Ignacio Sanz
Me había leído las dos novelas previas a la que suscita este comentario, Bonsái y La vida privada de los árboles. Ambas me habían resultado desconcertantes o, cuando menos curiosas, por la manera de abordar el hecho narrativo y por el estilo carente de resabios retóricos. La presente sigue estilísticamente la estela de las dos anteriores, es decir, se vale de una mirada oblicua, de una escritura elusiva y sinuosa. El lector se siente un poco perdido al principio por lo que ha de seguir con cierta atención el hilo de la historia para no perder los cabos sueltos de ese río que se va bifurcando conforme avanza.
¿Y de qué va la historia?, se preguntará el lector para ir entrando en materia. Pues bien, aquí Zambra aborda el compromiso político. Estamos en Chile, para ser más exactos estamos al principio en el Chile de Pinochet, aunque no encontremos ni una sola alusión a esta circunstancia. Para ello se vale de las peripecias de un niño de nueve años que ha se seguir los pasos, como si de un espía se tratara, de un vecino suyo que suscita cierta curiosidad. Esta encomienda le llega por parte de una niña algo mayor por la que el niño se siente fascinado. Extraño caso el del niño espía que da lugar a situaciones chuscas y rocambolescas dado el empeño del niño en realizar cabalmente su trabajo. Pero, sobre todo, el lector se va a encontrar con situaciones curiosas en el presente, cuando el niño que había desarrollado aquellas tareas en los años ochenta del pasado siglo, convertido en profesor, vuelve a verse con aquella chica en nuestro presente más inmediato.
Entonces el lector comienza a atar los cabos sueltos, a conocer la precariedad, el miedo y el camuflaje en el que han tendido que sobrevivir muchos ciudadanos chilenos. Y, al mismo tiempo, el lector descubre también, que las dictaduras se sostienen por la pasividad con que una mayoría que acepta el oprobio.
En realidad esta novela tiene una fácil traslación para el lector español, incluso para el lector menor de 40 años porque nuestra historia tiene cierto paralelismo con la de Chile. Y lo mismo cabría decir de Argentina, Paraguay, Uruguy, Perú, República Dominicana, Cuba...
En fin, que, además de estar hermanados por una lengua, lo estamos también por las dictaduras que durante periodos más o menos largos, acabaron socavando la convivencia social.
Uno de los aciertos de esta novela es que el autor apenas se despeina, que no hay proclamas ni consignas, que todo sigue un curso narrativo aparentemente sinuoso, en un plano personal, aunque al final el lector descubre lo irremediable, es decir, la dignidad de unos pocos ciudadanos que no se conforman, que arriesgan su vida. E, inevitablemente, un sentimiento de culpa.
Da la sensación, además, de que, en este caso, la novela tiene algo de desnudo integral, es decir, que el autor, ha abierto las puertas de su propia casa para que nos llegue el olor a podrido que emana de su propia familia. No se trata de una familia descaradamente complaciente con la dictadura, pero sí de una familia tibia, acomodaticia. Es decir de una de tantas familias reaccionarias.
Lo singular, una vez más, es el estilo, la manera indirecta y antirretórica de contar las cosas a la que Zambra nos tiene acostumbrados
3 comentarios:
A mí me gustó mucho esta novela. La forma en la que juega con el relato dentro del relato y la autoficción me pareció muy bien llevada.
La leí ayer, de una sentada. "Bonsái" ya me pareció un pequeño milagro. Ésta es un gran milagro. La naturalidad de Zambra a la hora de contar me parece asombrosa. Estoy harta de palabrería y juegos y de escritores que quieren parecer modernos. Yo sólo quería volver a creer en la novela. Gracias, Zambra.
Qué comentario maravilloso que hiciste, "bkbono"...
Soy brasileña y una grande fan de Zambra. Estoy de acuerdo con lo que dijiste. Maravilloso...
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