ciudad en la cual se ubican geográficamente las tres bitácoras? ¿Cómo pasar por alto que ese mismo año yo también fui parte activa de lo que se narra, que conocí a esos “Jóvenes Escritores en Residencia”, que alguno de ellos posteriormente compartió estancia en mi casa, con mi familia, y hoy presumo de su amistad y camaradería?
Bien, después de darle vueltas, llegué a la conclusión de que quizá sí, de que quizá por eso mismo yo estaba más capacitado que nadie para ponerme manos a la obra con esta reseña, para juzgar con objetividad los hechos y por qué no, su literatura, de la que soy más que conocedor.
Crónicas de oreja de vaca narra la experiencia en primera persona de tres de los integrantes del programa “Escritores en residencia” que cada año promueve la AECID y la Universidad de Alcalá de Henares con el objetivo de dar a conocer nuevas voces de la creación literaria iberoamericana.
Su visita se encuadra dentro del Festival de la Palabra que culmina con la entrega del Premio Cervantes. El año al que se alude, 2009, el galardonado fue Juan Marsé. Como trasfondo la ciudad de Cervantes, Madrid, actos más o menos literarios y una serie de personajes del mundillo.
Al margen de estos apuntes, digamos enciclopédicos y de situación, Crónicas de oreja de vaca refleja la visión de tres personas distintas (pero unidas por un mismo deseo, narrar a costa de cualquier cosa) de nuestro país, de nuestras costumbres, de nuestra manera de entender la literatura, de nuestra manera de relacionarnos, de nuestra visión de lo iberoamericano, de su visión de lo español… Además refleja, probablemente sin ellos pretenderlo (sin duda la única manera posible de encontrar la coherencia), sus miedos, sus incertidumbres, sus deseos. ¿Por qué ser escritor? ¿Para qué la literatura? ¿Qué espera uno de los viajes? ¿Por qué los sinsentidos de ciertas cosas? ¿Cuándo revelarse? ¿Contra qué? ¿Cómo hacerlo? ¿Cuándo es oportuno? ¿Cuándo uno es un cobarde? ¿Hasta qué punto la existencia de uno no es tan vulgar como la de cualquiera? ¿Hasta qué punto la propia vida no es vulgar en sí misma?
El primer relato, el de la chilena Andrea Jeftanovic, se construye a base de elipses, temporales y geográficas. Ella misma lo divide en varias de ellas (Elipses de personas, Elipses de mesas redondas, Elipses de museos, Elipses de teatros…). No es algo falso ni forzado. Están presentes en toda la obra narrativa de Andrea. Intuyo que también en su propia vida. Andrea necesita un lugar que abandonar para volver a retornar y, quizá volver a huir de él. Un tiempo que dejar de lado y posteriormente recuperar. Comparar que hizo el paso del tiempo con todo eso, con ella misma y con los que la rodeaban y la rodean.
Andrea necesita espejos donde mirarse. De algún modo una referencia que no la haga sentirse intrusa, desubicada. También creer que las cosas no suceden por casualidad, que de algún modo hay algo que te obliga a cerrar el círculo, la elipse en este caso.
La literatura de Andrea es sensible, que no sensiblera, empática con el lector, cercana, amable. Aunque no por ello menos reivindicativa. Lo es y mucho. Andrea reivindica hasta la extenuación el papel de la mujer en el mundo, entre otras muchas cosas. Se reivindica así misma y con ello nos reivindica un poco a todos nosotros.
El segundo texto, el de la boliviana Giovanna Rivero, es el más ficcionado. Lo que no significa exactamente el menos real. La ficción a veces se muestra mucho más real que la propia realidad. A fin de cuentas la ficción pertenece a uno mismo, la realidad le es ajena.
Giovanna transforma su estancia en un thriller, con ella como protagonista central, en el que se nos muestra a una mujer asustada, escéptica ante ella misma y ante el mundo, inestable emocionalmente, sensual y sexual. En ocasiones desubicada por encontrarse fuera de su territorio y en ocasiones feliz, como si se estuviese viviendo un viaje iniciático.
En el tercer y último texto, el argentino Juan Terranova, ejerce como tal. Juan se muestra egocéntrico, cínico, irónico, mordaz y crítico. Crítico con todo: con quien le ha invitado (la Universidad y la AECID), con la estupidez humana, con el Premio Cervantes, con la impostura, con la falta de coherencia, con una ciudad provinciana, con su grasienta gastronomía a base de oreja de cerdo. Pero también crítico con él mismo, con el papel que él desempeña. A partir de ahí toda crítica adquiere coherencia, toda crítica está justificada. No se trata de una sátira hecha desde fuera. No se trata de ser espectador de lo ajeno. Si no de ser parte del conjunto. Juan no tiene ningún problema en meterse dentro del barro, en enfangarse hasta las rodillas. Como casi siempre, el sentido del humor resulta un buen arma con el que disparar y con el que redimir las culpas. Al final toda crítica no deja de ser el deseo de mejora de aquello que se aprecia.
Decía el filósofo: a quienes me preguntan la razón de mis viajes les contesto que sé bien de qué huyo, pero ignoro lo que busco.
Puede que este libro no nos ayude exactamente a conocer lo que buscamos, quizá ni siquiera a sus propios autores. Pero sí a tener más claro de lo que huir.
En cualquier caso, lo que es seguro es que nos acerca a tres excelentes narradores, casi desconocidos en nuestro país y que probablemente sean parte de lo porvenir.
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