Trad. Martin Lexell y Juan José Ortega Román. Destino, Barcelona, 2008. 666 pp. 22.50 €
Salvador Gutiérrez Solís
A principios de verano, la editorial Destino publicó la traducción española de Los hombres que no amaban a las mujeres, primera entrega de la saga/trilogía Millenium, del sueco Stieg Larsson. Una obra que llega avalada por una excelente crítica y por unas ventas millonarias, allá donde se ha publicado —buena parte de Europa—, que suele ser una combinación bastante complicada en el sector literario. Un acontecimiento literario de primera magnitud. Además de las cifras, la novela de Larsson viene acompañada de ese término que en España empleamos con demasiada frecuencia para explicar casi todo: morbo. Morbo porque su autor falleció cumplidos los cincuenta años sin ver su novela publicada, sin poder imaginarse la gran repercusión alcanzada posteriormente. Larsson era conocido en su país por su labor periodística, azote de los grupos violentos de la extrema derecha. El escritor concebía su obra en la soledad de las noches, en secreto. Morbo por la batalla legal emprendida por sus familiares y allegados por controlar el legado del difunto escritor, un legado de cifras mareantes y más que seguras adaptaciones cinematográficas.
Centrándonos, única y exclusivamente, en la lectura de Los hombres que no amaban a las mujeres, no es necesario ser un lector muy avezado para descubrir que Larsson no es un estilista del lenguaje, pero que tampoco lo pretende. Larsson no ha inventado nada nuevo, no es un innovador, tampoco un trasgresor; es más, es muy fiel a los géneros y a las formas. Sin embargo, concibió una historia —o un universo— en la que da cabida a todos los ingredientes y aderezos que han de estar presentes en una buena novela —amor, muerte, sexo, intriga, ambición... —. Ágil y directa, increíblemente visual, escrita desde una iluminación permanente, Los hombres que no amaban a las mujeres te atrapa desde el primer renglón y sólo puedes escapar alcanzando el punto y final. En ese preciso momento, y me remito a mi experiencia personal, un sentimiento de felicidad, de satisfacción, dio paso a otro de conmoción, de cierta melancolía. Sentimiento éste que desapareció cuando recordé que, por lo menos, aún quedan dos entregas más de la saga pergeñada por Stieg Larsson, Millenium. Y me encontraré de nuevo con el persistente periodista Mikael Blomkvist, la atractiva Erika y, sobre todo, con la fascinante Lisbeth Salander, una investigadora canija y tatuada, propietaria de un pasado tan tenebroso como poliédrico, arquetipo contemporáneo que añadir, de pleno derecho, a la galería de las grandes mujeres novelescas.
Los hombres que no amaban a las mujeres narra, a simple vista, la misteriosa desaparición de la adolescente Harriet de la isla en la que convive con buena parte de sus familiares. Treinta y seis años después, su anciano y millonario tío necesita saber qué fue de ella. A simple vista, la novela de Larsson abarca multitud de historias que se entremezclan, que se alejan, que se precipitan, que no son lo que parecen, pero que finalmente conforman un perfecto puzzle en el que no sobra —ni falta— ninguna pieza. Larsson acude a numerosas fuentes de la cultura de nuestros días —desde el Cluedo a Twin Peaks, pasando por Ciudadano Kane o Seven— para crear su propia y deslumbrante obra. Una lectura adictiva, una novela más allá de las etiquetas y de los géneros.
Salvador Gutiérrez Solís
A principios de verano, la editorial Destino publicó la traducción española de Los hombres que no amaban a las mujeres, primera entrega de la saga/trilogía Millenium, del sueco Stieg Larsson. Una obra que llega avalada por una excelente crítica y por unas ventas millonarias, allá donde se ha publicado —buena parte de Europa—, que suele ser una combinación bastante complicada en el sector literario. Un acontecimiento literario de primera magnitud. Además de las cifras, la novela de Larsson viene acompañada de ese término que en España empleamos con demasiada frecuencia para explicar casi todo: morbo. Morbo porque su autor falleció cumplidos los cincuenta años sin ver su novela publicada, sin poder imaginarse la gran repercusión alcanzada posteriormente. Larsson era conocido en su país por su labor periodística, azote de los grupos violentos de la extrema derecha. El escritor concebía su obra en la soledad de las noches, en secreto. Morbo por la batalla legal emprendida por sus familiares y allegados por controlar el legado del difunto escritor, un legado de cifras mareantes y más que seguras adaptaciones cinematográficas.
Centrándonos, única y exclusivamente, en la lectura de Los hombres que no amaban a las mujeres, no es necesario ser un lector muy avezado para descubrir que Larsson no es un estilista del lenguaje, pero que tampoco lo pretende. Larsson no ha inventado nada nuevo, no es un innovador, tampoco un trasgresor; es más, es muy fiel a los géneros y a las formas. Sin embargo, concibió una historia —o un universo— en la que da cabida a todos los ingredientes y aderezos que han de estar presentes en una buena novela —amor, muerte, sexo, intriga, ambición... —. Ágil y directa, increíblemente visual, escrita desde una iluminación permanente, Los hombres que no amaban a las mujeres te atrapa desde el primer renglón y sólo puedes escapar alcanzando el punto y final. En ese preciso momento, y me remito a mi experiencia personal, un sentimiento de felicidad, de satisfacción, dio paso a otro de conmoción, de cierta melancolía. Sentimiento éste que desapareció cuando recordé que, por lo menos, aún quedan dos entregas más de la saga pergeñada por Stieg Larsson, Millenium. Y me encontraré de nuevo con el persistente periodista Mikael Blomkvist, la atractiva Erika y, sobre todo, con la fascinante Lisbeth Salander, una investigadora canija y tatuada, propietaria de un pasado tan tenebroso como poliédrico, arquetipo contemporáneo que añadir, de pleno derecho, a la galería de las grandes mujeres novelescas.
Los hombres que no amaban a las mujeres narra, a simple vista, la misteriosa desaparición de la adolescente Harriet de la isla en la que convive con buena parte de sus familiares. Treinta y seis años después, su anciano y millonario tío necesita saber qué fue de ella. A simple vista, la novela de Larsson abarca multitud de historias que se entremezclan, que se alejan, que se precipitan, que no son lo que parecen, pero que finalmente conforman un perfecto puzzle en el que no sobra —ni falta— ninguna pieza. Larsson acude a numerosas fuentes de la cultura de nuestros días —desde el Cluedo a Twin Peaks, pasando por Ciudadano Kane o Seven— para crear su propia y deslumbrante obra. Una lectura adictiva, una novela más allá de las etiquetas y de los géneros.
6 comentarios:
Pelín exagerado.
Difícil aportar una visión más sencilla y completa a la que nos dejas.
Un saludo.
Si las ventas en España son las mismas que en Francia, donde todo el mundo, absolutamente todo, estaba leyendo este verano la edición de Actes Sud, este libro será la sensación de la temporada, el clásico boca a oreja. Sin creer que sea la auténtica maravilla de la que habla el crítico, sí que parece una obra solvente, para lectores "de ceja media", al menos. No obstante, creo, voy dándome cuenta, de que no está siendo un libro cuyas ventas, a primera vista estén funcionando tan, tan bien... Una pena.
Se lee bien, muy bien, al menos el primer tercio de la novela, pero al final, al autor se le va un poco, bueno un mucho la mano, cayendo en estereotipos demasiado comunes (el personaje de la pirata informática es de libro) y solucionándolo todo, absolutamente todo. Si la novela hubiera tenido veinticinco páginas más, nos hubiéramos enterado quién mató a Kennedy. En la segunda mitad la novela se viene abajo, una lastima.
Un saludo.
Se lee bien, muy bien, al menos el primer tercio de la novela, pero al final, al autor se le va un poco, bueno un mucho la mano, cayendo en estereotipos demasiado comunes (el personaje de la pirata informática es de libro) y solucionándolo todo, absolutamente todo. Si la novela hubiera tenido veinticinco páginas más, nos hubiéramos enterado quién mató a Kennedy. En la segunda mitad la novela se viene abajo, una lastima.
Un saludo.
Lei la novela. Francamente me pareció una libro que que se ha hecho inmensamente popular porque hay una enorme campaña de prensa detrás. Con esto no quiero significar que sea mala, solo que es una novela mas (y que por momentos me aburrió) y que no tiene nada especialmente destacable. He leído policiales, thrillers, novelas de suspenso que me han gustado muchísimo mas, de mayor nivel literario y que no han llegado a tener ni el 1% de la popularidad de éste.
Creo que lo que demuestra este libro es que las operaciones de marketing bien montadas pueden llegar a hacernos creer cualquier cosa. Creo que dentro de 5 o 10 años va a estar en las mesas de saldos.
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