Ariel, Barcelona, 2009. 131 pp. 15 €
Rubén Castillo Gallego
Aunque el público que puede disfrutar y aprender con los volúmenes metaliterarios es reducido, reconoceré que sobre mí ejercen una fascinación especial. Encontrar una obra donde se reflexiona, filosófica o ensayísticamente, acerca de novelas que ya he leído me depara nuevas ocasiones para el deleite, porque me descubre ángulos imprevistos de ellas, flancos vírgenes en los que no había reparado y puertas sorprendentes que yo solo no fui capaz de abrir. Y así ha ocurrido con Tal vez soñar (La filosofía en la gran literatura), un texto de José Ramón Ayllón donde se aproxima a célebres monumentos de la historia de la literatura universal, con el fin de extraer la quintaesencia de sus páginas.
De ese modo podemos descubrir que Homero edifica en Ulises al prototipo de ser humano: tenaz en sus decisiones, luchador contra la adversidad, debelador de obstáculos. Y su historia no es contada con escrupuloso detalle («Homero es el primer periodista del mundo», p.23). Daniel Defoe, con su novela de Robinson Crusoe, coloca al ser humano en una prehistoria artificial, donde ha de poner en juego sus habilidades para domeñar el entorno, y eso permite a Ayllón reflexionar sobre el singular papel de la inteligencia humana («Sería un error pensar —observa Leonardo Polo— que el hombre inventa la flecha porque tiene necesidad de comer pájaros. También el gato siente esa misma necesidad y no inventa nada. El hombre inventa la flecha porque su inteligencia descubre la oportunidad que le ofrece la rama. El hambre sólo impulsa a comer, no a fabricar flechas: son dos cosas muy diferentes. Por eso no es correcto explicar al hombre desde sus necesidades. El hombre no necesita la inteligencia, simplemente la tiene», p.24). Cervantes, a través de su loco ético don Quijote, nos comunica la idea de que «el hombre es un ser constitutivamente apasionado, y en lugar de adecuar la inteligencia a la realidad, con frecuencia la amolda a sus propios intereses» (p.31). Antoine de Saint-Exupéry codificó su propia peripecia en El principito, la historia de alguien que descubrió que todas las rosas del mundo no valen tanto como tu propia rosa, y que «el itinerario del amor dice primero ‘me gustas, después ‘te quiero’, y, por fin, ‘te amo’» (p.40). Ana Frank pasó de vivir en una madriguera infame rodeada de gente egoísta y gris, a ser detenida por las SS en agosto de 1944 y enviada a Auschwitz y luego a Bergen-Belsen, donde murió. Su vida es esencialmente interior, pero es eso lo que enriquece su mirada («Al ser humano —animal racional y social— también se le puede llamar, con toda propiedad, animal sentimental», p.48). George Orwell realiza en Rebelión en la granja una implacable denuncia satírica del comunismo práctico, puramente dictatorial. Así, nos dirá que estamos ante «una buena lección de historia y —desde el punto de vista literario— una obra maestra que no pierde valor cuando las circunstancias particulares que motivaron su composición se desconocen» (p.80)... Y más, mucho más. José Ramón Ayllón no duda en criticar la ambigüedad simbólica de Friedrich Nietzsche, ni tampoco vacila a la hora de emitir juicios hiperbólicos («El señor de los anillos es la Odisea del siglo XX», p.107) o cuando debe opinar sobre la familia, la amistad, la religión, la muerte o Dios... Por eso, y por infinidad de pequeños detalles que salpican el texto en casi todas sus páginas, ésta es una obra para discutir con ella, para charlar y debatir, para corroborar ideas o para refutarlas, para discrepar o para mostrar la mayor de las conformidades. En suma, una obra para convertir algunos de los más grandes libros de la historia literaria en objeto de reflexión constante y fértil. Un volumen sin duda memorable.
Rubén Castillo Gallego
Aunque el público que puede disfrutar y aprender con los volúmenes metaliterarios es reducido, reconoceré que sobre mí ejercen una fascinación especial. Encontrar una obra donde se reflexiona, filosófica o ensayísticamente, acerca de novelas que ya he leído me depara nuevas ocasiones para el deleite, porque me descubre ángulos imprevistos de ellas, flancos vírgenes en los que no había reparado y puertas sorprendentes que yo solo no fui capaz de abrir. Y así ha ocurrido con Tal vez soñar (La filosofía en la gran literatura), un texto de José Ramón Ayllón donde se aproxima a célebres monumentos de la historia de la literatura universal, con el fin de extraer la quintaesencia de sus páginas.
De ese modo podemos descubrir que Homero edifica en Ulises al prototipo de ser humano: tenaz en sus decisiones, luchador contra la adversidad, debelador de obstáculos. Y su historia no es contada con escrupuloso detalle («Homero es el primer periodista del mundo», p.23). Daniel Defoe, con su novela de Robinson Crusoe, coloca al ser humano en una prehistoria artificial, donde ha de poner en juego sus habilidades para domeñar el entorno, y eso permite a Ayllón reflexionar sobre el singular papel de la inteligencia humana («Sería un error pensar —observa Leonardo Polo— que el hombre inventa la flecha porque tiene necesidad de comer pájaros. También el gato siente esa misma necesidad y no inventa nada. El hombre inventa la flecha porque su inteligencia descubre la oportunidad que le ofrece la rama. El hambre sólo impulsa a comer, no a fabricar flechas: son dos cosas muy diferentes. Por eso no es correcto explicar al hombre desde sus necesidades. El hombre no necesita la inteligencia, simplemente la tiene», p.24). Cervantes, a través de su loco ético don Quijote, nos comunica la idea de que «el hombre es un ser constitutivamente apasionado, y en lugar de adecuar la inteligencia a la realidad, con frecuencia la amolda a sus propios intereses» (p.31). Antoine de Saint-Exupéry codificó su propia peripecia en El principito, la historia de alguien que descubrió que todas las rosas del mundo no valen tanto como tu propia rosa, y que «el itinerario del amor dice primero ‘me gustas, después ‘te quiero’, y, por fin, ‘te amo’» (p.40). Ana Frank pasó de vivir en una madriguera infame rodeada de gente egoísta y gris, a ser detenida por las SS en agosto de 1944 y enviada a Auschwitz y luego a Bergen-Belsen, donde murió. Su vida es esencialmente interior, pero es eso lo que enriquece su mirada («Al ser humano —animal racional y social— también se le puede llamar, con toda propiedad, animal sentimental», p.48). George Orwell realiza en Rebelión en la granja una implacable denuncia satírica del comunismo práctico, puramente dictatorial. Así, nos dirá que estamos ante «una buena lección de historia y —desde el punto de vista literario— una obra maestra que no pierde valor cuando las circunstancias particulares que motivaron su composición se desconocen» (p.80)... Y más, mucho más. José Ramón Ayllón no duda en criticar la ambigüedad simbólica de Friedrich Nietzsche, ni tampoco vacila a la hora de emitir juicios hiperbólicos («El señor de los anillos es la Odisea del siglo XX», p.107) o cuando debe opinar sobre la familia, la amistad, la religión, la muerte o Dios... Por eso, y por infinidad de pequeños detalles que salpican el texto en casi todas sus páginas, ésta es una obra para discutir con ella, para charlar y debatir, para corroborar ideas o para refutarlas, para discrepar o para mostrar la mayor de las conformidades. En suma, una obra para convertir algunos de los más grandes libros de la historia literaria en objeto de reflexión constante y fértil. Un volumen sin duda memorable.
1 comentario:
Muchas gracias por el comentario acerca del libro. Era justo lo que necesitaba ya que estoy muy interesada en conseguirlo.
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