IV Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil. Anaya, Madrid, 2007. 173 pp. 9 €
Marta Sanz
No sé muy bien de qué hablamos cuando nos referimos a un libro infantil o juvenil, porque me cuesta mucho delimitar la imprecisa idea de ese tipo de receptor: ¿cómo acotamos lo que es un niño o un joven?, ¿por lo que vemos alrededor?, ¿por los hijos que tenemos o nos gustaría tener?, ¿por el niño que fuimos? Cuando yo era una niña, no recuerdo haber leído muchos libros para niños; sólo aquellos cuentos troquelados con versiones de Perrault, de los hermanos Grimm o de Hans Christian Andersen. Cuentos con princesas de pelo verde dibujadas por María Pascual. Después, los libros de Enyd Blyton. Un poco más tarde, cuando era una niña vieja o una mujer joven, me acuerdo de haber empezado a leer obritas cortas de una literatura no concebida específicamente para adolescentes. Tal vez el primer libro “en serio” que yo leyera —¿recuerdas tú ese libro?— fuese Marianela de Galdós o Silvia de Nerval o las Rimas de Bécquer, quizá El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde... enseguida los textos que nos obligaban a leer en el colegio: el Mío Cid, el Lazarillo, los sonetos de Garcilaso, cosas sueltas de Quevedo y de Góngora, las Cartas marruecas y Adiós, cordera de Clarín. Hacer memoria y desvelar estas intimidades me desnuda un poco, pero también me lleva a darme cuenta de que quizá sin los cuentos troquelados, los tebeos femeninos —aquella Esther y su mundo, dibujada por Purita Campos— y las historias de misterio de Enyd Blyton, no hubiese adquirido el gusto por la ficción, por el lenguaje, a la vez que perdía el miedo a afrontar un conjunto de páginas escritas que casi siempre era demasiado gordo y frente al que siempre se encontraba algo mejor que hacer... Por el camino de Ulectra de Martín Casariego es un libro que bien puede servir de puente entre el consumo de esos cómics japoneses, que se leen de atrás hacia adelante, y la atención hacia otras propuestas que a veces producen rechazo en un lector que necesita de cierto proceso de maduración, como los huevos o las crisálidas. Pero decir que Por el camino de Ulectra es sólo un puente es poco decir, porque es más: es un libro que nos obliga a pensar en nosotros mismos como lectores y a cuestionar algunas frases hechas del mundo en que vivimos.
Martín Casariego no trata a los jóvenes como idiotas porque tampoco acostumbra a tratar a sus lectores adultos como idiotas; se mantiene al margen de la corrección política y escribe una novela en la que la muerte, el amor, el sexo, la enfermedad, las alienaciones cotidianas e incluso Dios no constituyen temas tabúes para el adolescente, sino, al contrario, son el eje a partir del cual se articulará su crecimiento y su calidad como ser humano. Ningún tema es demasiado complejo para un niño; así lo demuestra Casariego en la pág. 44: un diálogo entre los protagonistas de esta historia recorre la filosofía occidental desde Leibnitz hasta el existencialismo con una habilidad didáctica no exenta de sentido del humor (Miguel zanja la conversación con un: «No me gusta hablar de estas cosas, me angustio (...) Siento que no soy nada...") Con tanto respeto trata el autor a sus lectores que incluso asume el riesgo de una extensión de 173 páginas que podría echar para atrás a los más desacostumbrados a descodificar y apropiarse de la palabra escrita. Y ése es justamente el asunto del libro, “ulectra”, anagrama de lectura: la reconquista de un derecho que a la altura del siglo XXIV ha sido abolido en un mundo de ciencia ficción que, como pasa a veces tanto en la obra de Martín como en la de Nicolás Casariego, es deudor del imaginario poético de Pedro Casariego, poeta fundamental del final siglo XX en España. En esta novela se alude a La canción de van Horne, una de las obras de Pedro Casariego, y la parafernalia de la ciencia ficción, el regusto a viñeta de cómic, la capacidad visual de las palabras de Martín son sin duda un homenaje a la obra poética de su hermano. La ciencia ficción, género político, es una herramienta para desvelar amenazas de nuestro tiempo. Un romanticismo elegiaco y valiente, como el de la poesía de Pedro, empapa las aventuras de Glaster, Miguel, Flecha y el osito Nico, su periplo hacia un Ordenador central que recuerda la llegada de Dorothy a Oz... Andamos necesitados de formas de acción como este libro, en el que la aventura es aventura por y desde una causa, con un propósito, y no un cúmulo de azares vertiginosos, espectaculares y estúpidos.
Estimular, animar, dar razones para leer es un objetivo de cualquier curso, centro o institución educativa responsable, pero en Por el camino de Ulectra se va más allá en ese propósito: se aborda el problema del analfabetismo, no como carencia de información, sino como falta de sentido crítico y de capacidad para personalizar los procesos de lectura: un profundo analfabetismo, reconocible en nuestro entorno, que no tiene nada que ver con la falta de datos —de hecho, en el mundo verosímil y futurista que Casariego prefigura, las personas tienen implantado un chip de información en el cerebro—, sino con la imposibilidad de elegirlos, de aprenderlos y fijarlos por uno mismo en un ejercicio de incomparable libertad. En definitiva, Martín Casariego no está únicamente repitiendo el cansino rittornello de que leer es bueno, leer es bueno, leer es bueno —también puede ser malo y alienante— sino que está criticando la identificación del espeluznante overbooking tecnológico e informativo que nos atenaza, con el auténtico saber cultural. A través del viaje iniciático de sus protagonistas, el autor abre la brecha hacia otro viaje que puede durar toda la vida: el de comenzar a leer profundizando, desde el principio, en el significado de la lectura.
Marta Sanz
No sé muy bien de qué hablamos cuando nos referimos a un libro infantil o juvenil, porque me cuesta mucho delimitar la imprecisa idea de ese tipo de receptor: ¿cómo acotamos lo que es un niño o un joven?, ¿por lo que vemos alrededor?, ¿por los hijos que tenemos o nos gustaría tener?, ¿por el niño que fuimos? Cuando yo era una niña, no recuerdo haber leído muchos libros para niños; sólo aquellos cuentos troquelados con versiones de Perrault, de los hermanos Grimm o de Hans Christian Andersen. Cuentos con princesas de pelo verde dibujadas por María Pascual. Después, los libros de Enyd Blyton. Un poco más tarde, cuando era una niña vieja o una mujer joven, me acuerdo de haber empezado a leer obritas cortas de una literatura no concebida específicamente para adolescentes. Tal vez el primer libro “en serio” que yo leyera —¿recuerdas tú ese libro?— fuese Marianela de Galdós o Silvia de Nerval o las Rimas de Bécquer, quizá El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde... enseguida los textos que nos obligaban a leer en el colegio: el Mío Cid, el Lazarillo, los sonetos de Garcilaso, cosas sueltas de Quevedo y de Góngora, las Cartas marruecas y Adiós, cordera de Clarín. Hacer memoria y desvelar estas intimidades me desnuda un poco, pero también me lleva a darme cuenta de que quizá sin los cuentos troquelados, los tebeos femeninos —aquella Esther y su mundo, dibujada por Purita Campos— y las historias de misterio de Enyd Blyton, no hubiese adquirido el gusto por la ficción, por el lenguaje, a la vez que perdía el miedo a afrontar un conjunto de páginas escritas que casi siempre era demasiado gordo y frente al que siempre se encontraba algo mejor que hacer... Por el camino de Ulectra de Martín Casariego es un libro que bien puede servir de puente entre el consumo de esos cómics japoneses, que se leen de atrás hacia adelante, y la atención hacia otras propuestas que a veces producen rechazo en un lector que necesita de cierto proceso de maduración, como los huevos o las crisálidas. Pero decir que Por el camino de Ulectra es sólo un puente es poco decir, porque es más: es un libro que nos obliga a pensar en nosotros mismos como lectores y a cuestionar algunas frases hechas del mundo en que vivimos.
Martín Casariego no trata a los jóvenes como idiotas porque tampoco acostumbra a tratar a sus lectores adultos como idiotas; se mantiene al margen de la corrección política y escribe una novela en la que la muerte, el amor, el sexo, la enfermedad, las alienaciones cotidianas e incluso Dios no constituyen temas tabúes para el adolescente, sino, al contrario, son el eje a partir del cual se articulará su crecimiento y su calidad como ser humano. Ningún tema es demasiado complejo para un niño; así lo demuestra Casariego en la pág. 44: un diálogo entre los protagonistas de esta historia recorre la filosofía occidental desde Leibnitz hasta el existencialismo con una habilidad didáctica no exenta de sentido del humor (Miguel zanja la conversación con un: «No me gusta hablar de estas cosas, me angustio (...) Siento que no soy nada...") Con tanto respeto trata el autor a sus lectores que incluso asume el riesgo de una extensión de 173 páginas que podría echar para atrás a los más desacostumbrados a descodificar y apropiarse de la palabra escrita. Y ése es justamente el asunto del libro, “ulectra”, anagrama de lectura: la reconquista de un derecho que a la altura del siglo XXIV ha sido abolido en un mundo de ciencia ficción que, como pasa a veces tanto en la obra de Martín como en la de Nicolás Casariego, es deudor del imaginario poético de Pedro Casariego, poeta fundamental del final siglo XX en España. En esta novela se alude a La canción de van Horne, una de las obras de Pedro Casariego, y la parafernalia de la ciencia ficción, el regusto a viñeta de cómic, la capacidad visual de las palabras de Martín son sin duda un homenaje a la obra poética de su hermano. La ciencia ficción, género político, es una herramienta para desvelar amenazas de nuestro tiempo. Un romanticismo elegiaco y valiente, como el de la poesía de Pedro, empapa las aventuras de Glaster, Miguel, Flecha y el osito Nico, su periplo hacia un Ordenador central que recuerda la llegada de Dorothy a Oz... Andamos necesitados de formas de acción como este libro, en el que la aventura es aventura por y desde una causa, con un propósito, y no un cúmulo de azares vertiginosos, espectaculares y estúpidos.
Estimular, animar, dar razones para leer es un objetivo de cualquier curso, centro o institución educativa responsable, pero en Por el camino de Ulectra se va más allá en ese propósito: se aborda el problema del analfabetismo, no como carencia de información, sino como falta de sentido crítico y de capacidad para personalizar los procesos de lectura: un profundo analfabetismo, reconocible en nuestro entorno, que no tiene nada que ver con la falta de datos —de hecho, en el mundo verosímil y futurista que Casariego prefigura, las personas tienen implantado un chip de información en el cerebro—, sino con la imposibilidad de elegirlos, de aprenderlos y fijarlos por uno mismo en un ejercicio de incomparable libertad. En definitiva, Martín Casariego no está únicamente repitiendo el cansino rittornello de que leer es bueno, leer es bueno, leer es bueno —también puede ser malo y alienante— sino que está criticando la identificación del espeluznante overbooking tecnológico e informativo que nos atenaza, con el auténtico saber cultural. A través del viaje iniciático de sus protagonistas, el autor abre la brecha hacia otro viaje que puede durar toda la vida: el de comenzar a leer profundizando, desde el principio, en el significado de la lectura.
3 comentarios:
Sin embargo, estimada Marta, no te parece que la historia es algo previsible y la moraleja muy evidente. Martín ha escrito novelas para el público juvenil inolvidables y Ulectra está muy por debajo de ellas.
Yo creo, sinceramente, que el gran riesgo que asume Martín Casariego es el de proponer una teoría de la lectura y de la cultura que no confunde la disponibilidad de cierta información- siempre seleccionada- con las estrategias para el desarrollo de la conciencia crítica. Eso ya es, al menos para mí, muchísimo...
Un fuerte abrazo, anónimo.
Marta S.
Me has convencido, Marta; eso significa que leeré tus críticas todavía con más interés. ¡Gracias!
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