Amadeo Cobas
María Pilar Queralt es una escritora con gran oficio en la novela histórica. Los personajes femeninos los borda con primor, revistiéndolos de un sutil velo que resulta delicioso, sensual, de lo más insinuante, desvistiéndolos del harapo barroco para engalanarlos con el brocado más rico y a la vez transparente, de modo que las interioridades de la mujer (aún las más prosaicas) salen a la luz con discreción aunque sin dejar de manar. En este hontanar fluyen las noticias de la Edad Moderna vistas desde el prisma femenil, aunque no exclusivamente, porque esta autora demuestra con solvencia que tiene capacidad para desvelar lo intrínseco del hombre penetrando en su psique de hace cinco siglos, incluso si éste es un rey de Portugal. ¡Qué digo un rey! Casi podíamos decir EL rey de Portugal, porque Manuel I no fue un rey más al frente del reino luso, sino uno de los que le otorgó más esplendor, riqueza y extensión territorial.
¿Qué le tocaba a la mujer moderna de la realeza? «…como hemos aprendido desde nuestra niñez, no somos más que servidoras de los intereses del reino», escribe Isabel de Aragón, reina de Portugal, a su hermana Juana (luego conocida como la Loca), dejando bien palpable algo más que sabido: las alianzas entre linajes se consolidaban con enlaces concertados de los vástagos. Para arrinconar a aquel que molesta nada hay como matrimoniar con el heredero de la corona del país fronterizo para que suponga una amenaza velada… o flagrante, según el deseo de romper las hostilidades que desemboquen en una guerra. Y este papel de “moneda de cambio” que significan las hijas y los hijos de los reyes representa la estabilidad de un entramado de relaciones urdido en el plano político, en absoluto en el amoroso. Por eso, quizá, que los cortesanos se escandalizasen sin poder entender el surgimiento del amor entre dos jóvenes unidos por ellos al firmar un contrato matrimonial. Verbigracia, que Juana de Aragón se enamorase de su esposo Felipe de Habsburgo hasta casi perder la razón no lo entenderían los que aconsejaron a los Reyes Católicos que signasen tal pacto con el Imperio reinante en Flandes. De “loca” hubieran tildado a Juana, si no con epítetos más salaces, de haber posado sus ojos sobre la misiva que ella dirigió a su hermana Isabel, donde definía su sentimiento de este modo: «…suyos son mi cuerpo y mi alma. Suyos mis pensamientos y la paz de mi espíritu pues, cuando se ausenta, el cielo se nubla y la oscuridad me atrapa». Precioso, sí, aunque inconveniente cuando a ese regimiento del amor marital se une el goce no dable a una futura reina: «…hermana mía, a ti puedo confesártelo: no quiero hijos que puedan distraerme del amor de su padre; no quiero más obligaciones que ser suya ni más compañía que tenerle siempre conmigo». ¿Enamorada la princesa de su marido? ¡Habrase visto tamaña insolencia, tamaño desvarío! No me extraña que la tildasen de loca…
Ojo, con la mentalidad y los propósitos de entonces, quiero decir…
Las infantas Isabel y María (hijas de Isabel y Fernando, tanto monta, monta tanto) y su sobrina Leonor (hija de Felipe el Hermoso y Juana la Loca) contrajeron nupcias a causa de estos acuerdos de Alto Estado con Manuel I, el rey de Portugal que consiguió, además de lo antedicho, dotar de un prurito extra al arte gótico, decorándolo con motivos náuticos para crear esa variante conocida como estilo manuelino. Aquí se cuentan sus vidas. Y lo hace Mª Pilar Queralt otorgando al lector el deleite de conjugar la narración histórica salpicada de cartas manuscritas rubricadas por los protagonistas reales. Esta abundancia epistolar refuerza la recreación que hace la autora (además de dar un empujoncito a favor de un género literario no demasiado pródigo en el mundo literario patrio). Una autora en cuya pluma la Historia cobra siempre una naturalidad y una viveza actuales, otorgando realce con su dulzura habitual en la forma de describir situaciones, personas y paisajes, partiendo siempre de la base con la que hay que contar al abordar una novela firmada por Queralt: la corrección exquisita con la que escribe.
Por si fuera poco atractivo lo ya explicado para adentrarse en esta novela más que recomendable para los amantes del género histórico, añadamos que al cierre del libro figuran unos apéndices históricos, bibliográficos y dramatis personae que ayudan a situar al lector ante tanto lío de reyes, reinas y demás.
1 comentario:
Me ha encantado tú reseña.
No he leído nada de la autora, pero me picaba la curiosidad y con lo que has escrito me he decidido a leerla.
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