Recaredo Veredas
Nadie en su sano juicio entraría en la tienda de la familia Tuvaché. A primera vista parece un comercio entrañable, que posee el sabor de los viejos ultramarinos franceses. Pero nada más cruzar la puerta, el desventurado cliente comprende que la primera visita sólo puede ser la última. Porque los Tuvaché se dedican desde hace décadas, con minuciosidad de artesanos, a facilitar el último viaje de los suicidas. Los aspirantes al más allá pueden elegir en sus vitrinas entre artefactos de efectividad absoluta, que garantizan la muerte inmediata a quienes los compran, desde sogas con nudos perfectos, que resisten arrepentimientos y grandes tonelajes, a cápsulas de cianuro aromatizadas, pasando por cuchillas que atraviesan las venas como si fueran mantequilla, katanas afiladas, que garantizan un épico y sangriento hara kiri, munición para cualquier revólver o deletéreas ranas doradas que paralizan el flujo sanguíneo de quien osa siquiera tocarlas. Los sucesivos primogénitos de la familia Tuvaché regentan el negocio desde hace décadas pero nunca habían tenido tanta clientela, nunca tantos desgraciados querían escapar de las miserias de la vida. El matrimonio Tuvaché, Mishima y Lucrece, y sus tres entrañables hijos no forman una familia precisamente normal, aunque serán admirados, incluso idolatrados, por cualquiera que aprecie la lucidez y su negrísimo, y sumamente moderno, sentido del humor. No en vano celebran los cumpleaños con un lema irrepetible: Piensa que te queda un año menos de vida.
Para que tan peculiar proyecto se sostenga, para mantener un difícil equilibrio entre el humor más corrosivo, la imprescindible verosimilitud y una notable calidad literaria hace falta que un gran escritor se haga cargo de los mandos. Es el caso de Jean Teulé, autor experto en los submundos más oscuros y las narraciones más divertidas, maestro del cómic y la parodia, que demuestra en La tienda de los suicidas que sabe extraer la peculiar ternura de los monstruos y hacer fácil lo increíblemente difícil. Gracias a la habilidad de su prosa y a lo adecuado de su estilo consigue que las carcajadas y la cruel exacerbación de lo gótico encubran una profunda reflexión sobre la vida y el futuro del ser humano. No en vano la obra transcurre en una sociedad, no demasiado lejana, que ha sido devastada por las consecuencias de la corrupción, las guerras y el cambio climático. Es un mundo hundido en el caos donde el suicida hace un favor al estado quitándose la vida. La muerte se ha convertido en un auténtico servicio social y la alegría en una excentricidad incómoda. Tan terrible historia podría narrarse desde un estilo denso, pesado, lleno de farragosas reflexiones. Sin embargo el autor ha optado por un registro suelto, lleno de ritmo, que posee esa profundidad que tantas veces tiene lo aparentemente simple.
Jean Teulé, como escritor experto que es, domina a la perfección todos los recursos de la narrativa. Sus diálogos son chispeantes y agudos, dignos de la mejor comedia negra. Consigue, gracias a una prosa sencilla y expresiva al mismo tiempo, convertir a la tienda que da título a la novela en un espacio fascinante, una peculiar botica del horror, llena a rebosar de extrañas y mortíferas herramientas donde contemplamos, por ejemplo, la extraña evolución de la pequeña de la familia, que pasa de ser una joven acomplejada a una femme fatale la depositaria del método perfecto de suicidio: el romántico beso de la muerte. La construcción de los personajes, pese al tono evidentemente humorístico de la novela y su fuerte influencia cinematográfica, es matizada y precisa. Así logra que lector comprenda con facilidad la melancolía de Alan, el bicho raro de la familia por su enfermiza fijación por la bondad, o la obsesión del patriarca, Mishima Tavuche, por sacar adelante un pequeño negocio, regentado por su estirpe desde tiempos inmemoriales. Además la historia crece, no se queda varada en la anécdota inicial, y lo hace gracias a la súbita aparición de los sentimientos que más odia la familia Tavuché: el amor y la esperanza. Por si fuera poco cuenta con una magnífica traducción, que refleja el bello y expresivo francés del autor.
Para que tan peculiar proyecto se sostenga, para mantener un difícil equilibrio entre el humor más corrosivo, la imprescindible verosimilitud y una notable calidad literaria hace falta que un gran escritor se haga cargo de los mandos. Es el caso de Jean Teulé, autor experto en los submundos más oscuros y las narraciones más divertidas, maestro del cómic y la parodia, que demuestra en La tienda de los suicidas que sabe extraer la peculiar ternura de los monstruos y hacer fácil lo increíblemente difícil. Gracias a la habilidad de su prosa y a lo adecuado de su estilo consigue que las carcajadas y la cruel exacerbación de lo gótico encubran una profunda reflexión sobre la vida y el futuro del ser humano. No en vano la obra transcurre en una sociedad, no demasiado lejana, que ha sido devastada por las consecuencias de la corrupción, las guerras y el cambio climático. Es un mundo hundido en el caos donde el suicida hace un favor al estado quitándose la vida. La muerte se ha convertido en un auténtico servicio social y la alegría en una excentricidad incómoda. Tan terrible historia podría narrarse desde un estilo denso, pesado, lleno de farragosas reflexiones. Sin embargo el autor ha optado por un registro suelto, lleno de ritmo, que posee esa profundidad que tantas veces tiene lo aparentemente simple.
Jean Teulé, como escritor experto que es, domina a la perfección todos los recursos de la narrativa. Sus diálogos son chispeantes y agudos, dignos de la mejor comedia negra. Consigue, gracias a una prosa sencilla y expresiva al mismo tiempo, convertir a la tienda que da título a la novela en un espacio fascinante, una peculiar botica del horror, llena a rebosar de extrañas y mortíferas herramientas donde contemplamos, por ejemplo, la extraña evolución de la pequeña de la familia, que pasa de ser una joven acomplejada a una femme fatale la depositaria del método perfecto de suicidio: el romántico beso de la muerte. La construcción de los personajes, pese al tono evidentemente humorístico de la novela y su fuerte influencia cinematográfica, es matizada y precisa. Así logra que lector comprenda con facilidad la melancolía de Alan, el bicho raro de la familia por su enfermiza fijación por la bondad, o la obsesión del patriarca, Mishima Tavuche, por sacar adelante un pequeño negocio, regentado por su estirpe desde tiempos inmemoriales. Además la historia crece, no se queda varada en la anécdota inicial, y lo hace gracias a la súbita aparición de los sentimientos que más odia la familia Tavuché: el amor y la esperanza. Por si fuera poco cuenta con una magnífica traducción, que refleja el bello y expresivo francés del autor.
2 comentarios:
Dice Recaredo Veredas: "Por si fuera poco cuenta con una magnífica traducción, que refleja el bello y expresivo francés del autor".
Y digo yo que la traducción no será anónima, por lo que sería de agradecer que se mencionara quién la hizo.
Teresa Clavel. Gracias a ti.
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