José Manuel de la Huerga
God & Gun es un título sintético y atinado (como un tiro) para un ensayo denso sobre la constitución del Estado (a partir de guerras entre partes y guerras santas), de su Historia (marcada por la fuerza del destino) y de su Dios (que garantiza el pacto con los vencedores: nosotros). Sería llamativo que Sánchez Ferlosio hubiera elegido un título tan yankee para un tema tan Occidental (Europa es el resultado de la decantación del mundo grecorromano y judío) si no llegáramos literalmente hasta las últimas líneas del Libro VIII del tratado. Allí terminamos leyendo las palabras del último Presidente de los EE.UU. George W. Bush en 2005: «De alguna manera, Dios dirige las decisiones políticas adoptadas en la Casa Blanca» respecto a la guerra de Afganistán.
Para llegar a hacer esta afirmación sin que la conciencia del emisor se sonroje, una nación tiene que haber sufrido una serie de cambios en su mentalidad de tiempo atrás. Esta afirmación donde Estado y divinidad van aliadas como pueblo escogido por un dios que le reconoce como «los nuestros vencedores», se ha venido fraguando desde que Polibio y Hegel por un lado, y Abraham y su alianza con Dios por otro, firmaron sus respectivos tratados con la Historia y la Providencia.
Sanchez Ferlosio ha rebautizado su libro como Apuntes de polemología. En otras palabras, somos gente reunida en torno a un agón o centro común donde nuestros dirigentes soldados luchan y pactan con pueblos vecinos, consigo mismos y con su Dios. Bien está tenerlo claro, y mejor saber a qué carta quedarse.
Es un placer, pocas veces alcanzable, leer un libro donde semiótica, semántica, etimologías, historia, filosofía, literatura, teología, sociología e incluso biografía personal terminan reuniéndose en un ensayo que tranquiliza tanto como incomoda. A cualquier lector medio no especializado en ninguna de las disciplinas antes dichas, le tranquiliza que le expliquen el punto de partida de la constitución de nuestro pacto social, aunque sea a partir de la guerra, del destino excelso y falso que nos hemos encomendado y de un Dios garante de toda la pantomima. A este respecto escribe magistralmente Ferlosio: «Las generaciones que la historia va inmolando una tras otra en el ara de la patria, a todo lo largo de una secular carrera de relevos, han aprendido a reconocer y acatar el sentido y el premio de su sacrificio en la propia llama perdurable de la antorcha que pasando de mano en mano se mantiene encendida y luminosa.» (Todo por la patria). De ahí a decir que hemos montado un chiringuito atonta conciencias, la gran engañifa universal revestida de Historia, no va nada. Es lo que sospechaban unos pocos y otros menos se atreven a escribir con el prestigio que da una vida de lectura y reflexión al margen. Y esto, claro, tranquiliza e incomoda a partes iguales.
Para Ferlosio en el 98 (los Unamuno, Azorín, Machado y Baroja) tiene lugar «la fatídica y mortal resurrección de la conciencia histórica y de los valores eternos». Ahí dimos carta de soberanía al «gigantesco estrago sufrido por los hombres cuando se avinieron a desprenderse de los bienes de la vida para trocarlos en valores invertidos en el mercado de futuros de la “gengiskhanesca” empresa de la historia universal».
Lo que creo que pretende Ferlosio es una empresa sencilla y faraónica: desmontar el tinglado semántico e ideológico de nuestra cultura occidental. A partir de la deconstrucción y análisis de expresiones cotidianas («sana alegría» y «honesto esparcimiento» para el «ocio», el cruce de caminos, o «subir» a la red en tenis ) y de la relectura de los grandes, Polibio, Hegel, Max Weber, Benjamin y, por supuesto, la Biblia, Sanchez Ferlosio nos desnuda y nos coloca delante de nuestras obsesiones colectivas alimentadas por las mentiras que nos hemos ido dando unos a otros, mientras mirábamos luego para otro lado. Especialmente, la divinidad: «Un Dios que crea el mundo y el hombre mediante la palabra y un hombre que crea a Dios mediante la escritura.»
El texto es denso y en algunos casos oscuro para quien no esté acostumbrado a este nivel de profundización. Ferlosio hila fino como nadie. Pero a cada tramo nos sorprende con elementos narrativos de su historia personal, con los juegos de su infancia, el patinaje y la danza, asuntos esclarecedores y a la par oxigenantes que sirven de aliento lector tanto como de focos de reflexión.
Y lo que el autor quiere que tengamos claro al final es ni más ni menos que una frase de Humpty Dumpty, de Alicia en el país de los maravillas: «No importa el significado de las palabras, lo que importa es saber quién manda.» Desde luego que el lector saldrá de esta lectura con argumentos y reflexiones que no había atinado a ordenar, aunque supiera que flotaban por ahí.
Después de leer este tratado entiendo que todo el mundo intelectual esté siempre pendiente de lo último que saca Ferlosio, supongo también que porque se prodiga bastante poco. En una entrevista televisiva, rara avis concedida por el autor recientemente, anunció su trabajo sobre la belleza, otro referente ideológico que le dará para mucho y bueno, aunque tendremos que esperar un tiempo.
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