viernes, julio 22, 2011

Trilogía de Alejandro Magno: Fuego del Paraíso, El muchacho persa, Juegos funerarios, Mary Renault

Trad. Miguel Ángel Salas, María Antonia Menini y Rafael Urbino. Edhasa, arcelona, 2011. 576, 576 y 384 pp. 80 €

Julián Díez

No tengo suficientes conocimientos sobre la evolución de la novela histórica para saber si el tipo de perfil que realiza Mary Renault de Alejandro Magno responde a una técnica convencional. Para mí, que leí por primera vez Fuego del paraíso hace ya un par de décadas, Renault me aparece como pionera en esta idea de reflejar a un personaje con una mirada lateral; no a través de su retrato directo, sino a manera de puzzle recogiendo facetas esclarecedoras de su vida que dan el contorno de la figura retratada. En este caso, a través de su infancia y adolescencia —Fuego del paraíso—, la mirada de su amante —El muchacho persa— y su endeble legado —Juegos funerarios—.
Evidentemente, sólo un personaje de la talla del conquistador de Asia podría merecer un esfuerzo tan exhaustivo como el realizado por Renault a lo largo de décadas. Y también es cierto que el retrato es fuertemente partidista y favorable; este Alejandro frágil pero capaz de sobreponerse a sus debilidades para resulta mucho más heroico que el personaje de una pieza retratado previamente, o que el títere de las circunstancias que retrataría más tarde Valerio Evangelisti. Ante sus fallos, Renault es comprensiva o sabe encontrar justificaciones en el legado de una madre castrante y un padre ausente.
Los otros dos elementos importantes que subyacen en la trilogía son sendos mensajes progresistas y que preocupaban de forma personal a Renault. El primero es el de la defensa de la homosexualidad, en el contexto siempre un tanto idealizador del mundo griego. Aunque no llegue a la brillantez de una Yourcenar en Memorias de Adriano, el retrato que hace Renault de las relaciones de Alejandro, en particular con su amante persa Bagoas, es sensual, elegante y cercano; una idealizada mezcla de camaradería y amor con la que resulta fácil empatizar desde cualquier posición sexual.
El segundo es la reivindicación de la multiculturalidad, plasmada en el éxito del proyecto de Alejandro, no excluyente hacia los pueblos asiáticos conquistados, y que contrasta con el posterior afán purificador, helenista, de los sucesores que disputan y destrozan su proyecto conquistador. Renault no fue sólo lesbiana y activista a favor de los derechos de los homosexuales, sino también contra el apartheid en Sudáfrica, y conociendo el dato no es difícil encontrar subrayados de sus ideas en la obra.
Literariamente hablando, la trilogía quizá peca de un leve descenso de su calidad con el paso de los libros, incluso en términos puramente estilísticos, si bien el conjunto resulta al final más que la suma de las partes. Fuego del paraíso, con su retrato de una sociedad macedonia semibárbara, un tanto inescrutable para los más sofisticados griegos, añade a las cualidades de los otros libros matices inquietantes: el entorno del pequeño Alejandro es de continuo amenazante y algo difícil de comprender, el retrato de su madre Olimpia resulta francamente ominoso, y la evolución del pequeño protagonista de niño interesado por sus cosas a joven embarcado en un destino más grande que la leyenda va creciendo en convicción y brío épico.
El tono unas veces intimista, otras grandioso de El muchacho persa resulta un interesante contraste, pero la novela termina por pecar del mismo problema que la práctica totalidad de la obra artística sobre el conquistador: hay demasiada acción fuera de cámara. No niego que tal vez la acumulación de batallas resultaría monótona, pero Renault no acaba de engatusarme como lector cuando se dispone a hacer una elipsis que le evite detallar alguna que otra batalla que decidió el curso de la historia. Aunque cuando la autora se pone en faena, como en el cruce del desierto, resulte más que convincente.
Juegos funerarios es, en comparación, algo más bélica y dinámica, también necesariamente más apresurada dada la amplitud de los acontecimientos que quiere reflejar, pero a cambio reduce sensiblemente la dosis de introspección, dejando a parte de sus personajes, por ejemplo Pérdicas, en mero esbozo. Deja un sabor de epílogo agridulce para toda la época retratada, de oportunidad perdida, que redondea bien el conjunto y encuadra perfectamente el peso de Alejandro en la historia.
Con las salvedades expuestas, esta trilogía es sin duda una de esas gratas lecturas veraniegas que combinan pasión y reflexión, y sin duda lo mejor en materia de ficción que se ha escrito sobre uno de los personajes más apasionantes de la historia universal. La actual reedición de Edhasa es definitiva, casi fastuosa en cuanto a sus calidades materiales.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando cita a Valerio Evangelisti, ¿no se querría decir Valerio Massimo Manfredi?

Enhorabuena por su blog, que sigo con asiduidad.

J. L. dijo...

Son magníficas las ediciones de Edhasa, a veces mejores que las obras que contienen.

Saludos!

Anónimo dijo...

¿Podría decir si los traductores son los mismos para cada una de las novelas? ¿O cada uno de ellos se encargó de cada parte de la trilogía respectivamente?

Unknown dijo...

me he leido los dos primeros tomos pero me falta "juegos funerarios", donde lo podre conseguir? me encanta la narrativa de esta autora y su descripcion tan precisa. felicidades por su blog me encanto!