Miguel Sanfeliu
Hay algunos autores cuyos libros necesito tener cerca, autores de prosa potente, capaces de hacerme revivir el placer de las lecturas de mi infancia, autores con un mundo propio, que no siguen las modas y son fieles a sí mismos, autores como Paul Auster. Pese a ello, observo que, de un tiempo a esta parte, está permitido vapulearle. Parece haberse abierto la veda para arremeter contra todo lo que escribe, quizá por culpa de Tombuctú y Viajes por el Scriptorium, que resultan claramente inferiores respecto al resto de su producción. Se dice que ha perdido aquello que lo hacía original, su magia, que parece haberse acomodado a las exigencias del mercado, que cada vez resulta menos exigente consigo mismo. Auster es un autor de gran importancia dentro del panorama narrativo de los últimos veinticinco años, con un mundo propio y reconocible. ¿Podemos pues decir que resulta menos autoexigente porque se mantiene fiel a sí mismo, a su universo? ¿Se puede exponer como un aspecto negativo el hecho de que Auster siga siendo Auster?
Leyendo su último libro, Un hombre en la oscuridad, se percibe que el autor está interesado en indagar en lo que significa el acto de escribir, el proceso de crear. Vi hace poco su película La vida interior de Martin Frost, y tiene mucho de esto. El escritor y su musa. Las formas que toma la ficción, unas dando vueltas, otras moviéndose en zig-zag.
Su último libro se encuentra en este contexto y, para ello, se vale de un viejo crítico jubilado, August Brill, que está viviendo con su hija Miriam y su nieta Katya, en la casa de la hija, donde se ha trasladado tras sufrir un accidente. Es un viejo un poco embaucador que se entretiene inventando historias.
Me quedo tumbado en la cama y me cuento historias. Quizá no sean gran cosa, pero siempre y cuando no me salga de ellas, me evitan pensar en cosas que prefiero olvidar. La concentración, sin embargo, puede darme problemas, y las más de las veces mis pensamientos acaban derivando de la historia que pretendo contar a las cosas en las cuales no quiero pensar. No hay nada que hacer. Fracaso una y otra vez, hay más chascos que aciertos, pero eso no quiere decir que no ponga todo mi empeño.
Y de eso se trata, de ir adelante y atrás, de saltar de la historia imaginaria a la historia real, y de ahí a los recuerdos, tanto de cosas vividas como de historias oídas, y todo este trayecto, que parece tan complicado, lo realizamos en estado casi de trance, sumergidos en la prosa del autor, que fluye como si se tratase de un relato oral de esos que se escuchan con la boca abierta.
El viejo crítico crea un personaje ficticio, Owen Brick, y lo sitúa en un mundo paralelo en el que EE.UU. se encuentra en guerra civil. No hay guerra en Irak y siguen en pie las Torres Gemelas, pero EE.UU. está sumido en el caos. En esas circunstancias, le ordenan a Owen Brick que mate a un hombre.
Este libro nos habla de guerra y de muerte, pero sobre todo nos habla de la ficción, del hecho de inventar historias. Reflexiona sobre estos asuntos narrando acontecimientos, creando personajes, jugando en definitiva, pues así es como Auster concibe la literatura, como un juego.
Pueden diferenciarse dos partes en el libro. La primera, en la que la historia de Owen Brick se desarrolla en la mente del narrador, y éste nos hace partícipes de sus razonamientos para hacer avanzar la acción, incluso de sus dudas. La segunda parte también nos narra una historia, pero en esta ocasión lo hace en forma de conversación entre August Brill y su nieta, quien va alentando el desarrollo de la misma con sus preguntas. La primera parte nos cuenta una historia fantástica e imaginaria, la segunda una historia real, compuesta por los recuerdos del narrador. La primera sirve de evasión de la realidad, la segunda, por el contrario, le enfrenta a su pasado.
La realidad salpica la ficción. Lo real y lo imaginado son una misma cosa, nos dice Auster, un poco enigmáticamente. La guerra de Irak está muy presente en este texto, una guerra que pese a no desarrollarse en el mismo terreno, pese a la distancia, es capaz de mostrar toda su crueldad y horror. La ficción tiene difícil competir con la realidad, pero es lo único que nos queda. Y tumbados en la oscuridad, tan sólo podemos inventar historias e intentar huir lejos, hasta donde nos lleve la imaginación.
Leyendo su último libro, Un hombre en la oscuridad, se percibe que el autor está interesado en indagar en lo que significa el acto de escribir, el proceso de crear. Vi hace poco su película La vida interior de Martin Frost, y tiene mucho de esto. El escritor y su musa. Las formas que toma la ficción, unas dando vueltas, otras moviéndose en zig-zag.
Su último libro se encuentra en este contexto y, para ello, se vale de un viejo crítico jubilado, August Brill, que está viviendo con su hija Miriam y su nieta Katya, en la casa de la hija, donde se ha trasladado tras sufrir un accidente. Es un viejo un poco embaucador que se entretiene inventando historias.
Me quedo tumbado en la cama y me cuento historias. Quizá no sean gran cosa, pero siempre y cuando no me salga de ellas, me evitan pensar en cosas que prefiero olvidar. La concentración, sin embargo, puede darme problemas, y las más de las veces mis pensamientos acaban derivando de la historia que pretendo contar a las cosas en las cuales no quiero pensar. No hay nada que hacer. Fracaso una y otra vez, hay más chascos que aciertos, pero eso no quiere decir que no ponga todo mi empeño.
Y de eso se trata, de ir adelante y atrás, de saltar de la historia imaginaria a la historia real, y de ahí a los recuerdos, tanto de cosas vividas como de historias oídas, y todo este trayecto, que parece tan complicado, lo realizamos en estado casi de trance, sumergidos en la prosa del autor, que fluye como si se tratase de un relato oral de esos que se escuchan con la boca abierta.
El viejo crítico crea un personaje ficticio, Owen Brick, y lo sitúa en un mundo paralelo en el que EE.UU. se encuentra en guerra civil. No hay guerra en Irak y siguen en pie las Torres Gemelas, pero EE.UU. está sumido en el caos. En esas circunstancias, le ordenan a Owen Brick que mate a un hombre.
Este libro nos habla de guerra y de muerte, pero sobre todo nos habla de la ficción, del hecho de inventar historias. Reflexiona sobre estos asuntos narrando acontecimientos, creando personajes, jugando en definitiva, pues así es como Auster concibe la literatura, como un juego.
Pueden diferenciarse dos partes en el libro. La primera, en la que la historia de Owen Brick se desarrolla en la mente del narrador, y éste nos hace partícipes de sus razonamientos para hacer avanzar la acción, incluso de sus dudas. La segunda parte también nos narra una historia, pero en esta ocasión lo hace en forma de conversación entre August Brill y su nieta, quien va alentando el desarrollo de la misma con sus preguntas. La primera parte nos cuenta una historia fantástica e imaginaria, la segunda una historia real, compuesta por los recuerdos del narrador. La primera sirve de evasión de la realidad, la segunda, por el contrario, le enfrenta a su pasado.
La realidad salpica la ficción. Lo real y lo imaginado son una misma cosa, nos dice Auster, un poco enigmáticamente. La guerra de Irak está muy presente en este texto, una guerra que pese a no desarrollarse en el mismo terreno, pese a la distancia, es capaz de mostrar toda su crueldad y horror. La ficción tiene difícil competir con la realidad, pero es lo único que nos queda. Y tumbados en la oscuridad, tan sólo podemos inventar historias e intentar huir lejos, hasta donde nos lleve la imaginación.
4 comentarios:
Me parece una reseña estupenda la que hacer aunque hecho de menos la crítica y que expreses la opinión que te ha merecido el libro. Personalmente me ha parecido un texto bastante mediocre. De Auster tan sólo he leido este libro y Mr. Vértigo. Así que expreso mi opinión no en función del resto de su obra, sino como novela aislada. Me ha parecido que el autor tiene talento para contar historias, pero que estas no van a ninguna parte, me parece un ejercicio de prosa vacía aunque ciertamente fastuosa. La descripción de esa guerra imaginaria me parece bastante pobre, limitándose a cuatro lugares comunes, véase 11-S, sin profundidad ni riqueza. Vamos, un libro muy normalito.
No está mal al lado de "viajes". Pero muy lejos de "palacio de la luna" o "libro de las ilusiones". Muy, muy lejos. Mejor la segunda parte del libro, que la primera: la real sobre la onírica.
Agradezco los comentarios.
La opinión que me ha merecido el libro, insisto en ella: un libro que atrapa al lector, que se lee de un tirón y que, bajo mi punto de vista, no habla en realidad de las historias que narra sino de cómo narrar historias. Incluso del papel que juega la ficción ante la realidad.
También yo prefiero la segunda parte a la primera, desde luego. Y coincido en que hay muchos otros títulos muy superiores en la obra de Auster, como los citados “El palacio de la luna”, “El libro de las ilusiones”, “Mr. Vértigo”, o también “La trilogía de Nueva York”, “Leviatán” o “La invención de la soledad”.
La descripción de la guerra imaginaria parece pobre, y esta sensación se acentúa con la narración de esas imágenes que proceden de la guerra de Irak y que aparecen en la segunda parte. El momento crucial, pese a su brevedad, y que es, me parece a mí, hacia donde se dirigen esas historias que a veces parecen perder el rumbo, aunque son capaces de mantener enganchado al lector en todo momento.
Tal vez no sea de los libros de Auster que se quedan en la memoria, es cierto, pero se lee con agrado y está por encima de muchos títulos que circulan ahora por ahí.
Un afectuoso saludo.
Jesús, totalmente de acuerdo contigo. Pero escribir es algo fácil, no tiene mayor misterio que ir uniendo palabras con gracia, ocultar unos datos que luego se van desgranando para construir el sentido, y es algo esto último que en la obra de Auster, que yo sí he leído bastante más a fondo, no ocurre.
Auster es un estafador. Lo siento, Miguel, pero su reseña, muy bien escrita y documentada, me provoca cierta sensación desazonada. No entiendo la admiración hacia un escritor que considero enormemente sobrevalorado.
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