Trad. Fernando Miranda. Almed Historia, Granada, 2008. 392 pp. 28 €.
Juan Gómez Espinosa
Debían de ser simpáticos estos Medici, en especial los “grandes”: Cosimo el Viejo, Lorenzo, Giovanni (alias León X). Y otros más introvertidos, como Cosimo I, debían gozar, al menos, de un oscuro atractivo. El carisma fue marca de la casa, sobre todo en los primeros tiempos, para convertirse a continuación en rentas de las que disfrutaron miembros más mediocres de la familia. Este carisma de los orígenes era un barniz perfecto para recubrir la verdadera característica del linaje: la ambición. Hasta aquí todo es obvio, y cualquiera que eche un ojo a los avatares genealógicos de los Medici llegará a la misma conclusión. Era evidente, incluso, para sus contemporáneos, y aquí comienza el verdadero interés del asunto: ¿hasta qué punto es responsable una comunidad de sus gobiernos? Para un servidor, la responsabilidad es absoluta. No olvidemos que la clase dirigente es minoritaria con respecto al espectro social. El desarrollo de esta minoría representa el desarrollo de la voluntad popular, su actividad y su pasividad. La tentación de delegar es dulce al amanecer, pero agria al ocaso. Por suerte, la población general tiene una inmensa capacidad de olvidar la culpa personal. Es entonces cuando se cambia el vítor por la denuncia: la tentación de delegar la conducción cambia, entonces, a la tentación de delegar la responsabilidad. Los Medici se movieron sagazmente entre el consentimiento de un día, la denuncia de otro, el vítor del siguiente… y así durante unos cuantos siglos. Ya el “constructor” oficial de la ambición familiar, Giovanni di Bicci, asimiló perfectamente los mecanismos que mueven la masa social e incluso la malean. Esta asimilación vino acompañada de un sistema eficaz para ponerla en práctica: la discreción. Su hijo, Cosimo el Viejo, sería un genio desarrollando esta vía y, pese a sufrir persecución en algún momento de su escalada, dejó bien cimentado el trono invisible de sus descendientes. Con el tiempo, según se fue abandonando la sutileza, se fue disolviendo el pedestal. La casa Medici consiguió hacer realidad el sueño de todo burgués: generar su propia aristocracia. La importancia que esta familia ha tenido para la historia de Europa no se suele explicar en las aulas en toda su magnificencia. Como dato ilustrativo, habrá que recordar que el cisma católico se produjo bajo el pontificado del Papa Medici León X. Y éste es tan sólo uno de los muchos elementos trascendentales de la familia.
Hibbert ha escrito un libro enormemente fluido y bien documentado. Lo más valioso es, sin duda, su capacidad de abrir puertas al lector interesado en asuntos concretos. Hibbert apunta hacia el arte, la economía, la sociología, la política… sin querer introducirse en ellos con excesiva erudición. Para ello, sería necesario escribir una obra en numerosos tomos. No es un libro simple; cuenta con un objetivo que cumple perfectamente: invitar a conocer un linaje que usó a la sociedad para desarrollarse a sí mismo. Que nadie intente leer este libro para encumbrarse en una tertulia: para asombrar con un capuccino lo mejor es tratar temas fáciles pero bien adornados (como, por ejemplo, la importancia de Kant en la música de Satie). La historia de la casa de Medici despierta asuntos más complejos: la ya citada responsabilidad de la sociedad general en su gobierno, la relación entre fin y medios en política, la moral en el arte (cómo olvidar el apoyo que este clan brindó a artistas como Miguel Ángel, Boticcelli, Bruneleschi…) o, sobre todo, la hipocresía que el tiempo va cincelando en el alma del público y la ciudadanía. A título personal, debo decir que yo paseo con absoluta felicidad por la calles de una Florencia que se engrandeció, en parte, gracias a las aportaciones de una familia sin demasiados escrúpulos en su escalada hacia el poder. Para qué voy a mentir.
Juan Gómez Espinosa
Debían de ser simpáticos estos Medici, en especial los “grandes”: Cosimo el Viejo, Lorenzo, Giovanni (alias León X). Y otros más introvertidos, como Cosimo I, debían gozar, al menos, de un oscuro atractivo. El carisma fue marca de la casa, sobre todo en los primeros tiempos, para convertirse a continuación en rentas de las que disfrutaron miembros más mediocres de la familia. Este carisma de los orígenes era un barniz perfecto para recubrir la verdadera característica del linaje: la ambición. Hasta aquí todo es obvio, y cualquiera que eche un ojo a los avatares genealógicos de los Medici llegará a la misma conclusión. Era evidente, incluso, para sus contemporáneos, y aquí comienza el verdadero interés del asunto: ¿hasta qué punto es responsable una comunidad de sus gobiernos? Para un servidor, la responsabilidad es absoluta. No olvidemos que la clase dirigente es minoritaria con respecto al espectro social. El desarrollo de esta minoría representa el desarrollo de la voluntad popular, su actividad y su pasividad. La tentación de delegar es dulce al amanecer, pero agria al ocaso. Por suerte, la población general tiene una inmensa capacidad de olvidar la culpa personal. Es entonces cuando se cambia el vítor por la denuncia: la tentación de delegar la conducción cambia, entonces, a la tentación de delegar la responsabilidad. Los Medici se movieron sagazmente entre el consentimiento de un día, la denuncia de otro, el vítor del siguiente… y así durante unos cuantos siglos. Ya el “constructor” oficial de la ambición familiar, Giovanni di Bicci, asimiló perfectamente los mecanismos que mueven la masa social e incluso la malean. Esta asimilación vino acompañada de un sistema eficaz para ponerla en práctica: la discreción. Su hijo, Cosimo el Viejo, sería un genio desarrollando esta vía y, pese a sufrir persecución en algún momento de su escalada, dejó bien cimentado el trono invisible de sus descendientes. Con el tiempo, según se fue abandonando la sutileza, se fue disolviendo el pedestal. La casa Medici consiguió hacer realidad el sueño de todo burgués: generar su propia aristocracia. La importancia que esta familia ha tenido para la historia de Europa no se suele explicar en las aulas en toda su magnificencia. Como dato ilustrativo, habrá que recordar que el cisma católico se produjo bajo el pontificado del Papa Medici León X. Y éste es tan sólo uno de los muchos elementos trascendentales de la familia.
Hibbert ha escrito un libro enormemente fluido y bien documentado. Lo más valioso es, sin duda, su capacidad de abrir puertas al lector interesado en asuntos concretos. Hibbert apunta hacia el arte, la economía, la sociología, la política… sin querer introducirse en ellos con excesiva erudición. Para ello, sería necesario escribir una obra en numerosos tomos. No es un libro simple; cuenta con un objetivo que cumple perfectamente: invitar a conocer un linaje que usó a la sociedad para desarrollarse a sí mismo. Que nadie intente leer este libro para encumbrarse en una tertulia: para asombrar con un capuccino lo mejor es tratar temas fáciles pero bien adornados (como, por ejemplo, la importancia de Kant en la música de Satie). La historia de la casa de Medici despierta asuntos más complejos: la ya citada responsabilidad de la sociedad general en su gobierno, la relación entre fin y medios en política, la moral en el arte (cómo olvidar el apoyo que este clan brindó a artistas como Miguel Ángel, Boticcelli, Bruneleschi…) o, sobre todo, la hipocresía que el tiempo va cincelando en el alma del público y la ciudadanía. A título personal, debo decir que yo paseo con absoluta felicidad por la calles de una Florencia que se engrandeció, en parte, gracias a las aportaciones de una familia sin demasiados escrúpulos en su escalada hacia el poder. Para qué voy a mentir.
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