Ricardo Triviño
La idea de que un par de tipos sorprendan con un nuevo tipo de humor en un libro difícilmente catalogable. Una especie de antología de chistes gráficos pero sin chiste. Más bien, conceptos, reflexiones que mueven a la carcajada. Hervir un oso de Jonathan Millán y Miguel Noguera cae como una bomba silenciosa, escondido en la sección de cómics de cualquier librería generalista. Es un libro que se encuentra, que llama la atención por su curioso título y su extraña portada, que se lee y que se queda.
La idea de que uno de estos dos autores empiece a correr de boca en boca hasta que acaba sacando un libro. Se lo editan y sale en la tele invitado al programa de Buenafuente, donde hace una mini actuación. El libro y la actuación son material de sus ultrashows, espectáculos de una hora donde presenta sus bizarras ocurrencias llenas de un humor sádico y ridículo donde no hay remate final, no suenan los platillos al final de la broma. Eso que algunos ahora llaman post-humor, que suena a póstumo, que suena a post-tumor, después de la operación. Algo muy asqueroso.
La idea de que lo haya publicado la editorial que consiguió su primer éxito con un libro del cantante de Eels, un tipo cuyo padre era un científico que demostró la existencia del multiverso y se pegó un tiro, un tipo cuya hermana se suicidó para reunirse con su padre en un universo paralelo. En esta extravagante búsqueda de la esencia, Blackie Books vuelve a saborear el éxito con este cómico extraterrestre. Dos ediciones llevan ya con Ultraviolencia de Noguera. "¡Es Dios!" frente a "¿Quién es este gilipollas?" se entremezclan en la red, en lo social. Un pupurrí de opiniones disfuncionales.
La idea de que Noguera no sólo consiguió trabajo en el extinto programa de Buenafuente sino que le imprimieron el libro a pesar de los diferentes textos que ha escrito poniendo en tela de juicio a la editorial. Nos dice que hay algo oscuro en Blackie Books, que esa perrita que tienen de mascota no es trigo limpio. Y ellos no se ofenden. Es más, están encantados. Se ríen con él como lo hace todo el mundo, sin saber muy bien por qué, sin poder descifrar qué narices está sucediendo para que alguien así pueda llegar a ser venerado.
La idea de que esos textos que escribe, que declama Noguera en su espectáculo, que nunca son iguales, que desarrolla in situ a partir de los títulos que lleva apuntados, son bautizados por él como "ideas". Ideas que empiezan en un bar o mirando Telecinco con la frase "La idea de que...", un pie que puede ser imitado por los que lo idolatran o no llegan a más pero que difícilmente puede ser reproducido. Seguramente, será una creación artística tan falta de progenie como lo son los esperpentos de Valle-Inclán o las greguerías de Gómez de la Serna.
La idea de que hay que hacer una reseña y que envíen el tomo de Ultraviolencia perfectamente envuelto, con artículos de prensa elogiándolo, y se empieza a leer siguiendo un ritual. Acariciar la portada de Blackie Books, un delicia, y retirar la banda publicitaria de la segunda edición que llevan todas las segundas ediciones. Una cinta que sólo sirve para molestar a los libreros, para que no puedan colocarlo bien, para que cuando llegue un cliente a la tienda y la vea levemente estropeada, pida un ejemplar nuevo porque considera que ése está roto. A mala leche.
La idea de que se aparte la banda, se tire por ahí, y se empiece a devorar el libro con extremo cuidado. En esas páginas se esgrime crueldad contra ancianas y niños, contra deficientes mentales. El lector intenta evitar convertirse en un ser despreciable como el autor, pero no lo consigue. Se ríe. Risas que unas veces afloran a los labios y otras se quedan en el pecho, no como una comisura bella sino como una carcajada nasal, porcina, una carcajada sucia, una risotada vil. Es desagradable, es incómodo. De alguna manera, se inventa la teoría de que esto es post-humor, de que en realidad es una crítica de la postura contraria. "¡Paparruchas!" escribe metaliterariamente Noguera, "¡Paparruchas!".
La idea de que este cómico sea capaz de aunar humor absurdo y humor negrísimo, de mover desde la reflexión lúcida al espasmo obsceno, de no haber punto medio, de sólo existir extremos, caminar sobre filos de cuchillo. Un humor complicadísimo porque si uno se resbala se mata. El libro tiene altibajos, valles pasada la mitad del libro que hasta entonces no tiene baches. Más que valles, barrancos con zarzas y libros de Carlos Ruiz Zafón en el fondo. Cuando no consigue equilibrarlo todo, el castillo de naipes se derrumba. Pasado el segundo centenar ya se aprecian los mecanismos, la repetición de los mismos. Vuelve a haber chispazos, tracas, pero todo es más pantanoso.
La idea de que aún habiéndolo calado, de haber visto sus armas, se es incapaz de pintarle el retrato. ¡Menudo crítico inútil! ¿Para eso te pagan? No, no me pagan. ¡Menudo inútil crítico! Pensar en imitarlo, en hacer una reseña con su estilo, hacerlo algo desorientado, ¡qué larga por Dios! Encontrarse la banda de publicidad tirada, desplegarla, ver que está llena de texto y dibujitos, ver que tiene una cita que dice que no se deberían escribir reseñas de Noguera sino que debería citarse el artículo de David Foster Wallace sobre Kafka. Eso duele. Un esfuerzo estéril. Una broma pesada. Infinita. Acabar en un anticlímax como raro.
2 comentarios:
Si no puedes decir nada, es que el libro no contiene nada. Puede que tengas razón, un patinazo de la editorial, pero mira por donde, va en su segunda edición. El mercado ya está lleno de libros vacíos, pero que venden un montón.
Has entendido lo contrario de lo que intentaba transmitir.
Hay novedades tan grandes que pocos entienden y que pocos pueden describir en condiciones.
Blackie Books no ha dado ningún patinazo con Noguera. En mi opinión, todo lo contrario.
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