Trad. María José Chuliá García. Nórdica Libros, Madrid, 2007. 320 pp. 18 €
Juan Marqués
El ser todavía más o menos joven no justifica que hasta el año pasado apenas tuviese uno noticias de Flann O'Brien. Fue en octubre cuando recibí El Tercer Policía y me encontré con la novela más genialmente loca que recuerdo haber leído, un libro imaginado y escrito con una libertad completa y envidiable, y una fiesta continua desde su primera línea («Yo nací hace mucho tiempo», dice inolvidablemente el comienzo del segundo párrafo) hasta la última desconcertante curva del camino en las palabras finales.
No ha habido que esperar mucho para saciar la curiosidad y el hambre que aquella novela despertó, porque ahora (y de nuevo gracias al buen gusto de Nórdica Libros) se lanza una narración que permanecía inédita en castellano. Crónica de Dalkey fue la última que escribió O'Brien, en 1964, y vuelve sobre temas y personajes que ya aparecían en El Tercer Policía (quizá porque para entonces ésta todavía no se había publicado en ningún sitio, lo cual no sucedería hasta después de la muerte de su autor). Tal vez Crónica de Dalkey sea menos trepidante, menos desatada y menos “trascendente”, y sin embargo cualquier buen lector correrá a buscarla cuando sepa que incluye una larga conversación submarina con san Agustín, o que insiste en que las personas que abusan del uso de la bicicleta acaban «bicicletizándose» un poco por aquello de la agitación molecular (y, en correspondiente ósmosis, las bicicletas adquieren alguna humanidad, siendo notorio que si uno aparca la suya en la puerta de la casa, cuando vuelve a buscarla está mucho más cerca de la nevera...), o en la que el protagonista, a quien han convencido de que James Joyce no ha muerto, encuentra efectivamente al anciano autor de Ulises cuando éste está pensando en ingresar en los jesuitas (y niega rotundamente haber escrito tal novela —imprescindible para entender la literatura de O'Brien—, a la que considera «Pornografía e indecencia, y vómito literario, suficiente para ruborizar incluso a un cochero» —p. 273—)... Son demasiadas las razones por las que se hace casi necesario leer a O'Brien: una imaginación insólita —a veces disparatada, pero nunca absurda— unida a un talento inmenso para narrar, o para fantasear conversaciones, reflexiones metafísicas, situaciones casi delirantes... O'Brien es un maestro en el dificilísimo arte de apostar por el humor (pero un humor muy particular), consciente —como Cervantes, o Shakespeare...— de que debe ser sólo un medio y nunca un último objetivo, y alcanzando gracias a ello una altura literaria a la que es difícil llegar con la solemnidad o la pretensión de seriedad sin tregua. Desde luego, no conviene dejar pasar un libro dedicado «a mi Ángel de la Guarda, para convencerle de que sólo estoy bromeando y prevenirle de que debe velar para evitar malos entendidos cuando yo vuelva a casa».
Cualquiera que disfrute con la literatura sorprendente que no cae en lo arbitrario ni recurre a lo demencial “porque sí”, sino buscando significados escurridizos y consiguiendo magníficos resultados narrativos (e incluso, aquí y allá, buenos brochazos poéticos) devorará El Tercer Policía y Crónica de Dalkey en pocas horas, y terminará con la sensación de haber accedido a una dimensión inexplorada y desasosegante, a pesar de su tono amable, de la actitud bonachona y confiada de sus personajes, y del espacio que crea, aparentemente tranquilo y medio adormecido por el alcohol. No hay palabras de relleno ni descripciones o sucesos irrelevantes: el universo que fundó Flann O'Brien es un universo del que uno sale fascinado, lamentando haber dejado atrás tanta literatura pero con cierto alivio tras haber escapado de un mundo divertido pero inquietante, de personajes simpáticos y pacíficos que esconden secretos e intenciones siniestras.
Juan Marqués
El ser todavía más o menos joven no justifica que hasta el año pasado apenas tuviese uno noticias de Flann O'Brien. Fue en octubre cuando recibí El Tercer Policía y me encontré con la novela más genialmente loca que recuerdo haber leído, un libro imaginado y escrito con una libertad completa y envidiable, y una fiesta continua desde su primera línea («Yo nací hace mucho tiempo», dice inolvidablemente el comienzo del segundo párrafo) hasta la última desconcertante curva del camino en las palabras finales.
No ha habido que esperar mucho para saciar la curiosidad y el hambre que aquella novela despertó, porque ahora (y de nuevo gracias al buen gusto de Nórdica Libros) se lanza una narración que permanecía inédita en castellano. Crónica de Dalkey fue la última que escribió O'Brien, en 1964, y vuelve sobre temas y personajes que ya aparecían en El Tercer Policía (quizá porque para entonces ésta todavía no se había publicado en ningún sitio, lo cual no sucedería hasta después de la muerte de su autor). Tal vez Crónica de Dalkey sea menos trepidante, menos desatada y menos “trascendente”, y sin embargo cualquier buen lector correrá a buscarla cuando sepa que incluye una larga conversación submarina con san Agustín, o que insiste en que las personas que abusan del uso de la bicicleta acaban «bicicletizándose» un poco por aquello de la agitación molecular (y, en correspondiente ósmosis, las bicicletas adquieren alguna humanidad, siendo notorio que si uno aparca la suya en la puerta de la casa, cuando vuelve a buscarla está mucho más cerca de la nevera...), o en la que el protagonista, a quien han convencido de que James Joyce no ha muerto, encuentra efectivamente al anciano autor de Ulises cuando éste está pensando en ingresar en los jesuitas (y niega rotundamente haber escrito tal novela —imprescindible para entender la literatura de O'Brien—, a la que considera «Pornografía e indecencia, y vómito literario, suficiente para ruborizar incluso a un cochero» —p. 273—)... Son demasiadas las razones por las que se hace casi necesario leer a O'Brien: una imaginación insólita —a veces disparatada, pero nunca absurda— unida a un talento inmenso para narrar, o para fantasear conversaciones, reflexiones metafísicas, situaciones casi delirantes... O'Brien es un maestro en el dificilísimo arte de apostar por el humor (pero un humor muy particular), consciente —como Cervantes, o Shakespeare...— de que debe ser sólo un medio y nunca un último objetivo, y alcanzando gracias a ello una altura literaria a la que es difícil llegar con la solemnidad o la pretensión de seriedad sin tregua. Desde luego, no conviene dejar pasar un libro dedicado «a mi Ángel de la Guarda, para convencerle de que sólo estoy bromeando y prevenirle de que debe velar para evitar malos entendidos cuando yo vuelva a casa».
Cualquiera que disfrute con la literatura sorprendente que no cae en lo arbitrario ni recurre a lo demencial “porque sí”, sino buscando significados escurridizos y consiguiendo magníficos resultados narrativos (e incluso, aquí y allá, buenos brochazos poéticos) devorará El Tercer Policía y Crónica de Dalkey en pocas horas, y terminará con la sensación de haber accedido a una dimensión inexplorada y desasosegante, a pesar de su tono amable, de la actitud bonachona y confiada de sus personajes, y del espacio que crea, aparentemente tranquilo y medio adormecido por el alcohol. No hay palabras de relleno ni descripciones o sucesos irrelevantes: el universo que fundó Flann O'Brien es un universo del que uno sale fascinado, lamentando haber dejado atrás tanta literatura pero con cierto alivio tras haber escapado de un mundo divertido pero inquietante, de personajes simpáticos y pacíficos que esconden secretos e intenciones siniestras.
2 comentarios:
Pues si te han gustado ambas échale mano a En-Nadar-Dos-Pájaros, que te va a encantar.
Me has despertado TODAS las ganas de leerla... Muchas gracias!
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